Encerradas en un laberinto que jamás transitaron, las muchas tribus de pueblos originarios peronistas saben que para tener un 2019 con posibilidades necesitan un 2018 con proyectos básicos comunes y viento a favor. Pero la salida no aparece. Y la cuenta regresiva ya empezó. Tic tac, tic tac, tic tac.

El tiempo corre y cada intento apresurado de unidad expone y profundiza divisiones. Así como no hay una oposición sino múltiples opositores, no hay peronismo sino peronistas fragmentados en conjuntos de diferente magnitud, consistencia y proyección. Todo un problema para un partido del poder que hace mucho perdió la identidad.

Unos corren apurados en busca de imágenes para publicar con un Photoshop que disimule grietas y adiposidades indeseadas. Pero al final todo se nota, como pasó la semana pasada con el fallido encuentro de San Luis y el del PJ bonaerense en Hurlingham.

Otros se reúnen reservadamente y empiezan a bocetar un sitio común para intentar llegar juntos a las próximas elecciones, pero con la escasez de un insumo imprescindible: la confianza.

Kirchnerismo, peronismo federal, massismo, randazzismo, (mini) liga de gobernadores, son los espacios que ellos mismos reconocen y buscan articular, tanto como diferenciar. Menos benévolo, el macrismo los clasifica (y descalifica) en "peronismo delirante" (kirchnerismo y sus satélites), "peronismo racional" (los federales, con el salteño Juan Manuel Urtubey, el senador Miguel Pichetto y Florencio Randazzo a la cabeza) y "frente resentido" (el Frente Renovador de Sergio Massa).

Sobre ellos el Gobierno incide, con ellos interactúa y con ellos se enfrenta en diferentes escalas y dimensiones, siempre en movimiento para quitarles un centro donde unirse.

El escenario sobre el que se mueve el peronismo después de perder en las dos últimas elecciones no tiene precedente. Nunca en democracia estuvo tan en el llano. ¿Y tan lejos de volver? Esa es la duda que desvela a sus dirigentes, sobre todo después de la derrota electoral de octubre, del fugaz estallido de diciembre y del deseado colapso económico que sigue demorándose. El poder ordena y el llano dispersa si el Gobierno no se equivoca lo suficiente. Aunque cada tanto el macrismo les enciende ilusiones con "errores no forzados".

Lo viejo (el kirchnerismo) no termina de morir ni lo nuevo logra nacer, frente a un gobierno con voluntad, decisión y acción para socavar sus bases, como los justicialistas admiten y padecen. Un oficialismo con tanta vocación de poder como la que caracteriza al peronismo, a diferencia del radicalismo, al que ya le habían tomado el tiempo y saciado el hambre.

A contracorriente de su historia, el peronismo no está en el poder y no tiene liderazgos indiscutidos ni candidatos capaces de seducir al electorado mayoritario: no hay ningún peronista suficientemente conocido con imagen positiva neta. Tampoco están las cajas públicas ni los financistas privados en condiciones de esponsorear una aventura opositora, ya sea por convicción o por conveniencia. Nada que ordene.

El limitado poder territorial juega un papel preponderante. Le son ajenos el gobierno nacional y el de la provincia de Buenos Aires, donde se asienta casi el 40% del electorado, y hasta su dominio del conurbano ha ido menguando. Grandes bastiones (como Lomas de Zamora y La Matanza) ya no se ven inexpugnables, y varios municipios del Gran Buenos Aires están en condiciones de pasar a Cambiemos.

El interior no muestra un panorama más alentador: la provincia más grande con escudo peronista -Córdoba- es una de las más macristas del país. El resto son distritos menores, tanto como para que uno de los dirigentes que intentan unir el rompecabezas peronista dijera que mientras la liga de gobernadores de los 90 era la Champions League, la de ahora es el torneo federal. Tercera división.

Los mandatarios del PJ que pueden avanzan con el desdoblamiento de las elecciones en sus provincias. No quieren ser víctimas de un posible efecto arrastre nacional. "Si pudieran, también lo harían muchos intendentes", admite uno de los dirigentes que hoy intentan recrear un espacio nacional.

