Soy asesor y asistente técnico de la Regional Necochea de Aapresid. Trabajo en el sudeste bonaerense, una zona que, debido a sus características ambientales, permite explorar altos rendimientos de trigo y cebada. Para alcanzar esos potenciales, manteniendo adecuados niveles de proteína, debemos ser eficientes en el uso del nitrógeno (N). Los avances en investigación nos indican cómo hacerlo: tenemos que diagnosticar correctamente la disponibilidad del nutriente en el suelo y sincronizar la fertilización con la demanda por parte del cultivo.

El diagnóstico lo hacemos mediante análisis de muestras de suelo, tomadas entre presiembra e inicio de macollaje. En ellas determinamos la cantidad de N como nitrato y el N potencialmente mineralizable. Este último índice, propuesto en investigaciones recientes realizadas en la Unidad Integrada Balcarce (INTA-FCA) nos permite estimar la cantidad de nutriente que el suelo aportará al cultivo por mineralización durante su ciclo. Logramos así mejoras notables en la definición de la dosis de N respecto del uso de modelos tradicionales, que sólo consideran el nitrato en el suelo. A modo de ejemplo, su incorporación evitaría subestimar la dosis de N en situaciones de bajo potencial de mineralización (por ejemplo, lotes con prolongada historia agrícola y bajo contenido de materia orgánica) o sobrestimarla en ambientes de alto potencial (por ejemplo, lotes que han tenido pasturas recientemente).

La sincronía entre la oferta de N y la demanda del cultivo la favorecemos fraccionando la dosis de fertilizante. La primera aplicación la realizamos con la mitad de la dosis cuando el cultivo tiene entre dos y tres hojas, para asegurar un correcto macollaje. La segunda cuando se detecta el primer nudo, a fin de garantizar una adecuada provisión de N durante encañazón, cuando comienza el período de mayor demanda del cultivo. Esta estrategia nos permite reducir las pérdidas por lavado, frecuentes en la zona por excesos hídricos invernales, y aumentar en consecuencia la cantidad de N que los cultivos absorben y particionan al grano.

En ocasiones, realizamos una tercer aplicación de N entre hoja bandera y antesis, con el objetivo de asegurar un adecuado contenido de proteína. Esta práctica es común en campañas muy favorables para la obtención de altos rendimientos. También en años con excesos de lluvias en invierno o inicios de primavera, que favorecen las salidas de N del sistema.

En estos casos empleamos fertilizantes foliares debido a que en dichos estadios del cultivo existe menor probabilidad de que se registren lluvias que permitan la absorción del N aplicado al suelo en formas sólidas. Aquí volvemos a poner énfasis en el diagnóstico: evaluamos el estatus nitrogenado del lote en relación a franjas de suficiencia, sin limitaciones de N, que establecemos previamente. Para ello empleamos sensores ópticos que permiten determinar la intensidad del color verde de la hoja o aquellos que indican la capacidad del cultivo de interceptar y absorber la radiación. En síntesis, tenemos herramientas que nos permiten ser eficientes en el uso del nitrógeno. Podemos aspirar así a lograr altos rendimientos con adecuados valores de proteína y preservar la calidad de nuestro ambiente.

Por Guillermo A. Divito