El primero de ellos es que la supuesta existencia de ministros blandos y duros (arbitrados por un presidente que a veces está con unos y otras veces con otros) es una ficción política. Es el propio Macri el más convencido entre los funcionarios nacionales de la necesidad de darles cuanto antes a las tarifas un valor real.

Si existieran el ala dura y el ala blanda, esta última habría quedado formalmente notificada de que el jefe del ala dura es el propio Presidente. El segundo anuncio que hizo Macri es que no les permitirá a los gobernadores, incluidos algunos viejos interlocutores suyos, hacer política electoral con las tarifas. Y también exhibió, de alguna manera, su preocupación fundamental en la administración de este conflicto: es el déficit y la necesidad de financiarlo con créditos internacionales.

El gobierno argentino destinará este año a los subsidios de luz, gas, agua y transporte 184.000 millones de pesos, casi 20.000 millones de dólares. A su vez, necesitará de entre 30.000 y 35.000 millones de dólares en créditos, una parte de ellos en el exterior, para financiar la totalidad del déficit. Con palabras más directas: el Estado se está endeudando a futuro para pagar el consumo de energía de los argentinos que viven aquí y ahora.

En rigor, ya lo viene haciendo desde los tiempos de Cristina Kirchner, aunque de otra manera. Pero hay una situación peor que esa: que algún ejecutivo frío de Wall Street considere que la administración argentina está dando demasiadas vueltas y ordene ponerles fin a los créditos al gobierno de Macri. Sería el fin del gradualismo, porque este se financia con créditos. Macri no tendría otra alternativa que recurrir a un ajuste puro y duro de la economía, con las consiguientes consecuencias políticas. El objetivo de Macri no es solo el necesario sinceramiento de la economía; es, más que nada, la preservación del crédito internacional.

Esta preocupación fundamental del Presidente (que explica toda su gestión en el conflicto tarifario) lo ha llevado a inclinarse más hacia los CEO que hacia los políticos. Los CEO entienden los requisitos de Wall Street; los políticos conocen los límites de la política, que también existen. En ese contexto, no fue casual que en las últimas horas se haya conocido que este año será la despedida de Emilio Monzó como presidente de la Cámara de Diputados.

Nadie lloró por Monzó, en público al menos, aunque fue uno de los arquitectos fundamentales de varias victorias parlamentarias del Gobierno. Monzó no es solo Monzó. Había hecho un buen equipo con el ministro del Interior, Rogelio Frigerio; con el jefe del bloque de Pro, Nicolás Massot, y con los aliados Elisa Carrió y Mario Negri. Con Monzó se irá un eslabón fundamental de esa cadena política. Monzó es el único dirigente de Cambiemos elogiado por todo el mosaico político, incluido el kirchnerismo, sobre todo por su plasticidad para conducir la cámara más difícil del Congreso.

Macri está entre Wall Street y las reacciones de una sociedad enojada por los aumentos de tarifas. Su lugar en la historia es el de las decisiones difíciles e incómodas. No puede recortar los subsidios sociales porque casi un tercio de la población está bajo la línea de la pobreza. Y sabemos desde diciembre que el salario de los jubilados es intocable. Subsidios sociales y a las tarifas, el empleo público y las jubilaciones representan el 70 por ciento del presupuesto nacional.

La sociedad, fundamentalmente los sectores medios que carecen de subsidios sociales y viven de sus ingresos en blanco, está presionada por la carga impositiva, por la inflación y por las nuevas tarifas. El enfado es el resultado obvio. El problema más difícil de explicar para el Gobierno es el de las promesas incumplidas de inflación. Sin embargo, el déficit es un motivo importante de la inflación y gran parte del déficit se debe, precisamente, a los subsidios a las tarifas. El círculo se retroalimenta.

En Vaca Muerta, Macri empezó a explicar qué razones justifican el aumento de las tarifas. Hacía falta esa explicación después de tanto silencio oficialista sobre un tema que caló tan hondo en la sociedad. Y anunció que habrá una campaña para poner en el conocimiento de la sociedad las medidas que podrían ahorrar el consumo de gas en el invierno inminente. Eso también faltaba. La sanción al consumo excesivo, cuando el hecho ya está consumado, es un recurso antipático. Por lo menos, que cada uno gaste con conocimiento cabal de lo que gasta.

La Argentina es un país con escasos recursos energéticos por el dispendio kirchnerista y por la falta de inversión durante la larga década del matrimonio Kirchner. Es un bien escaso y barato todavía. Es decir, una anomalía para la ley de la oferta y la demanda. Cualquier manual de economía enseña que en la medida en que un producto es más escaso es también más caro.

Macri empezó por hacer docencia entre los gobernadores. Les pidió que compartan la carga de los subsidios, pero también los expuso ante la opinión pública como responsables del precio de las tarifas por los impuestos provinciales y municipales. Tiene razón con algunos gobernadores y no la tiene con otros. En algunas provincias no se le cobran impuestos al consumidor de energía o lo que se le cobra es muy poco.

Es cierto, de cualquier forma, que todos los gobernadores son conscientes de la magnitud del problema energético y tarifario. Ninguno de ellos ha hecho mucho para que sus diputados frenen sus ímpetus demagógicos en la sesión especial de la última semana, convocada para tratar un proyecto del cristinismo por el que se anulaban todos los aumentos tarifarios desde enero de 2017. Populismo expuesto.

Es notable, sin embargo, que todo el peronismo se haya dejado llevar por el cristinismo para habilitar la sesión especial pedida por los seguidores de Cristina Kirchner. Este es un reproche que Macri nunca dejará de hacerles a los gobernadores peronistas. Tampoco al gobernador de Mendoza, su aliado Alfredo Cornejo, no porque se haya prestado a aquella sesión, sino porque le dijo que no al pedido de Macri para que las provincias bajen sus impuestos en las tarifas de lo servicios públicos. Macri quería exponer a los peronistas, pero uno de los primeros en exponerse fue Cornejo.

En esas condiciones está convocada para hoy, otra vez, la Cámara de Diputados. Se trata también de una sesión especial para abordar el tema de las tarifas. No existe la posibilidad de que salga algo de ese intento porque los partidos de la coalición gobernante no darán los dos tercios necesarios al tratamiento de ningún proyecto. Al Gobierno le llegó la versión de que en la reunión de la semana anterior algunos diputados radicales y otros de la Coalición Cívica estaban dispuestos a votar cualquier proyecto si la sesión alcanzaba el quórum. La versión fue tajantemente desmentida por el presidente del interbloque oficialista, Mario Negri.

Frente a una sociedad con evidentes signos de malhumor, lo único que sobra es la demagogia. De parte gran parte de la política, de casi todos los sindicatos y de algunos periodistas. Déficit, escasez de energía y tarifas subvaluadas existen. La discusión debería rondar solo sobre el método para resolver el problema.

¿Se cobrará todo de una vez o se hará en cuotas? ¿Habrá una tarifa plana durante todo el año o se seguirá pagando de acuerdo con el consumo de cada mes, con los sobresaltos del invierno para el gas y del verano para la electricidad? Cuando Macri ve que el debate sale de esos carriles para meterse en la ilusión de la felicidad colectiva, es precisamente cuando se convierte en el jefe de ala dura del Gobierno. Es cuando él mismo borra las diferencias entre duros y blandos, entre los CEO y los políticos, entre el bello testimonio y la dura responsabilidad.