Por otra parte, la histórica columna vertebral peronista, el sindicalismo, está más fracturada de lo que se había conocido, por causas que van desde el desprestigio de sus dirigentes hasta la transformación del mundo del trabajo y de la economía. Se ven incapaces de articular reclamos comunes, a pesar de que la economía no arranca, que el consumo de las clases populares sigue deprimido y que la creación de trabajo es limitada, desigual y de baja calidad.

Al peronismo le queda el alivio de que el oficialismo sigue siendo minoría en el Congreso, pero ellos no son mayoría y no se vislumbran en este año proyectos de ley del Gobierno que puedan unirlos para oponerse, como fueron las reformas fiscal y previsional de diciembre. Más bien todo lo contrario.

En busca de la salida

El escenario adverso no hace más que apurar los esfuerzos por encontrar una salida.

Al margen de los intentos del kirchnerismo y algunos de sus satélites de forzar uniones, aparecen dos sectores que avanzan hacia una posible confluencia: el Frente Renovador, de Massa, y el randazzismo, al borde de la anorexia tras las últimas dos elecciones.

"Lo primero que estamos haciendo es construir confianza, mientras vamos poniéndonos de acuerdo sobre no más de 10 puntos básicos. El eje va a estar en la economía en busca de ser una opción racional para los afectados por el programa del Gobierno. No vamos a decir que el límite para la unión son los que están procesados, pero ninguno con problemas con la Justicia debería encabezar listas. Con ellos no vamos a volver a enamorar a los sectores independientes", coinciden los referentes de ambos espacios.

El objetivo es ser una alternativa al macrismo y crear un espacio superador del kirchnerismo. Entonces aparecen las matemáticas para tratar de dilucidar si les conviene competir en las PASO con todos los sectores, y correr el riesgo de tener que compartir listas con procesados, o ir a la elección general en espacios distintos. Aunque quede demasiado lejos, todas las cuentas apuntan a evitar que en 2019 el macrismo gane en primera vuelta. Realismo puro.

Mientras se suceden reuniones reservadas, massistas y randazzistas analizan la posibilidad de hacer algún encuentro público después de Semana Santa. Hay fe en la resurrección.

Lo mismo evalúa el peronismo federal, con el que el massismo confluirá en la Cámara de Diputados en breve, al menos en la acción. El sector que en la Cámara baja encabezan Pablo Kosiner y Diego Bossio y en el Senado Miguel Pichetto ya tiene en Urtubey un precandidato presidencial y han marcado diferencias casi irreconciliables con el kirchnerismo, al que descalifican en público con el mote de "peronismo soviético". En respuesta, los seguidores de la expresidenta los acusan de impulsar con jueces amigos causas contra sus referentes. Problemas de familias disfuncionales.

El mandatario salteño analiza con su asesor español Antonio Sola (en 2015 trabajó para Sergio Massa) si el lanzamiento de su postulación será antes o después del Mundial. Pero su caso es una muestra cabal de las fragilidades del peronismo de estos días: en su provincia, Urtubey está de salida porque no puede ser reelegido, no tiene un candidato propio con posibilidades de sucederlo y en las últimas elecciones legislativas su lista fue derrotada, mientras crece el intendente de la capital, Gustavo Sáenz, apoyado por el gobierno nacional.

Del lado kirchnerista los únicos problemas no son los que llegan de los tribunales. El núcleo central de La Cámpora muestra grietas entre duros (ahí sobresale Andrés "Cuervo" Larroque) y autocríticos (donde ya hizo punta Juan Cabandié). La agrupación ahora no tan juvenil se ve afectada, además, por la biología: muchos de sus principales referentes ya no son militantes de tiempo completo. Varios han tenido hijos desde la salida del poder y dividen su tiempo entre política y pañales.

A eso deben agregar la incógnita que se les abriría si Cristina decidiera no candidatearse, con el agravante de que eso lo sabrán sobre la hora. Muchos temen que ella elija a Axel Kicillof, con el que tienen diferencias. Por eso suelen arropar a Agustín Rossi. La interna de la interna.

El tiempo corre y la salida sigue sin aparecer para los peronistas. Ninguno deja de intentar un camino. Pero cada día que pasa confirman que lo más probable es que solo puedan salir del laberinto por arriba. O, mejor dicho, que les queda esperar que la solución les caiga de arriba.