El diagnóstico del problema es claro: los productores utilizan cada vez más insumos, porque se agravó el problema de las malezas resistentes y también la incidencia de algunas enfermedades, para lograr los mismos rendimientos que antes. Es un escenario de estancamiento del modelo productivo, que también implica una erosión de la rentabilidad, una pérdida de eficiencia global del sistema y una amenaza a la sustentabilidad.

A partir de este eje, expertos en malezas, plagas, enfermedades y manejo agrícola se reunieron esta semana en una jornada en Piamonte (en el centro oeste de Santa Fe) para analizar las distintas alternativas para recuperar la iniciativa y salir de esta encrucijada.

Los convocó el asesor Carlos Grosso, referente de la consultora agronómica VMV siembras, quien recordó que en los últimos diez años se triplicó el uso de insumos y las productividades “siguen estancadas”, a pesar de que hay un claro potencial genético en todo el paquete de insumos agrícolas.

“Estamos ante un problema que amenaza la sustentabilidad económica y ambiental, y ya no se puede esperar que la solución venga de una molécula o un gen, sino de nuevos procesos que logren la máxima eficiencia, a partir de la interacción de grupos de trabajo a campo, en constante interacción con los especialistas en cada tema”, le explicó Grosso a Clarín Rural.

Este es uno de los puntos centrales. Después de casi 20 años de un manejo relativamente sencillo, la aparición de malezas que resisten o toleran los herbicidas complicó el escenario productivo y para amortiguar el aumento de los costos no hay otra que conocer el tema a fondo o preguntarle a los que saben.

Es lo que no se cansa de repetir Eduardo Cortés, especialista en malezas del INTA San Francisco (en Córdoba) y uno de los disertantes de la jornada, junto al fitopatólogo Marcelo Carmona, el especialista en plagas Daniel Igarzábal y el referente de la agricultura brasileña Dirceu Gassen.

Con más de 30 biotipos de malezas que tienen resistencia o tolerancia a los herbicidas en la Argentina –especialmente al glifosato-, Cortés recomendó a cada productor conocer a fondo su zona y los “yuyos” más frecuentes para aprender a clasificarlos en resistentes y tolerantes, porque estos últimos quizás se pueden manejar con una aplicación a tiempo.

“La verdad es que se terminaron las soluciones fáciles y ahora es necesario conocer cuándo nace una maleza y cuántas camadas vienen. Y también planificar el manejo de herbicidas en sintonía con la rotación”, planteó.

Cortés, que fue denunciante de la resistencia de Amaranthus hybridus (yuyo colorado), indicó que apostar a un manejo diversificado es la herramienta para ralentizar la aparición de nuevas resistencia el mayor tiempo posible.

“Cuando se hace siempre el mismo manejo, lo que hacemos es presionar para que una resistencia, que es un proceso de adaptación natural, explote”, advirtió.

Es el mismo riesgo que ve Carmona con las enfermedades. “Lo que pasó con las malezas es un símbolo y no queremos que también se aceleren las resistencias de los hongos, que ya se están dando”, alertó el fitopatólogo de la Facultad de Agronomía de Buenos Aires (Fauba).

El experto asegura que en la agricultura argentina se sabe poco de fungicidas y que es fundamental que los asesores y productores se capaciten para aprender de moléculas y patógenos.

“El mejor ejemplo es lo que pasó esta campaña con la roya amarilla en el trigo. Hubo lotes que requirieron hasta tres aplicaciones y la media fue de dos. En los que no se aplicó, las pérdidas llegaron hasta los 4.000 kilos y en los trigos en los que no se logró una aplicación eficiente las pérdidas estuvieron entre los 1.000 y 2.000 kilos. Es un alto costo”, recordó.

También contó que hay productores que utilizan fungicidas que no son efectivos para ese hongo: por ejemplo, los triazoles contra la roya naranja. “La conclusión es que con las enfermedades todavía estamos a tiempo, pero es prioritario reforzar el conocimiento para evitar que los problemas se agraven”, señaló.

Lo interesante es que este imperativo ya no es solo un desafío individual, que separa a los productores que hacen los deberes de los que no. Es una responsabilidad colectiva y debería ser una política de estado.

“Las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA) en forma aislada eran suficientes cuando la problemática era la erosión y la fertilidad física y química de los suelos, pero no alcanzan para atajar las dificultades con malezas, enfermedades y plagas, a las que nadie escapa. Se necesita que las buenas prácticas se ejecuten al nivel de un ecosistema de productores”, insistió Grosso.

Es un cambio de paradigma, una forma distinta de hacer las cosas, para terminar con una forma de trabajar que profundiza los problemas. “Ante cada nueva adversidad, la reacción más común es incrementar las dosis y el número de activos por aplicación y por hectárea, lo que calma el incendio pero termina acentuando la problemática de fondo”, opinó el organizador de la jornada.

En relación con las plagas, Igarzábal destacó que en las últimas tres campañas la presión de los insectos se replegó por tres razones: el clima, que fue más húmedo, la adopción de la tecnología Intacta (90% de los lotes en el norte y 50% en la zona núcleo) y el uso de insecticidas de bajo impacto que preservó a muchos insectos benéficos (los que se comen a los que son plagas).

“Pero la falta de diversidad biológica en los cultivos es una amenaza. Falta planificación y que el Estado y más productores se involucren en políticas que promuevan la sustentabilidad ambiental y productiva”, coincidió.

Para Gassen, el gran desafío es sumar más conocimiento por hectárea. La historia reciente no ayuda, porque a partir de los 90’ el manejo se simplificó. “Los herbicidas e insecticidas eran muy baratos y el combo con la genética RR funcionaba”, dijó el referente brasileño. Así, muchas herramientas de control biológico y gestión de las malezas se dejaron de lado.

“Ahora, en cambio, hay una necesidad urgente de lograr procesos agronómicos mucho más eficientes. Hace años que la media de rendimiento oscila en los 33 quintales de soja por hectárea y con tecnología y manejo se puede llegar a los 60 quintales, con mayor sostenibilidad productiva y ambiental. El ingrediente activo más importante es el ser humano y el conocimiento, y esa es la variable central para salir del estancamiento”, concluyó Gassen