En un reportaje concedido a Perfil, el dirigente radical Ernesto Sanz manifestó que el gobierno de Cambiemos enfrentó al asumir un trilema: salir del populismo, gobernar en minoría y confirmar un triunfo en las elecciones de mitad de término. Un trilema puede plantearse como una elección entre tres opciones con alguna contradicción entre las cuales a lo sumo se puede optar por dos de ellas. Según Sanz, haciendo un balance de logros, el Gobierno no sucumbió al trilema, sino que convirtió sus opciones en un triple desafío y avanzó en los tres frentes.

Cambiemos gobernó estos dos años en minoría. En Diputados sumó 86 bancas en una cámara de 257 miembros. En Senadores contó con sólo 15 bancas y tuvo que confrontar a una oposición que tenía quorum propio en una cámara que reúne 72 miembros. En minoría tuvo que negociar y acordar distintas leyes para salir del default y aprobar el régimen de blanqueo, entre otras.

Hasta las PASO, el humor de los mercados, de muchos formadores de opinión y de gran parte de la sociedad reflejaba serias dudas sobre las posibilidades del Gobierno de salir bien parado en las elecciones de mitad de término. Muchos que intuían un mal resultado para el Gobierno comenzaban a plantear dudas sobre la gobernabilidad de los próximos dos años. Los resultados de las PASO, amplificados el pasado domingo 22, fueron contundentes: el Gobierno se impuso en las elecciones nacionales (41%), ganó los distritos más importantes y sumó resultados auspiciosos en distritos dominados por la oposición desde hace décadas. El resultado se ha traducido en la suma de 21 diputados y 9 senadores que van a reconfigurar el mapa político de las cámaras legislativas. Se pudo gobernar en minoría y se pudo lograr un resultado favorable en las elecciones de mitad de término.

Algunos analistas suspicaces de la gestión de Cambiemos sostienen que se cumplió la restricción del trilema: el Gobierno tuvo que resignar la "salida del populismo" para alcanzar los otros dos objetivos. Aceptan que la administración Macri emprolijó mucho la pésima herencia recibida -herencia que no pudo aceptarse con beneficio de inventario y donde se disimularon los costos-, pero recriminan que se transó en una gestión con tintes de "populismo edulcorado". Lo que pierden de vista muchos de estos críticos es que las proposiciones del trilema tienen distinta agenda: el Gobierno en minoría y las elecciones de mitad de término estaban atados a una agenda política con plazos ciertos; el "dar vuelta la página del populismo" en una Argentina arrastrada por sus valores, su institucionalidad y sus políticas desde hace décadas presupone otra agenda con metas, reformas y logros que tomarán tiempo y que desbordan los plazos de una administración de gobierno. Los dos primeros eran objetivos instrumentales para dar andamiaje al cambio, el tercero implica la esencia del cambio, y a esto apunta el paquete de reformas planteado por el Presidente a la semana del triunfo electoral.

La salida del populismo compromete a la República y el desarrollo inclusivo, y, como sus logros son de largo aliento, aquí lo relevante es monitorear el rumbo de la gestión de Cambiemos. Si uno tiene en cuenta el rumbo, ha habido logros parciales indiscutibles en estos dos años de gestión: la Argentina volvió al mundo, volvió a ser sujeto de crédito en el mercado de capitales, restableció el instrumental para medir su salud económica y social, empezó a restablecer las señales de precios relativos en la economía (algunos con distorsiones que superaban el 1000%), estableció metas de inflación para reducir sus guarismos a tasas de un dígito, implementó planes de administración racional en una burocracia pública hipertrofiada y anárquica, y bajó los costos de la obra pública introduciendo transparencia y competencia en las compulsas. Ha impulsado obras de infraestructura estructurales con miras a la integración de regiones y a la reducción de costos logísticos. Está superando la emergencia eléctrica y recapitalizando sectores con stocks agotados por la intervención discrecional y los precios políticos.

Por supuesto, salir del populismo implica mucho más: implica recuperar la cultura del trabajo, con creación de empleos en el sector formal para dejar de usar a los pobres como instrumentos de la política y dignificarlos con oportunidades que les devuelvan libertad y movilidad social. Implica volver a tener una moneda sana, desinstitucionalizar la inflación y acordar un contrato fiscal que permita poner en caja el desmadre del Estado en todos los niveles. Implica mucha más inversión e inversión de calidad. Implica calidad educativa, tecnología e innovación para aumentar la productividad sistémica y así elevar el techo de crecimiento potencial del producto.

Si mantenemos el ritmo de crecimiento de los últimos 20 años con el serrucho de subas y bajas, nos llevará más de 100 años duplicar el ingreso per cápita, si crecemos 20 años al 3% duplicaremos el ingreso per cápita en 36 años, si crecemos al 5% anual acumulado nos llevará 18 años. La velocidad del crecimiento en una estrategia de desarrollo productivo que potencie el valor agregado exportable a partir de una plataforma regional nos permitirá sumar nuevos empleos y superar la exclusión, la pobreza y la marginalidad. Es cierto que los déficits públicos de hoy se parecen a los de Kicillof si se detraen los ingresos del blanqueo, pero también es cierto que los déficits de hoy contabilizan la regularización de la deuda pública, la eliminación y reducción de retenciones y otros impuestos, además del pago de los juicios a los jubilados que los anteriores no contemplaban.

Se puede apuntar a la disritmia entre la política monetaria y la fiscal, pero hay que admitir que los tiempos del agujero fiscal, aun en la vía gradualista planteada por el Gobierno, requieren, además de voluntad política para avanzar sobre privilegios corporativos, de nuevos instrumentos legales. Pero el Presidente lo dejó en claro, la sustentabilidad de las cuentas públicas es un tema crucial de la agenda pendiente porque condiciona las bases del modelo de desarrollo inclusivo.

Un Gobierno más fuerte, aunque todavía sin control de las cámaras del Congreso, legitimado por un triunfo electoral que superó expectativas y amplió su horizonte político, tenía que decidir si los desafíos pendientes para salir del populismo los abordaba solo, con acuerdos tácticos para sacar algunas leyes y sumando poder en los nuevos turnos electorales; o a partir de una estrategia de mínimos consensos con la oposición para alcanzar acuerdos básicos plasmados en leyes que pavimenten la ruta de la República y el desarrollo. En su amplia convocatoria al "reformismo permanente", el Gobierno optó por la vía de los consensos básicos. Es que en el camino de "republicanizar la democracia" es conveniente que la alternancia en el poder tenga un nuevo marco de referencia que incluya una mayoría crítica y marginalice las opciones populistas. Sin este nuevo marco de referencia, el populismo queda como alternativa al cambio, y su largo arraigo en la sociedad y en la política argentina torna más probable que vuelva por sus fueros. Por otra parte, asumir como salida un largo período de "hegemonía" no populista sin alternancia en el poder es casi un oxímoron.