Los "súper impuestos" sobre "súper ganancias" no son muy comunes en el mundo. El Reino Unido los ha aplicado al sector de petróleo y gas (Petroleum Tax Revenue), Australia lo ha hecho sobre la explotación de carbón y mineral de hierro (Minerals Resource Rent Tax) y la Argentina hizo lo propio con las retenciones sobre los precios de los granos.

El crecimiento de la economía china a tasas de dos dígitos derivó en una voracidad por materias primas que desembocó en un súper ciclo de commodities con precios récords de petróleo, minerales y granos, creando el ambiente propicio para este tipo de impuestos cuyo objetivo de gravar las denominadas ganancias excepcionales es netamente recaudador.

En la actualidad, la apreciación del dólar así como la abundante oferta de materias primas unidas a la debilidad de la economía mundial con China creciendo a tasas más moderadas hizo desplomar las cotizaciones de las principales materias primas.

En el caso particular de la soja -a diferencia de otros commodities- la demanda china se mantiene muy firme. Sin embargo, la seguidilla de abundantes cosechas ha generado una copiosa oferta que provocó la caída de su precio máximo histórico de 650 dólares por tonelada a los actuales 360 dólares por tonelada.

A pesar de todo, queda vigente en nuestro país una retención del 30% sobre la soja que será reducida gradualmente hasta llegar al 18% a finales del 2019. Este sendero gradualista tiene en cuenta las necesidades fiscales del Estado, pero interfiere de una manera preocupante en el círculo virtuoso del crecimiento agroindustrial argentino.

La conclusión final para la soja, al igual que para otras materias primas, es la misma. Se acabaron los súper precios. No hay más lugar para súper-impuestos. La súper renta desapareció. Las retenciones también lo deben hacer.

La eliminación de las trabas a la comercialización de granos y de la mayoría de las retenciones junto con la liberación del mercado cambiario fueron muy favorables para el sector agroindustrial que respondió con un aumento de la producción de granos, salvo para la soja.

El desproporcionado nivel del gasto público argentino está imponiendo un ajuste al sector privado de la mano de una presión impositiva elevada, en general, y elevadísima para el campo, en particular. Por otra parte, la entrada de dólares para financiar el déficit fiscal no sólo deprime la cotización del dólar sino también el precio local de los granos al tiempo que la inflación presiona los costos a la suba y la tasa de interés se vuelve insoportablemente alta.

Esta combinación de elevada presión fiscal, costos a la suba, alta tasa de interés y retraso cambiario obliga a repensar el esquema gradual de reducción de las retenciones para dar más oxígeno al productor y potenciar el crecimiento del agro.