Como dos espadachines del siglo XVI, “espalda con espalda, y que vengan”, los hermanos Fernando y Javier Amuchástegui han dado batalla a lo largo de casi tres décadas para construir una empresa agropecuaria guiada por un espíritu de la innovación permanente, la diversificación productiva y una propuesta de valor agregado. Todo, en un marco de sustentabilidad y certificaciones que les otorga un sello de calidad a sus productos.

A diferencia de muchas otras empresas familiares, los Amuchástegui no heredaron el negocio de sus padres. Fueron ellos los que pusieron el mojón inicial, ladrillo sobre ladrillo. Fundaron Tecnocampo en enero de 1992 pero Fernando (8 años mayor que Javier) recuerda que ya unos años antes habían empezado con una pulverizadora vieja y una seleccionadora de granos.

“Podría decir que la vocación nació conmigo, cuando a los diez años iba a veranear a un campo en Victoria, en Entre Ríos, y todo lo que veía me gustaba, ya sabía que iba a hacer algo vinculado con el campo”, recordó Fernando.

Actualmente, la producción se desarrolla en 30.000 hectáreas. De ese total, sólo 1.800 son propias. “No obstante, gran parte de los campos alquilados tenemos contratos trianuales y en muchos hace 15 o 20 años que estamos trabajando”, apuntó Javier.

Otro dato interesante es que menos del 30% de la superficie total (11.000 hectáreas en 2017/18), está sembrada con commodities “puros”: soja y maíz. El resto son especialidades como garbanzo (11.000 hectáreas), poroto (en Salta, 3.000 hectáreas), y especialidades dentro de los commodities, como maíz pisingallo (2.000 hectáreas), maíz flint (1.000 hectáreas), soja no GMO (no transgénica) que hacen para Kumagro. El resto es semilla de soja para varios importantes semilleros.

La diversificación no sólo es de productos, también de campos. Actualmente trabajan en 74 establecimientos. Esto les permitió, en una campaña 2017/18 errática de lluvias, cerrar un año sobre la línea de costos.

La base de operaciones está en Monte Cristo (muy cerca de Córdoba), con campos en otras zonas como Río Primero, Río Cuarto y Vicuña Mackenna. Pero también explotan superficie entre Lincoln y Vedia, en la provincia de Buenos Aires; otro porcentaje en Santiago del Estero y también en Las Lajitas, Salta.

“Si pudiéramos tener 100 por ciento de especialidades lo haríamos porque eso significa siempre valor agregado incluso como nos pasa con el flint o la soja no GMO, que como va directo a planta, se ahorra el flete al puerto, pero también con la producción de semillas que embolsamos y almacenamos”, resumió Fernando.

Cuentan con una planta de procesos, con 1.000 toneladas en los silos de recepción. “Ya terminamos la primera línea de proceso y ahora arrancamos la segunda. Es una planta que fácilmente va a poder producir 15.000 ó 20.000 toneladas de garbanzo y otro tanto de soja, que son los dos principales cultivos que pasan por ahí”, contó Fernando.

Haciendo foco en el planteo para Monte Cristo, hay que tener en cuenta que es una zona de lluvias concentradas en verano. De modo que lo que se implante en invierno depende del agua acumulada en el otoño. “Es una zona muy maicera, también hacemos soja y estamos muy enfocados en lo que puede aportarnos el garbanzo, un cultivo que anda muy bien, que suma mucho a la rotación y aporta en la sustentabilidad económica”, contó Javier.

Lo del garbanzo ha sido un crecimiento interesante para Tecnocampo porque no sólo lograron incorporarlo desde lo agronómico sino que, también, avanzaron sobre la comercialización directa.

“Vender lo que sembramos es muy positivo para nosotros porque es lo que buscan los clientes para hacer un seguimiento sin intermediarios de lo que están comprando”, opinó Javier. A lo que agregó Fernando: “Somos productores, procesadores y exportadores, que es la figura ideal que busca un importador premium de legumbres como el que apuntamos nosotros”.

De a poco fueron conociendo el mercado de garbanzo donde India y Pakistán son referentes en volumen. Sin embargo, Tecnocampo apuesta a “compradores que quizás compren menos pero busquen calidad y aseguren un contrato”, referenció Fernando.

El año pasado no fue un buen año por una helada que en julio les “borró” 3.000 hectáreas de garbanzo de las 11.000 que habían sembrado. No obstante, si todo marcha bien, creen que podrán sembrar hasta 20.000 hectáreas con la legumbre.

