Hubo un tiempo en el que las cosas se hacían sin evaluar demasiado las consecuencias. Así, desde la Revolución Industrial en adelante. Ciudades grises, teñidas por el humo, vapores y grasa de las fábricas. Hoy, casi tres siglos después, está claro que toda acción tiene consecuencias y que esas consecuencias deben ser tenidas en cuenta y minimizadas para cuidar el ambiente y contar con el aval social.

Con la intensificación, la producción agropecuaria también quedó bajo la lupa. En las producciones pecuarias los animales generan un volumen importante de desechos. El desafío hoy es transformarlos en insumo: por ejemplo, bioenergía o biofertilizante.

“Nadie me lo contó, siempre tuve que hacer yo las cosas y siempre busqué algo más, porque mi preocupación constante fue y es el recurso suelo, siempre pensé que lo inagotable no es la agricultura, sino el suelo”, disparó, contundente, el productor santafesino Rubén Alcaráz.

Alcaráz se crió en San Justo (260 km al norte de Rosario), donde su padre tenía un almacén pero también tenían tambo, invernada, agricultura, transporte y acopio de cereales, “un poco de todo”. Cuando tenía 17 años y de manera repentina falleció su padre y la vida le cambió drásticamente. “Cuando terminé la secundaria no tuve otra opción más que ponerme a trabajar”, relató. Ese corto tiempo de estudios no le impidió que con su avidez por el conocimiento fuera avanzando en desafíos y proyectos.

Eran los años 80. Estaba surgiendo el cultivo de soja, los fertilizantes y la labranza vertical. Luego, también, la siembra directa. Zona de campos clase 1 a 4, planos pero también quebrados con pendiente hacia dos ríos: el Saladillo (amargo) y el Reconquista (dulce). La zona supo ser la puerta para la invernada que se hacía en el norte santafesino. De ahí salía la cría que iba al norte a engordarse. Sin embargo, con la directa y la soja todo se fue agriculturizando.

Actualmente, trabaja unas 300 hectáreas propias y 250 alquiladas. Hace tres años empezó con una rotación fija logrando mejoras importantes en la generación de cobertura. Un 35% de trigo sobre el que se siembra maíz de segunda, un 35% de soja de primera y un 30% de maíz de primera. El trigo tiene un rendimiento promedio de 3000 kg/ha, el maíz de 2da. 6000 kg/ha, el maíz de 1ra. 6800 kg/ha y la soja 2600 kg/ha. “Estos rendimientos pueden subir un 40% si el año es bueno climáticamente”, advirtió el productor.

En 2005/06 Alcaráz se fue a Uruguay a probar suerte porque “en Argentina el negocio no cerraba”. Sin embargo, en 2008, luego del conflicto por las retenciones móviles desembarcó un aluvión de empresas argentinas en Uruguay y los números se dispararon. “Campos que teníamos arrendados en 60 dólares terminamos subalquilándolos por 200, ya no se podía seguir produciendo”, recordó Alcaráz.

“El número de la soja y el maíz solos no cerraba, por eso me puse a buscar alternativas y vi en las cooperativas porcinas de Brasil una opción para agregar valor y tener un retorno en 170 días”, explicó. Y agregó: “Pero allá también vi el manejo de efluentes que hacen, que no es un tema menor pensando en una producción tan intensiva”. Un número que Alcaráz se acuerda siempre es que una cerda madre y su prole en cautiverio generan nutrientes suficientes para producir 6 toneladas de maíz al año.

Hoy todo el maíz que produce se lo consumen cerdos, la soja se canjea en una planta de extrusado para alimentar a los cerdos y el trigo se vende a la exportación o la molinería.

“Cuando estábamos evaluando factibilidad del proyecto para producir carne de cerdo surgió la posibilidad de reproducir genética para la empresa Choice Genetics y hoy estamos vendiendo a más de 100 clientes en 10 provincias además de exportar lechoncitas de selección a Bolivia, somos la única granja haciéndolo y es un orgullo”, resaltó Alcaráz.

En 2012/13, después de evaluar cómo trabajaban con efluentes en Brasil y en Francia y recabar información de muchos sitios, Alcaráz se decidió por la tecnología de vaporizar los efluentes en un sustrato de origen celulósico (aserrín y cáscara de arroz) que retiene todas las partículas de materia orgánica que son beneficiosas para el suelo: fósforo, azufre, potasio y nitrógeno. “Los efluentes son transformados en una enmienda orgánica higienizada por temperatura gracias al compostaje”, resumió el productor.

