Lidiar con el debate económico no es fácil. Seguramente a mis colegas les debe pasar lo mismo que a mí. Me encara alguien y me pregunta: ¿cómo ve la cosa? Y cuando intento dar alguna respuesta más o menos rápida, el interlocutor dice: aclaro que yo no soy economista, pero para mí… y ahí se manda una gigantesca teoría económica seguida de toda una desopilante propuesta de política económica.

El taxista, el médico, el ingeniero, sacerdotes, el Papa o el kiosquero tienen su propia receta sobre cómo terminar con la pobreza, la inflación, la falta de crecimiento económico y demás problemas de la economía. Si yo como economista me pusiera a opinar en la televisión sobre cómo curar un cuadro de gastroenteritis, seguramente tendría un serio problema por hacer ejercicio ilegal de la medicina, no obstante un médico puede formular libremente propuestas de política económica y no pasa nada. Claro que un ingeniero no se animaría a discutirle a un médico cómo hacer un trasplante de corazón o un taxista debatir de igual a igual con un ingeniero aeronáutico cómo construir un avión. Pero en el campo de la economía entran problemas de apasionamiento político, ideológicos, intereses creados, envidias y todo tipo de ingredientes que se alejan del problema estrictamente económico. Esto determina que los economistas no solo tengamos que debatir entre nosotros aspectos de teoría económica, sino que también participan del debate empresarios, dirigentes sindicales, periodistas, etc.

De lo anterior no estoy sugiriendo censura, son las reglas de juego de una sociedad libre y por lo tanto no puede haber restricción alguna a la libertad de expresión.

Si uno analiza todo el debate económico actual, se encuentra con dos factores que influyen: 1) la velocidad del ajuste del sector público y de las reformas estructurales (estoy asumiendo que el gobierno realmente quiere realizarlas) y 2) el contexto social y las restricciones políticas.

Desde el punto de vista estrictamente económico mi visión es que el costo de financiar el gradualismo es mayor a la baja del déficit primario.

Gráfico 1


Tomando los datos que proporciona Hacienda (monto de intereses pagados y a pagar según el presupuesto 2018 y el PBI que figura en el presupuesto 2018) en 2018 los intereses de la deuda pública (no incluyo los intereses intrasector público ni el costo cuasifiscal) representarán el 3,3% del PBI en tanto que en 2017 representaron el 2,2%. Es decir, habrá un aumento de 1,1 puntos porcentuales en tanto que el déficit primario bajará 1 punto porcentual. Digamos que en el mejor de los escenarios el déficit financiero no baja y por lo tanto la velocidad del actual gradualismo no converge al equilibrio, por el contrario, profundiza el problema porque no baja el déficit financiero, que es el relevante, sino que hacia el futuro, como el modelo depende del financiamiento, el día que se corte el chorro, tendremos el déficit fiscal en el mismo nivel más la deuda para pagar.

Todos estos números están basados en un crecimiento del PBI del 3% anual, un número pobre considerando el bajo nivel del que partimos. Por una simple cuestión estadística, cuando uno compara contra niveles bajos, cualquier incremento absoluto tiende a transformarse en un elevado porcentaje. Ejemplo, si paso de 1 unidad de producción a 2 unidades, el aumento es del 100%. Si paso de 10 unidades a 11 unidades, ese aumento de 1 unidad es de solo el 10%. Mi punto es que el kirchnerismo dejó un nivel de actividad cercano a 1, por lo tanto crecer al 3% es muy poco.

Es cierto que el kirchnerismo consumió el stock de capital, pero si se hubiese convocado de entrada al sector privado para recuperar trenes, rutas, energía, etc. la inversión hubiese movilizado la economía, el crecimiento hubiese sido mayor y la necesidad de endeudamiento menor.

Al mismo tiempo, si el BCRA no hubiese llevado la tasa de interés hasta niveles estratosféricos, el tipo de cambio hubiese sido más alto y las exportaciones y el turismo hubiesen impulsado la economía.

Es obvio que las ganancias de productividad no se producen a partir de la devaluación del peso. Si esa fuera la fórmula seríamos los campeones de la productividad con todos los estallidos cambiarios que hemos tenido en los últimos 40 años. Las ganancias de productividad están en las reformas estructurales: reforma del estado, impositiva, laboral, apertura de la economía, etc.

Estamos frente a un serio problema. El consumo lejos está de ser el motor de la economía como artificialmente lo fue durante el kirchnerismo. Las exportaciones están limitadas por un tipo de cambio “pisado” por la tasa de interés más la elevada carga impositiva y la lluvia de inversiones difícilmente aparezca hasta tanto no se produzcan cambios estructurales profundos.

Cuando uno plantea la necesidad de bajar el gasto público, que no es otra cosa que acelerar el gradualismo, el argumento inmediato es que habría un estallido social, crisis política y la vuelta del kirchnerismo o del peronismo gastador.

En los últimos 40 años, Argentina tuvo varias crisis, todas por no hacer las reformas estructurales. En 1975 el rodrigazo que no fue otra cosa que tratar de poner un mínimo de orden fiscal al desastre que había dejado José Ber Gelbard. En 1981 se produjo el fin de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz que consistió en tomar deuda para financiar el déficit fiscal. En 1982 la licuación de pasivos. En 1987 la estampida cambiaria y el fin del Plan Austral por falta de reformas estructurales que permitieran lograr el equilibrio fiscal. En 1989 la hiperinflación. En diciembre de ese mismo año el plan Bonex para cancelar el gasto cuasifiscal. En 2001/2002 el corralito, default, crisis institucional con 5 presidentes en una semana, devaluación, confiscación de los depósitos, caída del 15% del PBI y salto de la pobreza. Recordemos que esta última crisis se produjo por no darle soporte político a Ricardo López Murpy para que bajara el gasto público en U$S 3.000 millones. El costo económico, político, social e institucional que hubo que pagar por no aceptar la baja del gasto propuesta por RLM fue infinitamente mayor al costo que habría que haber pagado por bajar el gasto en marzo de 2001.

Podría afirmar que parece que no aprendemos de nuestra historia reciente. Tantas crisis y no aprendemos que no hay magia financiera, cambiaria o monetaria que pueda evitar la reforma del estado y la baja del gasto público.

Pero claro, en Argentina opinan sindicalistas, empresarios, políticos, periodistas, ingenieros, el taxista y hasta mi tía Clotilde sobre cómo arreglar el problema económico. Todos hablan en base a explicaciones “ideológicas” y “políticas” pero sin la más mínima consistencia lógica del problema económico que enfrentamos. Digamos que todos opinan sobre la política económica, pero muy pocos saben de qué se trata el problema que tenemos.

Me parece que si el gobierno realmente quiere solucionar el problema económico, tiene que dejar de lado los discursos tipo relato de lo bien que vamos y empezar a hacer docencia para que todos entiendan el delicado problema en que estamos metidos. Digamos que el gobierno debería dejar de lado el discurso triunfalista y poner un mínimo de orden en este caótico debate económico en el que todos opinan y pocos conocen la profundidad del problema que tenemos.

Si el gobierno contara la verdad de la situación económica a la gente, seguramente tendría mucho apoyo político para revertir la larga decadencia argentina.

Fuente: Economía para Todos