Eso es lo que se percibe en las últimas apariciones públicas de Hugo Moyano. Sus ataques al Gobierno parecen un desesperado gesto de defensa ante el más elemental de los temores. Todo aquello que lo ha afirmado en el poder durante décadas parece estar desvaneciéndose en el aire. Y eso que sopla en el viento, el fin de la impunidad, pone en riesgo su supervivencia en un sistema que ya no responde como solía hacerlo.

No ha de ser sencillo aceptar semejante posibilidad después de haber tenido a varios presidentes en un puño. Lo más extraño de todo es que será precisamente su caso, el modo en que se resuelva, lo que en buena medida acabe definiendo el verdadero alcance de las transformaciones en curso, el grado de regeneración institucional que el país podría alcanzar y acaso la consistencia de un cambio de ciclo que suponga la condena de la corrupción y la prebenda.

No fue Moyano, por supuesto, quien buscó esta batalla con el Gobierno. Simplemente, cuando empezó a verse acorralado por la Justicia, hizo lo de siempre: apeló a la amenaza y la extorsión. Tampoco fue Macri. El acierto del Presidente, en todo caso, fue decidir no hacer lo mismo que muchos de sus antecesores: ceder y transar ante esas presiones. Ese gesto lo define todo y vale más que mil palabras. Que la Justicia hable. Detrás de Macri, detrás de la Justicia, hay una sociedad que, acaso también por el más elemental sentido de la supervivencia, aspira a un cambio. Allí habría que buscar las razones de esta pelea de fondo que parece no tener marcha atrás. Y allí está la novedad que Macri sabe leer y a Moyano le cuesta asimilar. Por eso su caso, a su pesar, se ha vuelto emblemático.

En términos simbólicos, se trata de la lucha entre lo viejo y lo nuevo. De ahí su trascendencia. La gobernabilidad que Moyano ha vendido a un precio altísimo hoy cede ante la necesidad de una transformación de fondo. Aquella era una gobernabilidad engañosa, porque los privilegios y el poder que el líder sindical exigía significaban la consolidación de un país inviable tanto en lo político como lo económico, que en el corto plazo se topaba con el siguiente estallido. Esta vez, parece, la tensión entre "gobernabilidad" y república se resolverá apostando por el futuro.

Pero hay algo más. Atentos al cambio de época, o convencidos de que se trata de un acto promovido por intereses personales, la mayor parte de los jefes sindicales se bajaron de la marcha convocada por Moyano para el miércoles. Lo acompañará el kirchnerismo, muchos de cuyos miembros, empezando por la expresidenta, comparten con el líder camionero la urgencia de obtener impunidad ante el avance de las causas que investigan la corrupción de la década perdida. Los une el espanto. Y un discurso que desprecia sin vueltas el valor del voto y de la democracia si esa impunidad peligra. El mismo Zaffaroni jugó desaprensivamente con la idea de que Macri podría no terminar su mandato. La del miércoles será una marcha del club del helicóptero. Sus líderes en apuros parecen dispuestos a usar a sus afiliados y militantes de escudos humanos.

Esta lucha de Moyano contra el Gobierno, tal como está planteada, tiene incluso connotaciones económicas. Moyano es ejemplo mayor de un sistema corporativo en donde muchos jerarcas sindicales (así como también empresarios, sin duda) buscaron su propio y exclusivo beneficio a costa de la salud económica del país, mediante privilegios, prebendas o actos de corrupción que pagaban sus propios afiliados y todos los argentinos. El éxito de este tipo de gremialistas, garantizado por gobiernos cómplices o incapaces de oponerse a un sistema enfermo, suponía dinamitar premisas elementales de racionalidad económica. Por eso ellos se enriquecieron, como se ha ventilado últimamente en tantas causas judiciales -entre otras las de Balcedo, Suárez y Medina- mientras el país se empobrecía.

Con amenazas, con aprietes, con la connivencia de políticos, Moyano multiplicó su universo de afiliados a costa de los demás gremios. Pese a los cargos que enfrenta en la Justicia -lavado de dinero, asociación ilícita, fraude-, pese al cambio de ciclo y a la reticencia de sus viejos compañeros, conserva un poder de fuego importante. En los papeles, puede parar al país. Para Macri, la batalla supone riesgos. Pero son riesgos ineludibles. Hacen a la razón de ser de la coalición de gobierno y a la base electoral que le da sustento. No arriesgar sería perder de antemano.