El rechazo del Senado a la despenalización del aborto que había aprobado la Cámara de Diputados solo cierra, por ahora, el debate parlamentario de un proyecto de ley, pero no concluye con las discusiones que abrió ni tampoco se vuelve a la situación desde donde arrancó, aunque en términos legales todo siga igual que antes.

El resultado del Senado no debería sorprender y hasta podría decirse que no cabía esperar otro desenlace si se mirase desde la perspectiva que ofrecía el escenario político y social a principios de este año, antes de que la arrasadora ola femenina y juvenil a favor de la legalización lograra instalar la cuestión. Pero desde aquel momento hasta anoche pasaron demasiadas cosas que permitieron poner en duda certezas inalterables.

Empecemos por el final. Nadie hubiera imaginado entonces que el no cosecharía entre los senadores apenas unos votos más de los necesarios para rechazar la iniciativa y que quienes estaban en contra debieran extremar los esfuerzos para llegar a este resultado. Mucho menos podría haberse augurado que dividiría tan transversalmente (aunque no tan geográficamente) a casi todos los bloques. La mayoría antiabortista se vislumbraba absoluta en la Cámara alta.

Es difícil encontrar hoy un consultor de opinión pública riguroso e independiente que pueda armar un equipo de espacios políticos ganadores y otro de perdedores.

Es más: hace apenas unos meses nadie hubiera pronosticado sin un buen margen de dudas que la legalización (no la despenalización) sería aprobada por Diputados. Mucho menos si se tiene en cuenta que su debate fue obturado durante los 12 años de gobiernos kirchneristas, que cuentan como sus mayores logros la ampliación de derechos. Y menos aún con un papa argentino.

Es difícil encontrar hoy un consultor de opinión pública riguroso e independiente que pueda armar un equipo de espacios políticos ganadores y otro de perdedores.

Esa es la razón por la cual Macri y su núcleo duro (no así muchos macristas originarios y buena parte de los socios de la coalición electoral) celebran la decisión de haber abierto el debate.

Que no pueda hablarse de ganadores en términos político-electorales no significa que la decisión de la habilitación de la discusión impulsada por el Presidente y el tratamiento legislativa no tenga efectos. Y esa consecuencia no sólo es que el tema haya sido discutido en el Congreso, sino también en el seno de toda la sociedad. Aunque ese ya es un cambio mayúsculo.

El primer efecto objetivo es que se puso en lo más alto de la agenda pública un tema casi tabú, reducido al diálogo de minorías, y que eso permitió escuchar una profusión notable de argumentos para que cada legislador y sobre todo los ciudadanos que los elegimos podamos fundar nuestras opiniones sobre un asunto de interés público.

El primer efecto objetivo es que se puso en lo más alto de la agenda pública un tema casi tabú, reducido al diálogo de minorías, y que eso permitió escuchar una profusión notable de argumentos para que cada legislador y sobre todo los ciudadanos que los elegimos podamos fundar nuestras opiniones sobre un asunto de interés público

Tanto o más importante es la admisión unánime a la que se arribó luego de este debate acerca de que el aborto es un problema real que no puede ocultarse ni eludirse. La discusión que falta saldar ahora no es menor: ¿cómo se resuelve? En tal sentido, se destaca que muchos que votaron o se expresaron contra la legalización se manifestaron a favor de una despenalización expresa para la mujer que aborte.

También quedan heridas. Por un lado, ahondó y consolidó el distanciamiento de la Iglesia con el oficialismo, más allá de que muchas de sus principales figuras, como el propio Macri, la vicepresidenta Gabriela Michetti , la gobernadora María Eugenia Vidal y la mayoría de los legisladores de Pro se haya manifestado contra la legalización.

La grieta atraviesa ahora a sectores del macrismo, aunque nadie aventura que el tema, por sí solo, vaya a alterar, salvo marginalmente, la base de sustentación. Habrá que ver, no obstante, la evolución del desenlace porque se trata de una cuestión que donde más interés e intensidad despierta es en los sectores urbanos donde el oficialismo tiene buena parte de sus apoyos.

Las diferencias atraviesan, igualmente, al espacio en el que se unen organizaciones sociales laicas y clericales. Haber introducido esa cuña resulta indigerible para un Episcopado que lleva el ADN de Francisco. De todas maneras, en este sector, como en el macrismo, es dudoso que lo accesorio afecte lo principal.

También quedan heridas. Ahondó y consolidó el distanciamiento de la Iglesia con el oficialismo, más allá de que muchas de sus principales figuras, como el propio Macri, la vicepresidenta Michetti , la gobernadora Vidal y la mayoría de los legisladores de Pro se haya manifestado contra la legalización.

La unidad casi monolítica del kirchnerismo a favor de la legalización solo cristalizará los apoyos que tenía. Para el resto del peronismo queda la reafirmación de la ausencia de liderazgos indiscutidos.

Por todo eso, la gran certeza que ahora cuenta, cerrado este debate parlamentario, es que el resultado no concluye con la cuestión. Es casi un hecho que volverá a tener centralidad durante la campaña electoral del año próximo, tanto como que se da por hecho que la discusión volverá al Congreso con la conformación que surja de esos comicios. O antes, cuando se debata la reforma del Código Penal que está en marcha.

Algo ya cambió definitivamente.

Por: Claudio Jacquelin