Si el caso de los cuadernos fuera una obra de teatro o una ópera (merecería serlo), se podría decir que desde su estreno, y tras las primeras funciones, el impacto no ha sido el mismo en la platea y en la crítica especializada que en el superpulman y el gallinero. Encuestas y sondeos realizados hasta el miércoles pasado lo confirman.

El sismo que se registra en la dirigencia y en los medios difiere de lo que ocurre mayoritariamente en la popular. Hasta ahora. Una sociedad anestesiada y descreída de todo, como consecuencia de la orgía impune de hechos de corrupción de las últimas dos décadas, parece seguir con mucha desconfianza y moderada expectativa el desarrollo vertiginoso de la mayor causa conocida hasta ahora sobre los negociados entre funcionarios y empresarios.

Son percepciones iniciales de los que miden cada día la tarea del juez y del fiscal de la causa, pero podrían empezar a cambiar tras la abrumadora acumulación de pruebas que empiezan a asomar, junto con la caída y las confesiones de ejecutivos y dueños de grandes empresas a los que nadie imaginó con ver alguna vez tambaleantes en el banquillo de los acusados. El sistema parece crujir de verdad.

Mientras tanto, esas suspicacias y ese agnosticismo cívico tienen consecuencias políticas: a pesar de las evidencias que, como cataratas, surgen de la causa, allí se refugia buena parte de la dirigencia peronista del conurbano bonaerense para no romper y mantener vigente esa pareja abierta que desde 2013 viene formando con el kirchnerismo, con fogonazos de pasión swinger, frialdades de matrimonio por conveniencia y padeceres y placeres de prácticas sadomasoquistas. Esa sociedad política es el gran bastión que resiste ante los hechos y la gran usina que los pone en duda, hasta ahora con algún éxito. Es uno de los grandes motivos que impiden vislumbrar con certeza las derivaciones político-electorales de los cuadernos de la corrupción.

Un sondeo de circulación reservada de una de las principales encuestadoras, al que accedió LA NACION, reafirma la altísima desconfianza en la Justicia que mantienen los argentinos. Coincide en parte con otro publicado ayer por Clarín. Bastante más de la mitad de los consultados sobre la investigación surgida de los cuadernos afirman que "a la larga no pasará nada", aunque también muestra el interés con que se sigue la causa, ya que casi todos (más del 80%) de los que respondieron el cuestionario dicen que están al tanto del caso.

Contra una percepción ampliamente difundida en el "círculo rojo", la encuesta revela que solo poco más de la mitad consideran que "es cierto que los Kirchner recibían bolsos con dinero", aunque menos de un tercio se animan a afirmar rotundamente que "es mentira". Es el núcleo duro del kirchnerismo, que sigue firme aguantando el temporal aunque le lluevan valijas. Lo destacable es que no todos los que rechazan a Cristina la condenan: casi un cuarto prefiere no contestar o decir que no sabe.

No debería llamar la atención, entonces, la aparición, anteayer, de Máximo Kirchner en clave de campaña, pero también de contraofensiva preventiva, justo cuando arrecian las versiones de que las causas por corrupción también serán parte de la herencia que le ha tocado. Sus funciones al frente de los negocios familiares, primero, y su rol en el poder político tras la muerte de su padre empiezan a estar bajo la lupa a partir de ciertos indicios que aparecen en las investigaciones en curso y de algunas declaraciones crípticas escuchadas la semana pasada, que aludirían al diputado nacional e hijo del matrimonio presidencial.

También en este escenario cambiante se inscribe la reciente (y, en apariencia, paradójica) reafirmación de los principales intendentes del conurbano de su disposición a jugar con Cristina, pero con la condición de mantener cierta libertad de movimientos, sin quedar pegados al camporismo ni al cristinismo no peronista. Por eso algunos estuvieron en el acto de Ensenada del sábado y, al mismo tiempo, preparan otro que los acerque tanto como los diferencie.

La política líquida es muy funcional en tiempos inciertos. Una encuesta previa a la aparición de los cuadernos que circuló por los despachos oficiales y por los de algunos conspicuos dirigentes peronistas bonaerenses sigue pesando hasta la aparición de otra medición que pueda mensurar con más certeza el impacto de las pruebas y las evidencias en el electorado del conurbano.

En varios de los más grandes distritos el sondeo le daba a la expresidenta una ventaja de 15 puntos sobre Mauricio Macri y algo menos de la mitad sobre María Eugenia Vidal. Eso reactivó en el oficialismo las especulaciones sobre algunas posibles ingenierías electorales para 2019, que incluyen una mayor disposición a evaluar con amplitud si les conviene tener elecciones anticipadas, desdobladas o unificadas. Por ahora son solo ejercicios esperando que pase el temblor, como diría Soda Stereo.

Lo cierto es que, aunque la situación judicial de Cristina se complica a velocidad supersónica, no se advierten fugas masivas y ningún senador peronista se avergonzó por haber demorado otra semana la autorización, pedida por Bonadio, para allanar sus domicilios. Ni hablar del desafuero, aunque muchos ya se preguntan cuánto más podrán resistirlo si la causa de los cuadernos sigue con el alud de arrepentidos que en cada declaración le sacan una mano más de pintura a su retrato imperial.

Por eso, buena parte de los propagandistas de Cristina y de los justificadores intelectuales de la política a oscuras han moderado sus cuestionamientos a los cuadernos para empezar a alertar sobre los riesgos de colapso del sistema político y económico del país a causa de lo que de esas anotaciones se ha ido comprobando y ampliando. Falsos defensores de un supuesto interés nacional que pregonan apocalipsis rogando por su salvación personal.

Soluciones peronistas para Macri

Aunque parezca ajeno, todo eso está demasiado ligado con las urgencias económicas del Gobierno. Además de tratar de controlar las consecuencias negativas que el caso de los cuadernos pueda tener sobre las cuentas públicas y la actividad privada, el oficialismo tiene como objetivo cada vez más urgente definir el presupuesto para 2019 y lograr acuerdos que le permitan aprobarlo. El FMI, que vuelve esta semana al país, sigue con mucho interés y preocupación este tema. No será sencillo avanzar, aunque quizás el contexto pueda ayudar al Gobierno.

La economía que cruje y la corrupción estruendosa no le dan ventaja a nadie. Por el contrario, el cuestionamiento creciente a los políticos sin distinciones hace que ningún espacio o dirigente sume con las desgracias ajenas. Y a nadie le sobra poder de veto. Por eso, el Gobierno podría lograr la aprobación en Diputados del ajuste expresado en el presupuesto que debe llegar al Congreso en menos de un mes. Solo tendría que procurarse del quorum. Con eso, apenas necesitaría sumar para su causa a unos pocos diputados de otros bloques. Las ausencias harían el resto. Así, la oposición le daría la herramienta que necesita Macri sin pagar el costo de la adhesión ni el precio del obstruccionismo. En eso andan las conversaciones mientras pasan las hojas de los cuadernos. Ya se lo han hecho saber algunos peronistas que no lamentan las desgracias de Cristina, sobre las que aguardan muchas novedades esta semana.

La sociedad los mira a todos con moderada expectativa y suficiente escepticismo, a la espera de soluciones tangibles, resultados concretos y culpables en prisión. La edad de la inocencia terminó hace mucho.