Montevideo.- Los programas periodísticos por cable tienen audiencias importantes en Uruguay, Paraguay y a veces incluso en Chile. Y los hechos se siguen en sus detalles como si fueran propios, aunque se lean como ajenos. Por eso buena parte de ese público enlaza discusiones de estos días con las ocurridas en los últimos años y enseguida encuentra su lógica ligazón.

La renovada discusión sobre la grieta es una de ellas. Cada vez que periodistas, analistas y políticos tratan de repartir culpas y entender qué responsabilidad tienen en ella "las dos partes", ese público fronterizo reacciona y recurre a su buena memoria.

La grieta no es de ahora y además siempre fue unidireccional. No hubo culpas repartidas. El discurso prepotente e insultante ejercido desde el gobierno kirchnerista tuvo un claro origen y un propósito. Quizás, en comparación, la inteligencia aguda y sutil de algún primerísimo jefe de Gabinete pueda parecer hoy una elegante forma de hacer política. Pero en su contexto y momento ya entonces usaba una retórica agresiva, en ascendente escalada y dirigida a descalificar a adversarios que pronto empezaron a ser enemigos.

Nos preguntábamos cómo hacían los argentinos para vivir en un clima de cotidiana y constante crispación, sin tregua alguna y artificialmente creada desde el gobierno. Si bien las Madres de Plaza de Mayo tenían estatura épica, el tono insultante, procaz y cargado de malicia de Hebe de Bonafini no tenía atenuantes. Para quienes veían el lío desde afuera, ella fue rápidamente bajada de su sagrado pedestal, mucho antes de que lo hiciera una Argentina que sentía culpa de tener que hacerlo.

Hubo grieta, sin duda, y no fue de los dos lados. La evidencia al respecto es inobjetable. Los vecinos seguidores de la realidad argentina creímos que con la derrota electoral del kirchnerismo esa etapa llegaba a su fin, la crispación terminaría y la gente podría volver a sus vidas normales.

Pero desde la oposición, el antiguo régimen continuó con su estrategia, apoyado en la creación de relatos inverosímiles como los que siempre quiso imponer. Trató de que Macri se parezca a Videla, que su estilo de gobernar se comparara a una dictadura y hasta le inventaron un desaparecido.

Y ahora, ante la crisis de los medios que habían subsistido gracias a la financiación facilitada por el gobierno anterior, el relato intenta recrear la grieta y pretender que el Gobierno salga al rescate de esos medios.

Según a qué escuela económica pertenezca cada uno, será o no aceptable que el Estado subsidie industrias o rescate bancos fundidos o reduzca deudas y quite impuestos al comercio. Pero ningún Estado, en países democráticos, puede hacerse cargo de quienes hacen periodismo. Estén o no desfinanciados. Toda intervención económica del Estado en la actividad periodística termina por contaminarla, corromperla y quitarle su necesaria independencia. Eso fue lo que ya pasó y así termina.

Intrigados, los vecinos de la Argentina se preguntan cómo saldrá de esta grieta tan despiadada. No será fácil. Para empezar, es necesario recordar que no hubo "dos partes", sino una máquina de abusar, de atropellar, de amedrentar, de controlar. Así al menos se pudo ver desde otras orillas.

El Autor es periodista, analista político y docente uruguayo