Donald Trump fija aranceles al acero y al aluminio, y deja afuera la producción argentina. Las negociaciones para abrir mercados se dilatan. Gran Bretaña, con la solidaridad de otras potencias europeas, se enfrenta a Rusia en una de espías, como en la Guerra Fría. Las alarmas suenan.

El mundo al que el país necesita y en el que busca insertarse se vuelve más complicado, pero no representa, al menos todavía, una amenaza para la vulnerable situación económica local. En eso coinciden el Gobierno, economistas y expertos en relaciones internacionales. Pero no exime de riesgos y obliga a una actividad incesante de los funcionarios nacionales, que se acrecentó en los últimos días.

En el Gobierno anida una convicción: no habría problemas para atravesar una de las grandes vulnerabilidades, el fenomenal déficit fiscal, que demanda una inyección anual de 30.000 millones de dólares prestados. Este año ya no tendría inconvenientes para obtener lo que todavía le falta (casi la mitad). La duda radica en cuánto costará. Y, si eso se complica demasiado, ya decidieron de dónde saldrá el paracaídas para zafar de la emergencia: la obra pública, reveló uno de los responsables de la gestión económica.

No será una decisión sin costos. La construcción es una de las tres estrellas en el magro firmamento del crecimiento del PBI y sostiene el empleo (formal e informal). En el sector, la obra pública incide decisivamente, por lo que cualquier recorte tendrá efectos negativos, no solo en lo económico, sino también en lo social y político. Fragilidades.

Por eso, los elogios de la titular del FMI, Christine Lagarde, fueron un bálsamo en la convulsionada semana que pasó. Se respiraba en Olivos minutos después de que la visitante francesa se retiró en el ocaso de un viernes inusual, que había congregado en la residencia presidencial a buena parte de los ministros.

Solo 48 horas antes, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, había jugado su espalda política para defender en el Congreso al ministro de Finanzas, Luis "Toto" Caputo, a quien la oposición tiene apuntado y a la que él deberá darle explicaciones en el Congreso sobre sus operaciones offshore antes de ser funcionario, pero también sobre su desempeño. Peña dejó en claro que Macri no está dispuesto a entregarlo, pero el peronismo en bloque tampoco está dispuesto a hacerle las cosas fáciles. Muy diferente de la actitud que tendrán con su colega Jorge Triaca.

En aquellas vulnerabilidades y en las complicaciones del mundo está la razón por la que el Gobierno gasta parte de su capital simbólico para defender a Caputo, que aporta su cuota propia de "vulnerabilidades". "Si no fuera por Toto, que se anticipó a lo que iba a pasar este año, podríamos haber tenido problemas más serios", resume -o exagera- uno de los hombres que suelen participar de la toma de decisiones.

También esa anticipación, que evitó (aunque sea en parte) un mayor costo para el Tesoro, explica algo de la inquina opositora. En un agravamiento de la situación económica anida casi el único factor de cohesión de las muchas tribus peronistas para enfrentar con algún éxito las elecciones presidenciales. No lo ocultan. Cualquier chispa enciende ilusiones y un matafuegos es para ellos un arma de destrucción masiva. Las llamas de la inflación indomable les dan cierto calor.

Pero el mundo y su impacto local no se reducen a las finanzas. Las decisiones políticas relacionadas con lo económico pesan fuerte. La suba de aranceles dispuesta por Trump puso en evidencia esa realidad y resaltó las dimensiones múltiples de los vínculos internacionales. Macri debió volver a ejercer la diplomacia presidencial con el amigo de su otra vida, que hasta ahora no ha honrado mucho ese vínculo, salvo con la reincorporación de la Argentina al sistema general de preferencias.

Otra prueba de que el mundo no nos estaba esperando y de que no iban a llover las inversiones, como ilusionaba (y se ilusionaba) el macrismo durante la campaña electoral de 2015. Otra demostración, también, de que en los últimos dos años todo se ha puesto más complicado de lo que previeron.

