Sin embargo, no deja de ser un gesto político relevante. También lo son el hecho de que apenas 49 diputados hayan defendido al ex ministro de Planificación y las fugas que se vienen produciendo en el bloque del Frente para la Victoria, indicadores del acelerado proceso de deskirchnerización que vive el peronismo.

Dirigentes que pocas semanas atrás reivindicaban el liderazgo de Cristina Kirchner hoy admiten, en medio de la desazón causada por las sucesivas imágenes de los escándalos, que identificarse como kirchneristas equivale a bajarse el precio. Ahora, todos ellos pretenden ser vistos exclusivamente como hombres del peronismo.

Deberían recordar que si bien el kirchnerismo es una fase histórica más dentro del movimiento fundado por Juan Domingo Perón, Néstor Kirchner y especialmente Cristina pretendieron liderar una fuerza propia que trascendiera al peronismo, hasta jubilarlo.

Hoy, los distanciamientos del kirchnerismo están a la orden del día hasta en caudillos de provincias cuyas arcas se nutrieron de la discrecionalidad de los Kirchner para administrar los recursos. La última deserción fue la de legisladores y dirigentes del Movimiento Evita, entre quienes se escuchan pedidos de autocrítica y diferencias con la carta publicada por Cristina Kirchner tan pronto como se conoció la detención de su secretario de Obras Públicas José López. "Todos sabemos que en un sistema capitalista la corrupción es estructural. Pero eso no puede restarles responsabilidad a los funcionarios ni permitirnos decir que Lopecito es un infiltrado", dijeron fuentes de ese sector.

El mensaje con el que hoy coinciden distintos referentes del peronismo que hasta hace poco se resistían a abandonar el kirchnerismo es que, con Cristina Kirchner como líder, en las elecciones del próximo año podrían estar peleando votos con las tradicionales fuerzas izquierdistas, que rara vez superan el cinco por ciento de los sufragios.

Es ése el sentir que impera en la mayoría del peronismo hoy, más allá de la efímera estrategia planteada por quienes intentaron mostrar a José López como una simple oveja descarriada. Entre ellos el propio De Vido, quien en las últimas horas se desmintió a sí mismo, al afirmar que el ex secretario de Obras Públicas nunca fue su "mano derecha", aunque él mismo lo haya presentado de esa manera en un acto público realizado el año pasado.

Una de las máximas del gobierno kirchnerista fue que si se robaba nadie debía notarlo, y si se notaba, que nadie lo pudiera probar. Si ninguna de las dos cosas era posible, el funcionario en cuestión debía irse, pero no por corrupto, sino por chambón. Esta regla se aplicó al pie de la letra con la ex ministra de Economía Felisa Miceli por la famosa bolsa con dólares que olvidó en su baño del Palacio de Hacienda.

Frente al caso López, el kirchnerismo encuentra demasiadas dificultades para persuadir a la sociedad de que se trató de un hecho de corrupción tan inesperado como aislado. Ha sido claramente el producto de una corrupción sistémica. Y en el remotísimo supuesto de que López haya actuado solo, habría que condenar por chambones a quienes por 12 años lo sostuvieron al frente de la obra pública después de soportarlo 10 años en Santa Cruz.