Jorge Luis Borges, en su célebre cuento "Pierre Ménard, autor del Quijote" ( Ficciones, 1944), evoca un escritor del siglo XX cuya obra cumbre fue reproducir los capítulos 9 y 38 del Quijote en forma exacta, letra a letra y coma a coma, pero negando que fuera una copia. Con agudeza y humor, Borges señala la gran diferencia que existe entre narrar las aventuras del Ingenioso Hidalgo en 1605 y redactar el mismo texto en pleno siglo XX, después de 300 años, en un contexto histórico completamente distinto. Aunque se diga lo mismo, ya no es lo mismo.

El 25 de mayo de 1973 asumió la presidencia de la Nación el delegado de Perón Héctor J. Cámpora. En un extenso mensaje al Congreso, formuló las políticas de "liberación nacional" que intentó aplicar durante sus 49 días de gobierno. Todos los lugares comunes de la épica tercermundista están contenidos en aquellas 77 páginas:

" La Argentina se ha convertido en un campo de saqueo de los intereses extranjeros. Al tiempo que los empresarios nacionales se hallan postrados, jaqueados por la quiebra y por la desigual competencia de los monopolios, el Estado asiste impávido al triunfo de lo extranjero sobre lo nacional.

"El control del sistema financiero por el interés externo determina que los planes de expansión de la economía argentina y los planes sociales de asistencia popular queden rezagados a favor de la penetración del capital extranjero. Todo ello se agrava con el elevado monto de la deuda externa".

A renglón seguido, quien fue llamado el Tío por los montoneros que lo rodeaban, anunció una amplia amnistía que provocó la inmediata apertura de cárceles y la liberación de presos políticos, desde terroristas con sentencia firme hasta el célebre capomafia corso François Chiappe.

El viernes pasado, en el acto en la Plaza de Mayo convocado bajo el lema "La patria está en peligro", los organizadores dieron lectura a un documento con denuncias casi idénticas.

"Rechazamos los acuerdos de Macri con el FMI, su modelo de dependencia política y económica con las grandes potencias extranjeras que están reeditando en nuestro continente un plan sistemático que solo ofrece a las mayorías populares un destino de miseria planificada. Rechazamos el endeudamiento externo que significa una cadena de dependencia sobre nuestro pueblo.

"Rechazamos los acuerdos de libre mercado que Macri y los gerentes corporativos que gobiernan la Argentina mendigan por Estados Unidos y Europa. Rechazamos la apertura irrestricta de las importaciones, el fomento de la concentración económica en un puñado de multinacionales y la matriz especulativa con la que intentan destrozar el aparato productivo e industrial.

"Seguiremos exigiendo la inmediata libertad de todos y todas los presos y presas políticas de la Argentina".

Desde entonces, los llamados "presos políticos", como Lázaro Báez, Julio De Vido, José López, Ricardo Jaime, Cristóbal López, Fabián de Souza, Roberto Baratta, Omar "Caballo" Suárez, Juan Pablo "Pata" Medina y Marcelo Balcedo, entre otros, están a la espera de que también las cárceles se abran para ellos. Gracias a la actitud solidaria de artistas, actores y docentes que cambiaron su calificación penal de defraudadores del Estado por heroicos presos políticos.

Los literatos que redactaron la "proclama popular" leída en ese acto no tenían mucha imaginación y, como atajo, buscaron inspiración en algún viejo ejemplar de El Descamisado, Evita Montonera o La Causa Peronista, sin preocuparles el anacronismo de sus reivindicaciones, 43 años más tarde. Como Pierre Ménard, autor del Quijote.

En 1973, estaba en curso la Guerra Fría entre las dos superpotencias; Fidel Castro era el promotor de guerrillas en América Latina con el apoyo tácito de la Unión Soviética, mientras Estados Unidos actuaba en la región en sentido opuesto. El chileno Salvador Allende era el primer presidente comunista elegido por voto popular y asistió, junto al de Cuba (Osvaldo Dorticós), a la asunción de Cámpora. En 1969 se había firmado el Pacto Andino, proteccionista y de inspiración "antiimperialista". En 1973 todavía se combatía en Vietnam, en la URSS gobernaba Leónidas Brezhnev y en China, Mao Tse-tung. En Estados Unidos, el escándalo de Watergate. Pasaron 43 años.