En la vidriera internacional, las certificaciones constituyen una carta de presentación importante. “Son un camino de ida y es lo que tenemos que hacer, lo que quieren los compradores y los consumidores”, especificó Javier.

Empezaron en 2010 en la génesis de lo que ahora se llama Agricultura Sustentable Certificada (ASC) de Aapresid y después sumaron RTRS (hoy casi toda la soja que hacen cuenta con esta certificación). Para Fernando, tener todo parametrizado facilita el crecimiento porque “cuando se alquila un campo sólo hay que seguir un protocolo y permite que todos hablen el mismo idioma”.

El desafío de mediano plazo es seguir “subidos al mundo, con las oportunidades y amenazas que ello implica”, según Javier. Y explicó: “Es una enorme oportunidad para las empresas argentinas y para nosotros, los productores, no tiene límites”. Javier parte de un mundo súper conectado que demanda desarrollos “glocales”, es decir, globalizados pero con adaptaciones locales.

“Hoy no son las empresas grandes las que se comen a las chicas, sino que las empresas veloces avanzan por sobre las lentas, el dinamismo y la capacidad de aprendizaje son fundamentales para sobrevivir”, opinó Javier.

En este sentido es que ponderan el capital humano como “él capital, con mayúsculas, porque para adaptarse a cambios rápidos necesitás personal que acompañe, proponga y haga”, apuntó Javier.

Con la segunda generación en camino, para Fernando no será menos importante cómo congenien “la inquietud y el empuje de los milenials con su experiencia acumulada” de modo de consolidar una empresa que afronte el desafío de la gestión del conocimiento con tecnología y sin descuidar la sustentabilidad social y ambiental.

El desafío de la “carne boutique”

La ganadería surgió en Tecnocampo como una forma de sortear las dificultades que presenta la agricultura actual cerca de poblaciones. “Uno de los campos en Alta Gracia tiene población muy cerca por eso decidimos aprovechar una parte de cerro con pasto natural rodeada de barrios cerrados para un desarrollo ganadero”, explicó Fernando. Una especie de buffer o amortiguamiento entre el uso de fitosanitarios y la comunidad. Además, vieron la posibilidad de hacer usufructo de la planta de procesamiento de granos.

Así, en 2014 compraron 60 vaquillonas angus puras controladas con garantía de preñez y nació la Cabaña Los Cerrillos. Hoy tienen 250 madres puras controladas en la cabaña. “Ya estamos participando con toros en la exigente exposición de Jesús María, y también del Test del Río Quinto, donde participan 36 cabañas de Córdoba y Santa Fe que llevan los toros cuando tienen un año y pasan un año a pasto todos juntos; después se les hacen exámenes de ganancia de peso, calidad seminal, etc, y se establece un ranking”, contó Fernando.

El objetivo es terminar de armar el plantel, empezar con una presión de selección mayor para armar un plantel de puro controlado y estudiar, a futuro, la posibilidad de producir carne con un engorde a corral y, “por qué no, exportarla”.

Hace 3 años que participan de ferias internacionales de alimentos en Dubai (Emiratos Arabes), París (Francia) y Colonia (Alemania). “Cada año vemos un aumento en la oferta y demanda de carne proveniente de países que uno no los tiene en la mira como productores de carne. Por eso creemos que el nicho es importante, incluso más allá de la Cuota Hilton o la 481 (carne de feedlot). Nos gustaría apuntar a nichos, carne boutique para restaurantes, mercados más chicos y que busquen un diferencial”, concluyó Fernando.

Los beneficios de exportar la propia producción

“Nos transformamos en exportadores porque no queríamos que otros (los exportadores) se quedaran con parte importante de la ganancia, más en un mercado tan sensible como el de legumbres”, apuntó Fernando Amuchástegui, quien junto a su hermano Javier, fundaron Tecnocampo, consultado sobre el desafío de vender su propia mercadería al mundo.

Y agregó sobre lo que implica la exportación: “Hay muchos mitos al respecto pero se puede, no es fácil pero hay que empezar”.

“Siempre hemos sido pioneros en lo que hacemos y esa es una cualidad diferencial de la que estamos orgullosos, como lo fue cuando en 1992 iniciamos la siembra directa en la zona, o dimos los primeros pasos en agricultura de precisión y otras cosas en las que uno corre riesgos por ser pionero pero también obtiene sus ventajas y satisfacciones”, opinó Fernando.

“Siempre hemos tenido incorporada la mejora continua y la profesionalización de la empresa, muy metidos encima de las máquinas y las tareas en los campos para estudiar cómo podemos ir mejorando”, agregó Javier.