En nada debe sorprender que los mismos que han ungido como trayectorias ejemplares las de jóvenes que hace más de cuarenta años se volcaron a la acción terrorista ahora exalten a "los pibes chorros". Como detrás de "los pibes chorros" suele perfilarse la conducta atroz de adultos que los impulsan al delito a sabiendas de la condescendencia de las leyes penales con la minoridad, podría exaltarse, con igual criterio, el comportamiento de sujetos que están entre lo peor del género humano.

Desde otra perspectiva, con otro sustento moral y preocupación digna de tenerse en cuenta por el destino de la sociedad, se elevan, en cambio, voces que advierten sobre la extrema gravedad de un contexto nacional en el que el 30 por ciento de la población es pobre. De allí sale la porción mayor de carne de cañón que termina llenando hasta un extremo infrahumano las cárceles del país y deja atrás a niños que crecen en la desnutrición, con consecuencias que pagarán para siempre si no se los salva a tiempo.

Una de las disertaciones más comentadas en la opinión pública estas semanas ha sido la del doctor Juan Carlos Parodi, uno de los cardiocirujanos relevantes del país. Se propuso apartarse por un momento de la especialidad sobre la que se asienta el prestigio de su nombre para elevar la mirada a una cuestión social de dimensiones estremecedoras: la cantidad de chicos argentinos que sufren, a raíz de su desnutrición en un contexto de pobreza y procreación desatinada, de bajo coeficiente intelectual, de déficit cognitivo y de plasticidad cerebral inadecuada. Cuando esos chicos tengan más de cinco años de edad no habrá remedio para tales secuelas.

Todos saben que hubo a comienzos de este siglo, en medio de una crisis económica y financiera pavorosa, más pobres aún de los que hay hoy. Eso es poco consuelo. Como es de público conocimiento, la tasa de 30 por ciento de pobres se prolonga como herencia del malhadado paso del kirchnerismo por el poder. Lo que se sabe menos es lo que el doctor Parodi se propuso subrayar en su exposición pública: en la población menor de 14 años, la pobreza sube al 50 por ciento y se potencia hasta más del 70 por ciento en los asentamientos precarios urbanos y rurales. En el comienzo de sus vidas esa niñez tiene lo que Parodi llama "un destino sellado": más tendencia a delinquir, maestros de escuela sin títulos profesionales habilitantes, desconocimiento de normas básicas de convivencia y, por sobre todo, un estado nutricional insuficiente para el cuerpo y la mente que los margina de la igualdad de oportunidades para todos. Ese principio de igualdad está en la esencia del espíritu republicano de la Constitución que organizó institucionalmente el país.

Es tanta la desaprensión de las clases gobernantes sobre esta cuestión capital que ni siquiera han puesto atención a lo que informa la evolución de una potencia como China, que ha reducido en décadas su extrema pobreza a solo el tres por ciento de la población. El presidente Macri ha dicho bien, y con no poco riesgo de la proyección histórica de su papel, que quiere que se lo juzgue por la lucha de Cambiemos contra la pobreza. Lleva dos años en el poder y hasta aquí estamos en ese punto casi como cuando asumió.

Parodi ha destacado la labor de los economistas que se han concentrado, como Alieto Guadagni, en la interrelación de pobreza y educación, en las diferencias abismales entre concurrir a una escuela desprovista de recursos y con maestros de deficiente formación docente, y asistir, en cambio, a escuelas dotadas de planes exigentes, tanto en el plano académico como en el comportamiento aleccionador que es parte de una formación básica. Los economistas más enfrascados en estos asuntos se atreven a formular interrogantes sobre las derivaciones secundarias de planes de asistencia social sin el correlato por parte de los beneficiarios de contraprestaciones sujetas a una debida fiscalización por parte del Estado. Madres hasta con más de siete hijos y una maternidad exacerbada por planes de asistencia que se suman hijo por hijo, pero sin extraer al núcleo familiar y a sus miembros del hábitat deplorable en que desarrollan sus míseras existencias.

Tasas actuales de crecimiento poblacional del 4,3 por ciento entre los pobres y del 1,2 entre quienes no son pobres. Aumento, pues, de cinco veces más de unos respecto de los otros en apenas un par de generaciones, y el prenuncio, así, de una sociedad que cambia para bien o que declinará aún mucho más de lo que lo ha hecho en largas décadas de retroceso.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), que cuenta con un programa de ayuda humanitaria para niños y madres de países en desarrollo, ha hecho saber que según los datos disponibles de 2015, último año relevado, en la Argentina nacieron 770.040 criaturas, entre ellas, 119.699 de madres de menos de 19 años y 2787 de madres niñas.

Hace ya más de 50 años Eduardo T. Hall, antropólogo norteamericano, advertía sobre las consecuencias del hacinamiento poblacional, tanto de orden psíquico como físico, al que lleva la pobreza. No solo los hombres, sino todos los animales, decía, incluidos los pájaros, tienen la necesidad congénita de disponer de un territorio vital para su sana existencia. Hall predicaba que todos requerimos para nuestro desenvolvimiento vital de "burbujas de espacio" que protejan nuestra intimidad e individualidad. Mencionaba un estudio de los años 60 hecho sobre los vecinos de Harlem, barrio por entonces de hacinamiento en Nueva York, por el que se comprobó que el 18 por ciento de los hombres que lo habitaban padecían de perturbaciones mentales.

La pobreza como problema es drama, es carencia en todos lados, y no precisamente una virtud como algunos la proclaman. Es cierto que en las escrituras, en la versión de Lucas, se dice que los pobres serán "bienaventurados" en el reino de los cielos, y debemos celebrar la metáfora del equilibrio final en el destino de los hombres, pero estamos en un mundo de penas, no en un reino celestial, y no podemos perder el tiempo en dilatar la resolución, o la mitigación apreciable, al menos, de la más dolorosa de las cuestiones que afronta la sociedad argentina.

La clase dirigente debe despabilarse sobre su responsabilidad acerca del porvenir que a este paso espera a las nuevas generaciones. Alimentación, habitación y educación deben ser prioridades centrales. Hasta en las páginas de nuestra prensa es llamativo que se haya pasado casi por alto la afirmación del presidente Macri de que debemos saber cuál es la calidad comparativa de las escuelas y los colegios a los que van nuestros niños y adolescentes. Esa información pública, constitucionalmente obligatoria, ha sido mezquinada por influencias de un sindicalismo desaprensivo y por la complicidad de políticos demagogos que quiere ocultar las culpas por la docencia insuficiente y los años de educación que se pierden, en relación con lo que sucede en otros países, por tantas huelgas temerarias y aulas desiertas, como las que tenemos a la vista.

Es también curioso que una diputada nacional por la UCR, y por tanto de Cambiemos, como la presidenta de la Federación Universitaria Argentina (FUA), Josefina Mendoza, haya dicho, justo meses antes del centenario de la Reforma Universitaria, que no pondría su voto para amortiguar los costos al erario público de la gratuidad de la enseñanza. Olvida que no cobrar por los servicios educativos a quienes pueden por sí o sus familias pagar por la enseñanza que reciben es reducir las posibilidades de lo que el Estado brinda a los más pobres. Lo más notable de la Reforma Universitaria no fue precisamente eso, sino su impulso hacia la libertad académica y la asignación de cátedras por antecedentes y concursos.

Hay mucho y urgente por hacer en todo lo concerniente a los más jóvenes. Gracias, doctor Parodi, por lo que ha fomentado en ese sentido.