Los pronósticos de 61 consultores, relevados por el Banco Central, auguran para el próximo bienio un crecimiento del 3,2% anual e inflación de 16,6% en 2018 y de 11,3% en 2019. Si la realidad se acerca a estos números, en 2019 sonarán irrelevantes las discusiones de hoy y se verá probable la segunda presidencia de Cambiemos. Si el "consultor promedio" falla, los críticos de hoy se sentirán profetas. Pero lo que ocurra dependerá en buena medida de la acción oficial de aquí en más. Su análisis es el núcleo de esta nota, que procura explorar caminos hacia el desarrollo inclusivo y sostenible, clave del combate de la pobreza y la desigualdad y del fortalecimiento de las instituciones.

Lejos de las sutilezas numéricas, el retorno de la violencia en este diciembre ha sido un retroceso para el país. También anuló la factibilidad de un shock alternativo al gradualismo en curso, al evidenciar que cualquier propuesta sobre temas sociales sensibles puede generar reacciones análogas a las vistas y en algunos casos apuntando a lograr otro 2001. Esta vez fue por un cambio en las jubilaciones que garantizaba por primera vez, y por ley, el aumento de su poder adquisitivo. Cierto, hubo errores de diseño, como la tardanza del bono compensatorio del cambio de la fórmula de actualización de haberes y también una deficiente comunicación oficial. No se explicó, por ejemplo, que nuestro sistema previsional es insolvente, como en muchos países, ni que su déficit puede cuadruplicarse en poco más de una generación, ni que negarse a cambiar tal estado de cosas es una flagrante injusticia social hacia las generaciones de nuestros hijos y nietos, menos atendidas hoy y más deudoras en el futuro.

El descarte del shock no mejoró la situación del gradualismo, ya que a poco de las elecciones de octubre arreciaron las críticas de propios y extraños a la gestión económica. En tiempos de neurociencias, economía del comportamiento y habilidades socioemocionales es oportuno analizar estas críticas a la luz de las expectativas y las emociones involucradas. Una buena guía para ello es la de la moderación, más rica que el "gradualismo", que apenas indica hacer las cosas de a poco. Moderación, en cambio, es cordura, sensatez, templanza, realismo y también ser gentil en las maneras y fuerte en la realidad -suaviter in modo, fortiter in re, al decir de los latinos-.

La principal demanda de realismo y fortaleza necesaria hoy es limitar, en tiempo y montos, el vivir de prestado y proponerse, por ejemplo, no llegar al 40% de deuda con privados en relación con el PBI. Así lo dice el Gobierno, en línea con sus metas fiscales, que, como se ve, no serán fáciles de cumplir. Debe tenerse en cuenta que se ha iniciado un ciclo de subas de tasas de interés en los EE.UU., por ahora muy gradual. Estas cuestiones también deberían explicarse más y mejor, sin suponer que a "la gente" no le interesa o no lo entiende.

Más complejo y opinado es el debate sobre la política monetaria, su convivencia con la política fiscal y su conexión con un déficit del balance de pagos alto y creciente. Algunos recomiendan, sin más, la "devaluación", que, en un régimen de flotación, se realiza mediante una baja de las tasas de interés del Banco Central. Esto es lo que proponen variados economistas, algunos de los cuales recomiendan también que el BCRA suba sus metas de inflación. En criollo, lo que se propone es devaluar y tolerar mayor inflación. El debate así planteado es incompleto porque no incluye respuestas a preguntas tales como: ¿cuánta inflación adicional sería recomendable?, ¿qué metas debería formular el BCRA de allí en más? Tras el cambio, ¿cómo se evitaría que se consolidaran expectativas duraderas de mayor inflación?

El debate parece olvidar nuestra historia y, especialmente, su vigencia actual en la formación de las expectativas de muchos. Hace 72 años la Argentina eligió el camino de la inflación, a poco transformada en endemia destructiva, de magnitud sólo comparable en el mundo a la de Brasil y que doblegó todo intento de estabilización. Al llegar en 1989-90 al desvarío de la hiperinflación se decidió probar la convertibilidad -hay que recordar que el "tipo de cambio fijo" era entonces la propuesta heterodoxa, mientras que la flotación era la ortodoxa-. En vez de ganar competitividad devaluando se probó conseguirlo con deflación, es decir, caídas de precios internos o subas inferiores a las mundiales. Hubo logros parciales entre 1994 y 2001, cuando la inflación acumulada resultó de sólo 2%, contra 19,5% en los EE.UU. (sic), pero aun así no se pudo impedir su final dramático.

Creo que ya es momento de abandonar "deportes extremos" y, moderadamente, comportarnos como la "gris" mayoría de los sensatos del mundo, dejando de lado los atajos de la inflación y la deflación. Tal es el camino elegido hace dos años, con la novedad de ser el primer plan de estabilización que convive con tipo de cambio flotante. En este, especular conlleva riesgos -como acaba de verse este mes-, pero su clave constructiva es dar una válvula de escape contra distorsiones excesivas y atenuar los daños de un eventual shock externo. También hay que recordar que cuanto menor sea la tasa de inflación, mayores chances habrá de lograr una devaluación exitosa, con poco traslado a precios, como se ha visto en este siglo en Brasil, Chile, Colombia o Uruguay.

Aun las mejores gestiones microeconómicas de las organizaciones no pueden reemplazar una buena macroeconomía. Pero esta sin aquella, camino reiteradamente intentado por la Argentina, dura un par de años. Dejando de lado inflación y deflación, la única vía posible es el aumento de la productividad, que, ante la dura realidad social de la Argentina, tiene que ser una productividad inclusiva, no basada en reducir el empleo, sino en crear condiciones para la inversión y en apostar por el capital humano, la innovación y el capital social de las organizaciones. El Gobierno tiene muchas cosas por hacer aquí. Una es un plan efectivo de mayor productividad del sector público. Entre 2003 y 2015 el empleo estatal aumentó más de 70%, claramente por encima de su servicio real a la sociedad. Otra es facilitar más las cosas a los que quieren emprender e invertir. Según el informe 2018 del Banco Mundial sobre la facilidad para hacer negocios, la Argentina casi no progresó en los últimos dos años, pasando en el ranking del lugar 121 al 117, sobre 190 países.

En cuanto a la gentileza en las formas que nos propone la moderación, mi posición es redoblar la apuesta por el diálogo. El Gobierno lo acaba de hacer con gobernadores, políticos y sindicalistas sobre su plan de reformas, con más éxitos que fracasos. Y también, con resultados concretos, con algunos sectores productivos -en Perú funciona muy bien algo similar desde hace tiempo-. Hay que insistir, mejorar y extender este camino, al que también podrían incorporarse cuestiones tales como cupos de adelanto de la reforma tributaria para quienes inviertan y condicionalidades de inversión a quienes tengan protección comercial elevada, y pagada así por todos los consumidores.

También ayudaría enmarcar todo esto en una visión más explícita y detallada del plano de la Argentina que está en construcción. Dialogar sobre el futuro también es importante y, de paso, podría mejorar y hacer más permanente la comunicación a la sociedad de las aspiraciones del Gobierno.

El autor es Sociólogo y economista