Ese matrimonio impensado y con pocos antecedentes históricos agrandó la familia al incorporar nuevos territorios, en la mayor parte de los casos aledaños a las provincias que ya había conquistado. Y lo más importante: afianza al Gobierno y abre el camino a las reelecciones de Mauricio Macri y de sus accionistas principales, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta.

Como una marca indeleble, el paro del campo , aquel conflicto de 2008 que terminó de partir a la sociedad en dos, sigue estando en la raíz del cambio político que comenzó en 2015 y que acaba de consolidarse con un triunfo de dimensiones sólo comparables al esplendor alfonsinista de 1985, cuando la Unión Cívica Radical ganó con la consigna "no le ate las manos al Presidente".

El reflejo tardío de aquel enojo sin retorno con Cristina Kirchner asomó ayer una vez más entre los votantes de la franja central de la Argentina, los que expresan el país de la producción rural y que encontraron en Mauricio Macri una vía para alejarla del poder. Y ahora, para garantizarse la Casa Rosada no los agreda.

Otra vez, como en 2015, ayer se consagró la condena a las medias tintas y las ambigüedades. Se estaba a favor o en contra del Gobierno, a favor o en contra de Cristina. El peronismo del interior, como Sergio Massa en la provincia, el socialismo santafesino o Martín Lousteau en Capital, cayeron en la grieta deformada que ahora tiene al oficialismo y al kirchnerismo en barrancas enfrentadas pero desiguales.

Juan Schiaretti , el gobernador opositor más afín a Macri, vio esta noche como la derrota en Córdoba abrió una instancia de recambio político en su territorio que el propio presidente deberá decidir si morigera. Al amparo del romance macrista con sus comprovincianos, los radicales Ramón Mestre y Mario Negri libran antes de tiempo una guerra abierta por ver quién de ellos sucede al peronismo, dentro de dos años.

La magnitud del triunfo puede medirse por la extensión, pero también por el volumen en el distrito de origen de Macri, donde los desbarranques verbales de Elisa Carrió en las últimas dos semanas produjeron cierto freno en el envión que traía su lista. Rodríguez Larreta, luego del Presidente y de Vidal, es el gran ganador del domingo y reafirma su lugar en la mesa de las decisiones.

Hace dos años, en la primera vuelta de la maratón electoral que terminó con Macri en el poder, el oficialismo había ganado en el interior de la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Mendoza. Ayer, esos límites se ensancharon hasta estallar en una sorpresa, el triunfo en la casa del presidenciable salteño Juan Manuel Urtubey . Además, se confirmaron los triunfos ya registrados en las PASO en Corrientes y Neuquén, sin contar los triunfos en los extremos geográficos, que tal vez puedan explicarse por razones más políticas que sociales: Jujuy y Santa Cruz. En el norte predomina la batalla del gobernador Gerardo Morales con Milagro Sala y en el sur la debacle de la casa matriz del kirchnerismo, con Alicia Kirchner como atribulada administradora de esa caída.

La ola amarilla también tapó la candidatura a senador de Carlos Menem (entrará por la minoría) en La Rioja y al Chaco, y virtuales empates en La Pampa, Chubut y Tierra del Fuego.

La pareja país rural/clase media porteña encontró en estas elecciones que tiene nuevos adherentes. El macrismo confirmó sus victorias en las zonas más castigadas de la Capital y del interior del país, pero además afianzó sus posiciones en partidos del conurbano que había imaginado inaccesibles hasta hace poco.

Entusiasmados con esos números, hay macristas que ya piensan en ir por la liga de mini gobernadores peronistas que conforman los intendentes que en su mayoría compartieron lista con Cristina Kirchner, pero que al mismo tiempo repartieron votos cortados para salvar su propia ropa. Escobar, Tigre, Ituzaingó y hasta Florencio Varela y Avellaneda pueden ser ahora objetivos electorales para 2019, cuando María Eugenia Vidal busque su reelección. La gobernadora anotó su segundo triunfo en su territorio: si la primera vez fue la contracara del narcotráfico, ahora le tocó mostrarse como el reverso de una candidata acorralada por las denuncias judiciales.

La misma moneda muestra a Cristina como jefa de un ejército de bonaerenses empobrecidos que fueron golpeados por los aumentos de tarifas y por la inflación . Son, en buena medida, la expresión resignada de que sólo un Estado gobernado por el populismo les garantizará la subsistencia, por miserable que ésta resulte. Los pobres que Cristina dejó son, por paradójico que resulte, su casi excluyente caudal electoral.

De fondo, está la crisis industrial y el agotamiento de un modelo que hace décadas expulsa mano de obra. El peronismo supo representar en la provincia de Buenos Aires a aquellos obreros industriales cuyos nietos son ahora hinchas de una líder que, antes que un empleo digno como el que tuvieron sus antepasados, les prometió volver a repartirles los excedentes de la rentabilidad de los productores de la soja, "ese yuyo".

¿Cómo encastrará ese liderazgo en un universo peronista que corre hacia la moderación con la desesperación de un sobreviviente? Es un buen problema para la oposición y una solución de corto plazo para el oficialismo que, mientras gobierna, se entretendrá con las discordias ajenas. Más dividido que organizado, una parte importante de ese peronismo sin jefatura estable se apresta a negociar en la Casa Rosada varias de las reformas que planea Macri. A Cristina la esperan en Tribunales, donde, como es norma, los vientos judiciales cambiaron luego de las Paso a favor del poder de turno. El resultado ajustado que alcanzó en Provincia, aun con el grave perjuicio de la derrota, deja sin embargo a la ex presidenta con la posibilidad de sentarse a la mesa chica del peronismo. Ella misma se proclamó anoche jefa de la oposición. Poco, luego de haber concentrado tanto poder; bastante para habitar en un partido en el desierto.