Los redactores de "La patria en peligro" olvidaron que el Muro de Berlín cayó en 1989 y que todos los países que estaban bajo la órbita de Moscú hace casi 30 años que prosperan con sistemas democráticos y capitalistas. Los principales integran la UE y la OCDE, aceptando las reglas del libre mercado como pivote de crecimiento.

La República Checa tiene la distribución de la renta más igualitaria de Europa, al nivel de los países nórdicos. En cuanto a Polonia, su "milagro económico" está dejando a Ucrania sin fuerza laboral, por la continua "fuga" hacia la patria de Chopin. Eslovaquia ha introducido reformas que la convierten en una potencia industrial en el sector automovilístico.

Mao Tse-tung falleció en 1976. Dos años después, Deng Xiaoping introdujo el "socialismo con características chinas", eufemismo para no hablar de capitalismo. China es ahora la segunda potencia mundial, con un crecimiento promedio del 10% anual. Mediante la economía de mercado, China sacó de la pobreza a 68 millones de personas en los últimos cinco años.

La República Socialista de Vietnam crece exponencialmente a partir del Doi Moi de 1986 ("renovación"), que abrió el país a la iniciativa privada, a la inversión extranjera y a la competencia externa. Vietnam se incorporó a la OMC en 2007 e integra la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático. Esas medidas no han destruido su economía, como presagian los augures de la "patria en peligro", sino que han favorecido su desarrollo.

En América Latina, las cuatro naciones fundadoras de la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, México y Perú) representan el 40% del PBI de Latinoamérica y, a diferencia del pretérito Pacto Andino, se unieron para mejorar su competitividad internacional para comerciar sin proteccionismo y son miembros de la OCDE.

La República de Chile, que en 1973 era uno de los países más atrasados de la región, desde que introdujo reglas de libre mercado y ha abierto su economía al mundo, redujo la pobreza drásticamente. Entre 2000 y 2015, la proporción de la población considerada pobre bajó del 26 al 7,9%. Chile podría ser el primer país desarrollado de América Latina dentro de siete años, gracias a la sucesión de gobiernos de centroizquierda y centroderecha que lo han gobernado desde el final de la dictadura de Pinochet.

Por contraste, los países modelos para los profetas del peligro no son democráticos ni permitirían jamás la lectura pública de denuncias semejantes. En busca del hombre nuevo, someten a sus pueblos a la miseria, la censura y la cárcel. Allí está Cuba, el baluarte del comunismo en América Latina, donde ningún artista ni intelectual pide refugio para disfrutar las mieles del igualitarismo. Allí está Venezuela, el país de la hiperinflación, el racionamiento y la violencia, con el mayor índice de criminalidad en el mundo, causante de la diáspora de sus habitantes. O también Nicaragua, donde el socialismo del siglo XXI se transformó en un híbrido en manos del dictador Ortega, cuya corrupción es cuestionada aun por la izquierda. Tampoco pueden encontrarse modelos de democracia y libre expresión en Ecuador ni en Bolivia.

En Corea del Norte, uno de los pocos países donde aún rige un estricto comunismo, la inversión pública tiene por prioridad el armamentismo, condenando a la población a periódicas hambrunas. Allí y en Venezuela no hay consumismo. Tampoco hay diferencias entre ricos y pobres: todos son pobres.

¿La patria está en peligro? Durante 70 años la Argentina ha experimentado todas las formas de populismo, con un Estado desmesurado sobre los hombros de una economía cerrada, sin inversión y con bajísima productividad. El resultado ha sido hiperinflación, ajustes, endeudamiento y default con una brecha vergonzosa entre ricos y pobres.

El verdadero peligro consiste en reivindicar las políticas regresivas de 1973 para intentar salir de la crisis heredada del kirchnerismo. En 2018 se necesitan consensos para hacer de la Argentina un país normal, donde los dirigentes jóvenes puedan aspirar a la alternancia política con ideas renovadoras de verdad, sin recurrir al oportunismo, la demagogia ni las zancadillas. Ni tampoco a las estrellas rojas, las capuchas ni los palos.