“Las bacterias de eses y orín de seres monogástricos actúan sobre la celulosa generando una reacción bacteriológica y levantando temperatura que hace que ese aserrín y cáscara de arroz se transformen en un sustrato de color negro con un 25% de materia orgánica, 20% de carbono, 20% de fósforo, 20% de nitrógeno y 15% de potasio”, explicó Alcaráz.

Actualmente, tiene 250 cerdas madres que producen unos 30 lechones por año. Cada cerdo en cautiverio –sin importar su categoría- genera 8 litros de efluentes por día. Dependiendo las ventas que hayan hecho en “Don Darío” (así se llama la granja) generan entre 18.000 y 20.000 litros de efluentes por día. Todo va a un tanque subterráneo de 80.000 litros y se composta al día siguiente.

Conducido por caños y mangueras ese efluente llega a la máquina diseñada en Argentina a medida para mezclar y regar ese efluente sobre el aserrín y la cáscara de arroz. Dos datos del proceso que relató Alcaráz: “Ni bien toca el aserrín el efluente pierde ese fuerte olor a amoníaco que trae y es recién al cuarto día que el aserrín absorbe bien el líquido y empieza a generar temperatura que va hasta los 70 grados”.

Vale recordar que el 95% del efluente que se vierte es agua que se evapora. Entonces, de aquellos 18.000 litros iniciales, sólo un 5% se va a fijar como nutriente. Pasando en limpio: lo que sale es un metro cúbico de compost que pesa unos 550-600 kilos.

“La idea es crear las condiciones para que la compostera sea una fábrica, que todos los días haya las mismas condiciones ambientales que permitan lograr un producto homogéneo”, relató Alcaráz.

Este formato es muy superador, distinto, del habitual en el que se almacenan desechos a cielo abierto y luego se esparcen como fertilizante con una estercolera. Sin embargo, Alcaráz advierte que esta técnica no soluciona la proliferación de olores, ni moscas, ni contaminación de napas porque las heces crudas contienen virus y bacterias que se diseminan por el campo.

A futuro, Alcaráz se entusiasma: “Creo que esta transformación maravillosa que ocurre con los efluentes porcinos también podría lograrse con los desechos humanos, porque ambos son monogástricos, va a ser la única forma de controlar la carga bacteriana de los desechos”, explicó. Y apuntó que en Rumania ya lo hacen y lo aplican a remolacha azucarera, maíz, colza.

Al poner bajo la lupa el negocio porcino en sí, Alcaráz advierte que “está muy complicado”. Y se explaya: “Un productor de mediana tecnología está perdiendo entre 4 a 5 pesos por kilo producido porque tiene muchos componentes como núcleos y fármacos que están dolarizados y el precio de la carne que vende es en pesos”.

Así, según el productor, le línea de flotación, para salir hechos, hay que producir 4000 kilos de carne por madre/año, y destetar 35 lechones.

“El mercado de genética está un 40% por debajo de lo que veníamos vendiendo pero así como hay muchas granjas de 100 madres o menos que cierran u otras que no compran también hay muchos desarrollos grandes en construcción que podrían apuntalar la producción”, concluyó.

Biofertilización: De la granja al lote

Desechos convertidos en insumos. El gran desafío de las industrias “limpias” del siglo XXI. En el esquema de Rubén Alcaráz, el efluente de su granja porcina convertido en compost podría mejorar la composición de los suelos pobres en materia orgánica pero además incorporar nutrientes.

“En trigo estoy aplicando al voleo en post-emergencia a razón de 0, 500, 1000 y 1500 kilos por hectárea”, contó Alcaráz. Y agregó: “No hay ninguna información a nivel país sobre enmiendas orgánicas con estos niveles de materia orgánica, Carbono, Fósforo, Nitrógeno y Azufre, por esto hay que arrancar de cero evaluando resultados y potencialidades”.

“Todo esto tiene validación en otros países pero ahora, como es algo nuevo en Argentina necesita de la validación con especialistas locales, por eso estoy por firmar un convenio con la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Esperanza (Santa Fe) para ver qué resultados se pueden obtener con este compost en la recomposición de suelos”, contó. Y agregó: “Vos te imaginás que si a suelos con 1% de materia orgánica podemos subirle a 1.5 ó 1.8% es algo muy difícil de lograr con agricultura”.

Además, el Conicet hará análisis sobre residuos farmacológicos en el compost como también sobre la carga bacteriana de patógenos de enfermedades compatibles con el ser humano. En Francia se analizó y se determinó que la mayor carga de fármacos residuales queda en la carne, no en el orín o en las fecas.