La "inserción inteligente" en el mapa internacional es compleja y de efectos lentos. Varios analistas coinciden en explicar que los modestos logros tienen dos causas. Una radica en las restricciones estructurales de nuestra economía. "Nuestro ombliguismo nos lleva siempre a compararnos con nosotros mismos. Por eso, creían que con un cambio de gobierno las inversiones iban a llover, pero los inversores comparan con otros mercados. Y la Argentina sigue siendo, salvo en ciertos nichos, un lugar menos conveniente que otros, incluso de la región", sentencia un exdiplomático con reconocida formación económica.

La otra dimensión es el sistema de negociación. En ese plano, una de las críticas más fuertes es la misma que se le hace a la gestión económica interna: la fragmentación en la toma de decisiones y la multiplicidad de actores que intervienen.

"Hacemos exactamente lo contrario que, por ejemplo, Estados Unidos. A la hora de negociar, ellos ejercen una presión concentrada y ofrecen un sistema de respuestas y de exigencias fragmentado. La Argentina, en cambio, dispersa la negociación y unifica las respuestas. Por el acero negocia la Secretaría de Comercio. Por los limones lo hizo Agroindustria, lo mismo que con el biodiésel. Así es como nos ponen sobre la mesa para negociar cuestiones que corresponden a áreas que el negociador no está en condiciones de abordar", señala un exfuncionario que tuvo a su cargo negociaciones internacionales complejas y que tiene simpatía por el Gobierno, pero no lo integra.

Algunos de los responsables de las relaciones internacionales admiten que eso puede ser una debilidad, pero justifican la organización. Es un método macrista.

Si no fuera porque en Cambiemos suelen inclinarse por las soluciones heterodoxas, debería hablarse de inconsistencias sobre esa forma de abordar la cuestión internacional a la luz de una reciente decisión: la designación del virtual canciller y, formalmente, secretario de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo, como una especie de superasesor y coordinador en cuestiones internacionales, de seguridad, defensa e información estratégica, y en materia de cooperación y adquisiciones en estos ámbitos. Lo que está disperso en materia económico-comercial se concentra en cuestiones político-institucionales y de seguridad. El área está bajo el control de Marcos Peña.

No es ajeno a esa decisión que la Argentina presida el G-20 y que, como tal, sea anfitriona de la cumbre de jefes de Estado o de gobierno, que se realizará en noviembre, y de reuniones de ministros, como la que se hará hoy y mañana en Buenos Aires, y con las que en el Gobierno se entusiasman. Si bien nadie espera que arroje resultados inmediatos, lo ven como una oportunidad de abordar temas de interés nacional, de tener cierto protagonismo en el club de los poderosos y, al mismo tiempo, reforzar una estrategia de relaciones pragmáticas.

Así debe verse, dicen, la visita a Vladimir Putin hecha hace dos meses, más cuestionada aún hoy que entonces , después del conflicto desatado con Gran Bretaña, de derivaciones imprevisibles que incluyen hasta un posible boicot al Mundial de fútbol. Eso también se analiza en la Casa Rosada.

En el Gobierno ponen en similar contexto el avance de las negociaciones por el acuerdo Unión Europea-Mercosur, lentificadas ahora por ciertos reparos de Brasil, aunque se podrían acelerar tras el compromiso que asumió con Macri su par Michel Temer, la semana pasada, durante la asunción del chileno Sebastián Piñera.

La negociación con China ya en tramos decisivos, pero aún no concluida, para la importación de carne argentina tendría un efecto positivo para el acuerdo con los europeos, ya que atenuaría el efecto de eventuales restricciones que podrían tener en Europa los productos locales de ese rubro. Algo similar a lo que podría suceder con Estados Unidos por el acero y el aluminio, si avanzaran acuerdos con otros países fuertemente importadores.

El problema es que el cierre de un mercado tiene perjuicios inmediatos, mientras que la apertura es lenta y rinde beneficios a mediano y largo plazo. Todo un dilema para un país repleto de urgencias y ansiedades.

En ese escenario, los optimistas del Gobierno celebran el gradualismo, también en materia internacional. Mientras, casi todos coinciden en que el mundo se está complicando, pero que para la Argentina no es una amenaza. Al menos, por ahora. Habrá que ver si sigue siendo escenario de oportunidades.