La balanza comercial de bienes argentina arrojó en 2017 un resultado negativo de menos 8.471 millones de dólares (lo que refleja que el país ha comprado al mundo más que lo que ha vendido). Esto fue causado por una dinámica alza de las importaciones (19,7%, para llegar a 66.899 millones de dólares) que contrastó con la debilidad exportadora (apenas 0,9% de crecimiento, llegando a 58.428 millones de dólares).

Sin embargo, si se analiza con algo de profundidad estos resultados se descubre que Argentina logró un generoso superávit comercial en el comercio exterior de origen agropecuario (lo que implica que ha producido más y mejor que lo que la economía local demanda y por ende ha podido abastecer mercados externos con eficacia); mientras que padeció déficits (la economía produjo menos que lo que la economía local demanda) en la actividades de manufacturación industrial y en minerales y energía.

En el total, ocurrió que el agrosuperávit no llegó a compensar los déficits de los demás sectores.

Concretamente, el comercio exterior de bienes de origen agropecuario obtuvo un superávit sectorial, en 2017, de 32.852 millones de dólares. Mientras tanto, la balanza de los sectores industriales tradicionales (MOI) arrojo un déficit de menos 39.870 millones de dólares; y las industrias extractivas (minerales) uno de menos 3.850 millones de dólares. Y a esto debe agregársele (aparte) el déficit en la balanza de servicios (unos 10.000 millones de dólares).

Desagregando la información antes expuesta pude señalarse que el principal sector superavitario fue el de productos alimenticios, que arrojó un saldo favorable (exportó más que lo que importó) de 12.560 millones de dólares.

Dentro de este sector se destacaron los llamados residuos de la industria alimenticia (pellets de soja principalmente) que obtuvieron el mayor superávit por producto para la Argentina, con un resultado comercial positivo de 9.850 millones de dólares. También en este capítulo los lácteos obtuvieron 725 millones de dólares de superávit.

A ello lo siguieron en importancia el superávit de productos vegetales (11.205 millones de dólares). Dentro de este capítulo se destacan los cereales, que obtuvieron un saldo de 6.890 millones de dólares; y luego las semillas y frutos oleaginosos, que obtuvieron 2.550 millones de dólares. Después, las legumbres y hortalizas, lograron 665 millones de dólares de superávit.

También se destacó el superávit obtenido por las grasas y aceites (4.840 millones de dólares) y los productos del reino animal (con 4.402 millones de superávit), rubro este último en el que hay que señalar a los pescados, con un superávit de 1.850 millones de dólares; y las carnes, con un superávit de 1.650 millones de dólares.

Los sectores superavitarios ya referidos se contraponen con holgados déficits en máquinas y aparatos eléctricos y mecánicos (el resultado internacional negativo en 2017 fue -17.120 millones), material de transporte (- 8.260 millones de dólares), químicos (- 4.510 millones) y el sector de minerales (con - 3.850 millones). Estos son los principales de varios rubros que explican el déficit general que han arrojado las actividades no agropecuarias.

Los agrosuperávits en realidad son efecto de la capacidad exportadora del sector. Del total de exportaciones argentinas de 2017, el 65% han sido productos de origen agropecuario. Y esto es consistente con el hecho de que (según la OMC) Argentina logro en 2016 incluirse entre los 10 principales exportadores de productos agropecuarios y también entre los 10 principales exportadores de alimentos en el mundo (si se considera a la UE como único mercado).

Ocho de las 10 principales empresas exportadoras argentinas pertenecen al sector agroindustrial, que es el que logra la mayor capacidad de aplicar el más moderno conocimiento a las técnicas productivas del siglo XXI (lo que P. Sullivan llama el capital intelectual).

El déficit comercial argentino (que el grueso agrosuperávit no pudo evitar) no es consecuencia de una exagerada alza de las importaciones (que crecen desde los más bajos niveles comparados en el mundo) sino que surge por una debilidad exportadora (no crecen las ventas tanto como las compras).

Argentina ha acudido una vez más al comercio de bienes de origen agropecuario para generar dólares comerciales y se enfrenta ahora al desafío de incrementar en cantidad y mejorar en calidad la inserción comercial externa para, además de equilibrar la balanza general, lograr una participación en el comercio total en el planeta que le conceda un lugar como el que tuvo ya hace algunas décadas.

Nota de redacción: el autor es especialista en negocios internacionales.