No es una buena noticia para el gobierno de Mauricio Macri en estos momentos de debilidad, en los que necesita sustento y apoyo como nunca en sus 885 días de gestión.

Para decirlo en el lenguaje hoy dominante, Cambiemos se ha devaluado y muestra inconsistencias, mientras la oposición peronista moderada se sube el precio. En este contexto, el stand-by que necesita el Gobierno no solo es financiero, sino también político.

Más allá de algunos gestos públicos superficiales de apoyo, en la profundidad de la política se advierten corrientes en conflicto que se mueven al ritmo de la vertiginosa última semana, en la que la administración macrista terminó en los boxes del Fondo Monetario Internacional.

El efecto local de la suba de tasas en Estados Unidos y la apreciación del dólar muy por encima de la media de la región no se explican solo por cuestiones económico-financieras, así como la salida de ese laberinto no depende solo de su corrección (o ajuste). La capacidad de maniobra política que tenga el Gobierno para adoptar esas medidas es una de las variables que tienen en cuenta tanto el organismo multilateral como los inversores privados, de quienes depende la suerte de la moneda argentina y el devenir de la economía real.

Un vistazo al mundo oficialista muestra que el pánico de estos días reagrupó a sus distintas vertientes. Pero también es evidente que las grietas no están saldadas y que no hay una comunidad de ideas consolidada, un affectio societatis firme, un diagnóstico común ni una unidad en la acción. Se vio en la sesión de la Cámara de Diputados, en la que la oposición logró darle media sanción al proyecto para moderar el alza de tarifas de los servicios públicos. El kirchnerismo se divirtió e incomodó a Cambiemos poniendo en evidencia la ausencia de Lilita Carrió y sus diputados a la hora de votar. La cara de fastidio y cansancio del presidente de la Cámara, Emilio Monzó, ante ese episodio hablaba mucho más que de un malestar con los opositores o con sus socios de la Coalición Cívica.

El caso de Monzó, que puso en evidencia los conflictos intraoficialismo hace algo más de un mes cuando hizo pública la intención de dejar su cargo (es el tercero en la línea de sucesión presidencial, nada menos), resulta ejemplar. Su demanda, que explotó con escaso sentido de la oportunidad, coincide con buena parte del reclamo que les hacen a Macri y su equipo otros oficialistas destacados y buena parte de la oposición moderada: falta de diálogo, contención y participación.

En las horas previas a la sesión de Diputados, poco después de que Macri anunciara la decisión de recurrir al FMI y mientras las pizarras de la City ardían, varios referentes del peronismo federal enviaron mensajes al Gobierno sobre su disposición a dialogar, lo cual repitieron en el recinto. En privado algunos fueron más lejos: mencionaron hasta la posibilidad de levantar la sesión. ¿Puesta en escena mediática u oferta genuina? Ninguno de ellos fue auscultado desde el Gobierno para develar la duda.

Tampoco recibió un llamado Monzó para saber si seguirá al frente de la Cámara hasta el final de su mandato, el 10 de diciembre de 2019, como dijo públicamente o si se irá antes, como se ha dejado trascender. Entablar una negociación para mantener la presidencia en manos de otro legislador del oficialismo no es lo más conveniente en estas horas en las que los recursos del Gobierno escasean y el peronismo, como se dijo, se sube el precio.

Una actitud diferente tuvo el Gobierno con gobernadores opositores. Los convocó para ponerlos al tanto de las negociaciones con el Fondo y la situación económica. Tuvo un éxito relativo en la convocatoria y más relativo aún en las manifestaciones públicas de los mandatarios provinciales. Confía ahora en otras herramientas para que den su apoyo y, sobre todo, para que empiecen a disciplinar a sus legisladores. La esperanza no es tanta como para lograr que el Senado no convierta en ley el proyecto sobre tarifas, pero sí para que no compliquen ni dilaten más las cosas.

