Hay un viejo debate entre los economistas: ¿es posible basar el desarrollo de un país en la explotación de sus recursos naturales? O, por el contrario, constituyen finalmente una pesada mochila, que impide la construcción de una sociedad moderna, pujante y más igualitaria.

Ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario…dirían los de Corea del Medio con su estéril gambeta en el mediocampo. La realidad es que los recursos naturales existen, son una fuente de riqueza, empleo (muchas veces en zonas remotas), divisas (que siempre escasean, pruebas al canto) y en última instancia salud macroeconómica. Suficiente para justificar una apuesta digna.

En este debate se inscribe la cuestión del litio, el llamado “oro blanco” del siglo XXI. El litio fue encontrado hace exactamente 200 años por un químico sueco, investigando la composición del producido por una extraña mina de petalita en la isla de Uto. Encontró que al someterlo a la llama tomaba un prometedor color rojo brillante.

Desde entonces, se le fueron descubriendo distintas propiedades y aplicaciones, desde lubricantes hasta medicinales. En este caso, es conocido su rol neurológico, y se receta para atacar el trastorno bipolar. Sólo por esto, debiera ser objeto de atención entre los argentinos, tan proclives a los bandazos.

Chascarrillos aparte, la realidad es que el litio cobró nueva vida cuando se descubrió que podía ser utilizado para el almacenaje de energía. Por su alta capacidad, bajísimo peso (la mitad que el agua y 20 veces más liviano que el plomo) y velocidad de recarga, las baterías de “Li-Ion” comenzaron a usarse en teléfonos celulares, computadoras y otros artefactos electrónicos.

Pero la verdadera explosión llegó con el auto eléctrico, donde siempre las baterías fueron el cuello de botella. La humanidad ya se había puesto de acuerdo en dar las hurras y firmarle el acta de defunción al petróleo. Después de prestarle ingentes beneficios a la revolución industrial del siglo XX, donde fue palanca de desarrollo, y también de guerras que se prolongan hasta nuestros días) el “oro negro” parece llegar a su ocaso. Y no porque se esté por agotar, sino por la convicción científica de que antes que se acabe el petróleo se acaba el aire. El calentamiento global es el principal desafío ambiental del planeta. “Al fin y al cabo, la Edad de Piedra no se acabó por falta de piedras”, dice el experto argentino Marcelo Iezzi.

Y así como el acero sustituyó a las piedras en la Edad de Hierro, es probable que el litio sea la piedra filosofal de un mundo sin petróleo. Su precio se duplicó en los últimos cinco años. El carbonato de litio vale ahora 14.000 dólares la tonelada. La mayor demanda viene de la “megafactory” que construyó Elon Musk en el desierto de Nevada. Asociado a Panasonic, invirtieron más de 5.000 millones de dólares para construir la fábrica de baterías que alimentan los autos Tesla.

Y Tesla Motor no está sola. Ya es la compañía automotriz de mayor valor bursátil de los Estados Unidos, habiendo superado el año pasado a General Motors y Ford, nada menos. Pero los contrarios también juegan: los japoneses de Nissan lideran las ventas de autos eléctricos, Toyota y Honda no le dan respiro. La propia GM está lanzando su propio modelo, también Ford y las europeas BMW, Mercedes Benz, Audi y siguen las firmas. Todas ellas, hoy, dependen de las baterías de litio. Y ellas… dependen del litio.

Hay un “triángulo del litio” que abarca el páramo andino de Bolivia, noroeste de Argentina y norte de Chile. Allí están el 85% de las reservas mundiales, a flor de tierra, en grandes salares que prometen una explotación a costos competitivos. Se han convertido en un polo de atracción para inversores de todo el mundo.

Algo de esto está impactando en la Argentina, con reservas de litio estimadas en 7 millones de toneladas. Un valor potencial de 100.000 millones de dólares. Pero –dicen los chinos-- un camino de mil millas se inicia con un primer paso.

Ya existen algunos yacimientos en explotación, con una producción de 140.000 toneladas anuales. Por la cañería viene avanzando una burbuja de 1500 millones de dólares para nuevas inversiones. No solo en la extracción del metal blanco, sino en la cascada de valor. El propio gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, encabezó una misión a Italia y vino con una fábrica de baterías bajo el brazo, con una inversión de 45 millones de dólares. Un buen paso adelante.

A nivel regional, la oportunidad es enorme. Y el momento es ahora. La Argentina no puede darse el lujo de dejar de explotar sus recursos naturales. Sobre todo cuando se alinean en la dirección que reclama la sociedad global, que votó enfáticamente por la sustentabilidad. El litio se ha convertido en el rey del nuevo paradigma.

Desde el lado de las políticas públicas, tanto a nivel nacional como provincial (la provincia es la dueña del recurso, en este caso el litio), la clave es generar un ambiente competitivo. Y el primer paso de la competitividad es la seguridad jurídica. El segundo es la estabilidad macroeconómica.

Lo que también conviene tener en cuenta es que el rey litio no reinará indefinidamente. De nuevo: el momento es ahora. Ya existen nuevos materiales, como el grafeno, cuyos promotores dicen que lo supera en prestaciones. Pero a la larga moriremos todos. Hasta la soja, que hizo a la Argentina un país viable (aunque no todavía vivible), está amenazada por el movimiento vegano, que nos propone un mundo sin carne. Y la soja es el principal alimento de todo bicho que camina y va a parar al asador.