Esas preguntas no tienen respuesta todavía, luego de dos días en los que las variables financieras recuperaron cierta calma. El precio de la crisis ha sido alto, demasiado alto, y eso que no han llegado aún para la economía real las consecuencias de lo que sucedió en estos días. Mauricio Macri sabe que en la resolución de la crisis se jugará su reelección o, al menos, el final sereno de su actual mandato.

Nada es como era. La reelección segura en primera vuelta es una certeza que ya no existe. La pauta de aumento salarial del 15 por ciento es una nostalgia, que Hugo Moyano enterró ayer, cuando consiguió una suba salarial para su gremio del 25 por ciento anual en tres cuotas. La meta de inflación del 15 por ciento para 2018 se duplicó (estará entre el 27 y el 30 por ciento). Las perspectivas de crecimiento del país se encogieron del 3 por ciento a un virtual estancamiento en el curso de este año. Los resultados de la crisis cambiaria tendrán necesariamente un correlato en la relación de fuerzas política.

El nuevo presidente del Banco Central, Luis Caputo, puso su experiencia en los bancos al servicio del control de la crisis cambiaria. Macri cambió el inmejorable nivel académico de Federico Sturzenegger y Lucas Llach por la experiencia en el campo de batalla de Caputo. La solución de Caputo para el caso de las Lebac no será indolora. Tasas del 47 por ciento sirven para secar la plaza de pesos (para que no se vayan al dólar), pero dejan la economía sin crédito. Hubo experiencias anteriores de tasas muy altas. Mario Blejer suele recordar que en la crisis de 2001, cuando él era presidente del Banco Central, llegó a fijar tasas del 140 por ciento, pero por un tiempo muy corto. El tiempo debe ser necesariamente corto, salvo que se elija una parálisis súbita de la economía a cambio de tranquilizar la ansiedad por el dólar.

Nunca como en estos días, y con el caso argentino, se vio con tanta nitidez la diferencia entre los factores políticos internacionales y los mercados. Es difícil encontrar en la historia reciente un presidente argentino que haya recibido tanto apoyo de los principales líderes internacionales y de los organismos multilaterales de crédito. Hasta el poderoso G-7, el club más selecto de países industrializados del mundo, lo recibió en Canadá. La jefa del Fondo Monetario, Christine Lagarde, agotó el repertorio de elogios a Macri y a la economía argentina. Pero los mercados opinan otra cosa. Los inversores extranjeros fueron los primeros en advertirle a la administración de Macri que no habría más créditos durante este año después de los 9000 millones de dólares que Caputo consiguió en enero pasado. Inversores locales y extranjeros cambiaron sus bonos en pesos por dólares. Luego se llevaron los dólares del país.

Ese desacuerdo entre la política y los mercados por el caso argentino detonó la bomba que Cristina Kirchner le legó a Macri en diciembre de 2015. El artefacto explosivo existió siempre, aunque al principio fue posible la ilusión de que había sido desactivado sin producir desastres mayores. Fue solo una ilusión. La creó el momento especial en que asumió Macri, cuando las tasas de referencia de los Estados Unidos estaban muy bajas, había una enorme liquidez en los mercados financieros internacionales y el presidente argentino era una buena novedad política en un mundo cargado de malas noticias. Los datos macroeconómicos estaban muy parecidos a diciembre de 2015, cuando las cosas cambiaron drásticamente. Subieron las tasas en los Estados Unidos, los inversores se volvieron más fastidiosos y, al fin y el cabo, todas las novedades terminan extenuadas en algún momento. Podrá decirse que Macri no preparó su gobierno (y su país) para la adversidad internacional, pero también es cierto que los márgenes políticos y sociales con que contaban eran muy estrechos. No pudo, en síntesis, escaparle al destino que, según el lúcido intelectual Pablo Guerchunoff, le aguarda a todo gobierno no peronista: un mundo difícil e ingrato. Al revés, documentó Guerchunoff, los gobiernos peronistas cuentan siempre con vientos internacionales a favor.

El desafío de Macri es ahora suturar cuanto antes las heridas producidas por la crisis. Para eso, debe controlar de una buena vez la corrida cambiaria y frenar la escalada inflacionaria. Algunos economistas estiman que la inflación de junio podría estar por encima del 3 por ciento. Moyano ha conspirado mucho contra Macri, pero el Presidente debería ahora estarle agradecido por haber firmado un convenio salarial con un 25 por ciento de aumento. El propio Gobierno advierte que la inflación de este año no bajará del 27 por ciento. De todos modos, la mayoría de los gremios, si no todos, incluyeron en sus convenios salariales una cláusula que equiparará los aumentos salariales con la inflación final del año.

Aquellos dos objetivos, controlar el dólar y frenar la inflación, explican los cambios en el gobierno de Macri. Caputo se hará cargo (ya se está haciendo) de cambiar la tendencia alcista de la moneda norteamericana. Pocos ministros eran más respetados por Macri que Juan José Aranguren, pero no podía hacer este lo que no le gusta ni sabe hacer. Esto es: confeccionar otro programa de actualización de las tarifas de servicios públicos. ¿Cómo les explicaría Aranguren a los empresarios de servicios públicos una política diferente cuando se pasó más de dos años diciendo todo lo contrario? Lo cierto es que el prorrateo de las tarifas, o un ritmo de aumentos más lento, es una necesidad ahora para bajar la presión sobre la inflación. Francisco Cabrera es un amigo personal de Macri de muchos años, pero era evidente que la relación con los formadores de precios necesitaba de una palabra más profesional. El economista Dante Sica, que reemplazó a Cabrera, es un experto en industria que conoce a casi todos los empresarios que deciden sobre el valor de las cosas.

El peronismo tomó nota de la debilidad de Macri. La pregunta sin respuesta es si aprovechará el momento para demostrar que está dispuesto a cambiar su historia o si reaccionará de acuerdo con su rutina tradicional, es decir, si usará el momento para debilitarlo aún más. La prueba estará con el tratamiento parlamentario del presupuesto para 2019, el último del actual mandato de Macri. Ya se escuchó decir a algunos legisladores peronistas que los presupuestos de Macri han sido, hasta ahora, expresiones de deseos no cumplidos. Y que esta vez serán más incisivos en el tratamiento de la ley fundamental del Estado.

La pelota cae de nuevo sobre el tejado de los gobernadores peronistas. Son ellos, en última instancia, los que salvarán a Macri ordenando la aprobación de su presupuesto más crítico, porque en su interior estarán los compromisos con el Fondo Monetario. O no lo salvarán. Sergio Massa decide siempre a última hora, cuando ya el partido está casi terminado. Y el cristinismo dirá que no, como es previsible que diga mientras Macri sea presidente.

La economía cambió la política. Ninguna de estas incertidumbres políticas existiría si no existiera la crisis cambiaria que tiene a maltraer al Presidente. La parte nueva de Macri que se vio en estos días es que, al revés de lo que se piensa de él, reaccionó como un proverbial jefe político. Cambió políticas, despidió a amigos, nombró a personas desconocidas para él, pero con prestigio, aceptó con resignación el predominio de lo inesperado y se acomodó a las nuevas condiciones. La política es así: imprevisible, repentina. Resistirse a sus mañas es siempre una vana gestión.