La necesidad de aval nacional para refinanciar deudas o para tomar deuda nueva que tienen las provincias es una herramienta con la que cuenta Macri para operar sobre la realidad. Pero no es la única: el viernes el Boletín Oficial publicó el decreto por el cual concentra en el Ministerio de Hacienda y en el jefe de Gabinete, Marcos Peña, la facultad de autorizar ayudas y recursos para obras en las provincias, que, además, estarán sujetas a los lineamientos sobre responsabilidad fiscal establecidos en la reforma fiscal, aprobada a fin de año. Ejercicio práctico del poder.

Es cierto que desde que se desató la crisis financiera la sociedad mayoritariamente mira con desconfianza a los políticos, oficialistas y opositores, al margen de los núcleos duros de cada espacio, pero no necesariamente eso impulsará a los dirigentes a tener comportamientos que califiquen en la categoría de la ética de la responsabilidad. La realidad suele ser siempre más mezquina: las conductas individuales y sociales responden a intereses, más o menos elevados, pero intereses al fin.

En estos casos, además, la sutileza no es una de las virtudes más cultivadas por el peronismo. Al mismo tiempo que durante los días negros de la semana pasada algunos de los "racionales" enviaban señales dialoguistas, otros hacían la lista de las condiciones que impondrían si el Gobierno los llamaba para compartir el costo de alguna medida impopular que podría imponer el FMI. Uno de los principales legisladores del Peronismo Federal, que suele hacer gala de prudencia política, llegó a decir off the record: "Se pasaron los 15 últimos días descalificándonos, tratándonos de irresponsables y demagogos, así que si ahora quieren ayuda van a tener que ser generosos. Deberían pensar en cuatro o cinco ministerios importantes". Tal vez solo se había contagiado de la fiebre de los mercados. Pero lo escuchaban otros dos legisladores que no lo contradijeron.

El massismo, aliado clave del Peronismo Federal para aprobar la rebaja de tarifas, no se quedó atrás. Después de varios días de mostrarse moderado y racional, al morigerar el proyecto inicial, no pudo contener su inveterada ansiedad. Desde las usinas de comunicación de Sergio Massa se envió un mensaje a varios periodistas que se parecía en mucho a una autoproclamación para afrontar la crisis: "El equipo económico de Massa es el que gestionó durante el período de salida de la crisis y crecimiento económico. El equipo de Massa, que lidera Lavagna, generó crecimiento y progreso para la gente. El equipo económico de Massa, que lideró y lidera Lavagna, demostró que sabe gestionar". Elocuente. Y obvio.

Al margen de apuros y ansiedades, los dilemas del peronismo no kirchnerista son muchos. El que más les preocupa es que en lugar de opositores responsables se los identifique como destituyentes. Las heridas del pasado reciente siguen a la vista. Por eso antes de la sesión de las tarifas sus referentes dieron órdenes precisas para que no hubiera manifestaciones de euforia, como la entonación de la marcha peronista, ni selfies junto al cristinismo, liderado por Máximo Kirchner, Agustín Rossi y Axel Kicillof. Tal vez haga falta algo bastante más para que no se los vea como una amenaza a la gobernabilidad.

El Gobierno no es el único que puede salir perjudicado por una mala evaluación de las crisis y las oportunidades. Pero tampoco puede obviar que es a quien más responsabilidad le adjudica y del que más espera una sociedad aturdida por el regreso de viejos fantasmas.

Ante las críticas de sus socios de la UCR, las manifestaciones y acciones peronistas y las demandas gremiales (que solo han empezado a aflorar y que se profundizarán), el macrismo suele encerrarse sobre sí mismo y reaccionar con enojo o descalificación. Resortes de una visión moral o emocional de la política que busca sustentar en argumentos racionales métricas y teorías que no siempre logran su propósito. Debería tomarlos solo como datos de la realidad sobre la que debe operar y modificar para cumplir con las expectativas de una ciudadanía que le confirió un mandato con la esperanza de que su gestión traiga prosperidad y tranquilidad. Como en "un país normal".

En horas de crisis, la gestión necesita de sustento político para generar confianza. Hacia adentro y hacia afuera. Está a tiempo aún de buscarlo, pero deberá tener presente el consejo de Maquiavelo: "Las viejas ofensas no se borran con beneficios nuevos, tanto menos cuanto el beneficio es inferior a la injuria".

Por: Claudio Jacquelin