“Los países pueden soportar golpes de Estado, guerras, conflictos sociales, crisis económicas, pero ningún país puede soportar la pérdida de sus suelos”. Eso afirmó recientemente Michael Gove, secretario de Estado para el medio ambiente, alimentación y asuntos rurales de Gran Bretaña.

Y continuó diciendo: “La agricultura continua está cortando el suelo por debajo de nuestros pies. La maquinaria pesada y el uso inadecuado de agroquímicos, que aumentan la producción en el corto plazo, están diezmando la fertilidad de nuestros suelos y dejarán suelos infértiles para las próximas generaciones.

​Los productores lo saben pero están condicionados para poder cambiar. El gobierno necesita incentivar a los agricultores para frenar la pérdida de fertilidad de los suelos agrícolas y la disminución de la biodiversidad”.

La pérdida de fertilidad de los suelos ocurre cuando los requerimientos nutritivos de los cultivos son abastecidos desde las reservas del suelo. Lo cual significa que se extraen del suelo más nutrientes que los que se aplican como abono o fertilizante.

Tiene que haber un cambio dramático en la comprensión acerca del daño que le estamos infligiendo a nuestros suelos, caso contrario las próximas generaciones se enfrentarán a condiciones cada vez más adversas con mayor dependencia de insumos para poder cultivar.

En 1991 Argentina sembraba la misma superficie con trigo que con soja (5 millones de has); desde fines de la década del ´90 el área de soja superó ampliamente la superficie ocupada por otros cultivos anuales de cereales y oleaginosos. A partir de 2001, la superficie sembrada con soja superó el área ocupada por trigo, maíz y girasol en su conjunto.

Para analizar el impacto en el suelo del balance de nutrientes en soja vale recurrir al ejemplo de la campaña 2012/13. Según datos aportados por la Cámara de la Industria Argentina de Fertilizantes y Agroquímicos (CIAFA), para corregir el déficit de nutrientes producido por una cosecha de soja de 20 millones de has. con un rinde promedio de 2.650 kg/ha, se necesitan aplicar aproximadamente 5,16 millones de tns. de fertilizantes.

Si tenemos en cuenta que en la actualidad se consumen anualmente en nuestro país unos 3,6 mill. de toneladas de fertilizante para todos los cultivos incluidas las pasturas y los cultivos hortícolas, podemos tener una idea del déficit anual de nutrientes al que estamos sometiendo a nuestros suelos cultivados.

La soja se desarrolló principalmente en la región pampeana central y norte donde los valores de P del suelo eran suficientes al igual que los de potasio, o los de azufre para lograr rendimientos aceptables. Con el correr de los años y los déficit de nutrientes producidos por el desbalance extracción- reposición, no solamente en soja sino de la mayoría de nuestros cultivos de grano o forrajeros, los déficits se fueron mostrando, como ocurrió con el azufre a partir de fines de los 90, o con el fósforo en la mayoría de las áreas cultivadas donde 35 años atrás no se registraban problemas y hoy son áreas deficitarias.

¿De donde salieron entonces los nutrientes que permitieron mantener rindes de 3 o 3,5 ton/ha sin fertilización adecuada? Pues de la materia orgánica del suelo, la cual disminuyó en promedio un 24 % respecto a sus valores prístinos, en las principales áreas cultivadas del país. En otras zonas, utilizando los valores medios de los rangos, la reducción de materia orgánica (MO) fue del 30 al 50%.

La pérdida de MO no es solo un problema aritmético, su disminución trajo aparejada perdida de estructuras físicas, creando ambientes cada vez más desfavorables para que los cultivos se desarrollen eficientemente.

Si bien la soja, por sus pobres aportes de rastrojo, es en parte responsable del deterioro y pérdida de la calidad físico-química de los suelos cultivados, la falta de rotaciones adecuadas con gramíneas como maíz y trigo y los déficits producidos en el balance extracción-reposición por el escaso uso de fertilizantes han sido y continúan siendo los principales responsables del estado actual de deterioro de la mayoría de los suelos cultivados del país, y de las actuales brechas de rendimiento.

Por lo cual debemos encontrar políticas de Estado que valoricen el deterioro del ambiente, comenzando por los suelos, buscando facilitarle a los productores el cambio de sistemas productivos altamente extractivos a aquellos que sean más amigables con el ambiente.

Por Néstor A. Darwich