Hace menos de una década observábamos desde el palco los efectos del denominado “Cambio Climático” en Chile, la velocidad de las alteraciones climáticas en zonas templadas, que es donde desarrollamos la mayor parte de la fruticultura, es menor que en países de clima tropical. Sin embargo, y de acuerdo a los modelos del Profesor Fernando Santibañez, director del Centro Agrimed de la Universidad de Chile, se predecía un país más cálido, menos lluvioso, más propenso a tormentas y otros eventos extremos como heladas, además del avance de las zonas áridas.

Mientras la mayor parte de Chile se preparaba para celebrar un nuevo aniversario patrio en 2013, los agricultores de la zona central estaban a punto de enfrentar una de las peores resacas sin haber siquiera dado el primer pie de cueca.

Las pérdidas en kiwis alcanzaron cerca de un 50% de la producción, similares cifras se registraron en carozos; y en menor grado en uvas y arándanos, configurando así la peor helada de la fruticultura moderna chilena. Esta situación dio pie para la generación de políticas públicas, investigación y desarrollo de soluciones, por ejemplo, a través del Fondo de Innovación Agraria (FIA). De esta forma se avanzó en la evaluación y diseño de diversos sistemas anti-heladas, coberturas, o simplemente para establecer manejos apropiados post-helada.

En una mirada más global, el análisis del cambio climático es complejo de estudiar; un reciente artículo en Science deja establecidas las limitaciones que aún existen para entender el fenómeno, y cómo las actuales tecnologías satelitales nos permiten estudiar cambios a nivel de troposfera y dilucidar aspectos claves de la problemática.

 ¿Pero qué observamos hoy en Chile? 

Las temperaturas medias muchas veces no registran mayores diferencias con las históricas; sin embargo, hemos comenzado a vivir eventos climáticos anómalos extremos. Así, hemos registrado periodos cálidos en agosto determinando una temporada 2016-17 extremadamente temprana; sucesivas olas calor en verano- recordar los efectos de esto en los incendios forestales de 2017 – y otros factores más sutiles como el aumento de las horas sobre 80% de humedad relativa en verano que generó problemas en la condición de la uva de la zona central en 2015-16. Más allá de las pérdidas productivas directas, este tipo de eventos abren una segunda y tercera puerta, generalmente ambas negativas (luego explicaré que también pueden ser positivas), y refieren al impacto en la calidad de fruta y la susceptibilidad a enfermedades.

Un estudio muy reciente en Nueva Zelandia3 (NZ), caracterizó el efecto de la sequía sobre enfermedades en plantas. Como conclusión general, una sequía trae cambios medioambientales que favorecen otros estreses abióticos, como aumento de las temperaturas y CO2. El modelo predictivo señala que el impacto de la sequía depende si ésta ocurre en época de dispersión del patógeno afectando el potencial infectivo; pero si la sequía se extiende en épocas tardías de la fenología del cultivo el estrés del vegetal incrementa la expresión de la enfermedad  (reducido vigor y entrada en senescencia temprana). Para comparar con Chile, analicemos el caso de Ilyonectria/Dactylonectria spp. causante del pie negro de la vid, enfermedad que nos ha llevado a arrancar huertos que por edad no son susceptibles al patógeno; en ambos casos, Nueva Zelanda y Chile, el estrés térmico podría poseer un rol importante más allá de la sequía.

En la vereda opuesta estaría el caso de Sclerotinia sclerotiorum (esclerotiniosis del kiwi), las condiciones de baja pluviometría en Nueva Zelanda frenarían el desarrollo de la enfermedad; en Chile muestra algo similar, las dos últimas temporadas han sido de baja carga de este hongo (pre-cosecha), a diferencia de 2014-15 y 2015-16, donde la carga fue mayor en campo y postcosecha al igual que Botrytis cinerea.

A diferencia del kiwi, en términos de pudrición gris (B. cinerea), la uva de mesa muestra el comportamiento contrario, y a pesar de eventualmente mostrar menor carga en pre-cosecha, las temperaturas extremas en verano generan tejidos susceptibles a pudriciones, efecto registrado en la temporada recién pasada.

Sólo considerando datos exploratorios y abierto al debate, es probable que esta respuesta tenga que ver con la calidad de la fruta resultante bajo un verano de alto estrés térmico. La temporada 2016-17 presentó temperaturas históricas (37,4°C a las 16:31 horas, 25 enero 2017, Stgo.), resultando una madurez adelantada por un agosto y septiembre cálidos en 2016 determinando una cosecha rápida y limpia; 2017-18, mostraba buenos indicadores en términos de carga de inóculo, al igual que la temporada precedente, sin embargo, el resultado fue muy distinto con un verano caluroso, pero una primavera normal que no generó un adelanto en madurez, estableció una expresión de Botrytis en pre y postcosecha notoriamente mayor.

De forma indirecta como punto crítico de análisis, algo de este efecto se puede observar en términos de la materia seca acumulada a un mismo nivel de sólidos solubles en bayas, claramente fue menor en los dos últimos años, evidenciando un trabajo “incómodo” de las plantas. La vida en almacenaje refrigerado fue limitada no sólo por efectos de Botrytis, deshidratación acelerada de raquis y fruta de aspecto “cansado” fueron características descriptivas comunes para la uva 2017-18, ¿señales de senescencia?

Sin embargo, la realidad por especie es muy distinta, el comportamiento en acumulación de materia seca en kiwi ha sido superior los últimos años, pero al mismo tiempo la firmeza de pulpa promedio ha ido a la baja (lo que está complicando algunas guardas) al igual que la calidad cosmética, lo que nos genera una nueva gran pregunta sobre el impacto del cambio climático en la polinización.

El cambio climático ha llegado para quedarse, debemos saber leer sus efectos, cuando causará resultados negativos y cuando positivos, lo que se logra sólo a través de la captura de conocimiento a través protocolos de monitoreo estandarizados continuos, que entregan una mirada de corto plazo para caracterizar la temporada en curso y de largo plazo para generación de modelos predictivos.

A través del análisis profundo de dicha información se deben construir estrategias de mitigación de los posibles efectos negativos de las alteraciones climáticas, para mantener la fruticultura de nuestro país como un polo productivo sustentable. En este sentido, la experiencia del Programa de Monitoreo y Seguimiento de Huertos de Kiwi (Comité del Kiwi-Diagnofruit) se debe exportar de forma imperiosa a otras especies con el fin de establecer diversas bases de datos estandarizadas, que en el mediano plazo ayuden a entender el comportamiento particular de cada especie ante un escenario de clima variable y su relación con calidad y estatus fitosanitario de nuestras exquisitas y aún muy demandadas frutas.

Por Héctor Oyarzún, Fundador y gerente general de Laboratorios Diagnofruit.