Anteayer, Cambiemos dio un paso adelante en demostrar que su gobierno no es de, para y por los ricos. Ganar una elección de medio término no es una proeza, pero que Cambiemos se haya impuesto en la provincia de Buenos Aires, con un candidato ignoto para el elector medio, sobre Cristina Kirchner muestra que ese supuesto ha tropezado también con las urnas. ¿Estamos delante de una inusitada hegemonía capitalista de larga duración, en la que la elite de Cambiemos logra articular su visión de la Argentina con las expectativas de prosperidad y de sutura de la terrible fractura social que nos afecta hacia un país "donde todos los argentinos vivamos mejor"? ¿Estamos delante de un auténtico cambio cultural o todo quedará en agua de borrajas? Al menos, este primer paso que corona dos años de gobierno ha sido dado.

Cambiemos se impuso por el 40% de los votos; triunfó bien, demasiado bien. Aun así, más de la mitad de los argentinos respaldó otras alternativas. Esto es bueno: una inmensa minoría gobernante fortalecida en las urnas y con mayor margen de acción política actuará en un espacio ocupado por fuerzas políticas con capacidad de contestación. Se trata de una "oportunidad histórica".

Apenas una oportunidad, nada definitivo, para que un partido de "centroderecha" con votos pueda correr el centro de gravedad de la vida económica hacia una sinergia entre el mercado y el Estado que hoy apenas imaginamos, con acompañamiento de amplias mayorías y cierta cooperación plural de fuerzas políticas, colocando al país en una trayectoria nueva de largo plazo. Por ahora, una fuerza política que declara tener esas orientaciones se ha consolidado un poco. Y también, la oportunidad para reconciliar el capitalismo, capaz de crear prosperidad, con la democracia, que tiene el deber de incidir en la distribución de esa prosperidad creando una sociedad más justa, idealmente con "pobreza cero". No sabemos si Cambiemos logrará colocar al país en esta trayectoria, pero su recorrido llevará, por cierto, años.

El electorado premió una gestión. Mediocre, pero no se votó puramente contra el kirchnerismo, como en 2015. Se votó, en parte, a favor del Gobierno. El desempeño económico es una clave, pero el Gobierno no presenta éxitos rutilantes como fueron el Plan Austral y la convertibilidad. Más bien ha evitado grandes desastres potenciales, concretó una modesta recuperación con caída de la inflación y dio algunas señales de modernización económica.

Pero importan dimensiones político-institucionales. Cambiemos tiene el mérito de haber gobernado lejos de la emergencia permanente institucionalizada y sin concebir el poder como un juego de suma cero. ¿Fue así porque estaba en minoría en ambas cámaras? Tal vez esta hipótesis sea demasiado ingenua. En la Argentina, los instrumentos de discrecionalismo presidencial son muy poderosos, y el Presidente podría haber seguido el camino de la excepción y el decretismo. No lo hizo, e inauguró un escenario político-institucional inédito, lejos de decisionismo presidencialista. Promulgó la muy reclamada ley de acceso a la información pública. La ley de emergencia económica, que Cristina hizo prorrogar, el Gobierno se comprometió a extinguirla a fines de este año. Sobre los superpoderes, impulsó legislación que los limitó severamente y a término fijo. En gran medida, el Congreso cogobernó desde 2017. Los DNU son instrumentos legítimos de gobierno si son empleados con prudencia. Ante la adversa correlación parlamentaria, Macri emitió 27 DNU en dos años: no indican una clave decisionista crónica o institucionalizada. Si la retórica algo importa, el presidente Macri no parece, hasta ahora, pretender encarnar la Nación.

El hecho de que el Gobierno no disfrute por los próximos dos años de mayorías propias, y tenga apenas cinco gobernadores, es prometedor: un lapso presidencial completo en estas condiciones puede contribuir a la creación de una cultura institucional de negociación lejana del unilateralismo. Cuando el Gobierno rehúsa desplazar a Gils Carbó por decreto, podemos atribuirle intenciones malévolas, pero también podemos pensar que se está orientando por ciertos caminos de los que luego será más difícil apartarse (path dependence).

Otro mérito moderado estriba en cierta restitución de capacidades al Estado (más eficacia y eficiencia sin llevar a cabo expulsiones masivas de trabajadores, y revalorizando a gran parte del personal preexistente) y una distancia fuerte con las prácticas de corrupción generalizada y clientelismo y administración de los pobres. Junto a una expresiva ampliación del sistema de protección social. La demandada restitución del orden público no ha merecido más que una respuesta muy prudente y consistente con el entendimiento de que las fuerzas de seguridad no son muy confiables. La lenidad oficial es correcta, pero debe acompañarse de una activa reconstrucción de los instrumentos institucionales de enforcement.

Una administración de méritos mediocres está logrando enterrar al kirchnerismo (hazaña que el peronismo no se sentirá obligado a agradecer). El triunfo en Buenos Aires no puede ser leído sólo en clave anti-K. Importa también el valor positivo de una gestión. Junto a la derrota de CFK y los gratos resultados en Santa Fe o Salta, el Gobierno recogió un triunfo aplastante pero ambivalente en la "ciudad puerto", donde fue plebiscitada Lilita Carrió. Esto tiene un lado malo y un lado bueno. El malo es que el electorado ha consagrado a una figura que se considera a sí misma la encarnación de la verdad y de la ética política, y que carece de las virtudes de prudencia y mesura que podrían ser garantías contra su propia perdición. La parresia griega, la personalización de la verdad sin importar consecuencias se han puesto a la orden del día. El lado bueno es la consolidación, al interior de la coalición, de una contrafigura en condiciones de ejercer algún contrapeso al Presidente. Es un rol que Rodríguez Larreta no puede desempeñar y que María Eugenia Vidal no debe ni quiere hacer.

Con un triunfo tan significativo, será importante que el Gobierno evite el síndrome de Hubris, la desmesura. El peligro descansa en la tentación de rearmar la fuerza política propia confiriéndole homogeneidad, disciplina y vocación hegemónica. Entre tanto, es patente que el Gobierno deberá decidir una estrategia de cooperación política, con la búsqueda de acuerdos caso por caso en un extremo y la formación de una coalición de gobierno en el otro. Pero si quiere reformas correctas y perdurables, deberá continuar con el gradualismo y la negociación. La imposición unilateral o la inacción son inconcebibles. Casos como la reforma laboral, las obras sociales o los subsidios crónicos a empresarios ilustran el tema.

Sobre las alternativas de cooperación política, una expresión de Marcos Peña viene a cuento: "Estamos de paso". Excelente, pero debería completarse: "Estamos de paso, pero las políticas que formulamos e implementamos" están para quedarse. Eso significa que otros actores políticos y sociales deberán asumirlas como propias. ¿Cómo? Lo mejor es incorporar en la formulación e implementación, lo antes que se pueda, a los actores extragubernamentales. Naturalmente, esto planteará dilemas a los peronistas no kirchneristas. Cooperar ¿no equivale a pavimentar el camino a una segunda presidencia de Macri? En todo caso, el Gobierno cuenta con incentivos (fiscales y políticos) para dar tiempo al tiempo.