MAR DEL PLATA.- Pero alguien lo grabó y él tuvo que disculparse con una carta a Cristina Kirchner. Ayer, en esta ciudad, donde se desarrolló el coloquio de IDEA, el líder de Techint volvió a indignarse en voz alta. "No puede ser que diez personas armadas alrededor de un fogón bloqueen la entrada de camiones en una planta", dijo, y recibió un aplauso estruendoso. Después miró a Antonio Caló, jefe de la UOM, que estaba en el público: "Usted sabe, Caló, que no es con usted: lo sufrimos los dos".

Que un empresario pueda hablar suelto de cuerpo contra lo que considera un apriete sindical describe un cambio de época. Pero también un orden de prioridades y una expectativa: parte de la efervescencia positiva que se percibió en esta ciudad hacia Macri se origina ahí, en la esperanza de que Cambiemos barra con viejos poderes establecidos que dificultan o encarecen la actividad económica. No por nada el tema aglutinante del coloquio fue la reforma laboral. "Hay que ver si esta espuma es de cerveza, y baja rápidamente, o es de fernet y dura más", graficó en el lobby del Sheraton el economista Dante Sica. Marcos Galperín, fundador y CEO de Mercado Libre, que compartía con Rocca el panel, lo definió así: "Que un gremio reciba obligatoriamente dos puntos y medio del salario de los trabajadores hace que nuestros intereses no estén alineados con los de los sindicatos. Imagínense ustedes si cada cliente tuviera la obligación de comprarme a mí".

Los empresarios terminaron de entusiasmarse hace tres semanas, con la detención de Juan Manuel "Pata" Medina, jefe de la seccional La Plata de la Uocra. Una decisión judicial, pero también política y simbólica, que sacudió al sindicalismo entero. Con una broma, Caló se lo admitió aquí anteanoche a Gerardo Martínez, secretario general del gremio: "Vengo haciendo malabares con la pregunta sobre el «Pata»", le comentó, a un metro de LA NACION.

Macri ha puesto el listón en ese nivel. Que cumpla o defraude es una incógnita que empezará a develarse después de octubre, con el resultado de la elección. El camino que elija no sólo genera dudas entre los analistas, sino también en las propias filas del Gobierno. Nunca se lo dirán de un modo frontal, porque el Presidente es con su círculo de colaboradores bastante más inflexible cuando su imagen positiva supera el 50%. Un respaldo importante en las elecciones, razonan entonces los macristas, podría tentarlo a no querer negociar. En realidad no está tan claro cómo sería un Macri envalentonado en el poder. Emilio Monzó, presidente de la Cámara de Diputados, pareció anticiparse ayer aquí a ese dilema, durante su exposición en el panel de legisladores. "Se terminó esa polarización que tanto mal le hizo a la Argentina. Tengan la seguridad de que este bloque va a trabajar buscando los consensos", planteó. El radical Mario Negri, que lo acompañaba en el escenario, reforzó la idea con una metáfora: "Si tenemos la suerte de que nos vaya bien en la elección no vamos a tomar alcohol esa noche, porque no hay que emborracharse con los resultados".

Le hablaban al otro integrante del panel, el senador Miguel Pichetto, pero quizá también a los propios macristas. Pichetto, que ha logrado para su espacio una buena relación con Mario Quintana, ya entendió que con Macri no será tan sencillo: semanas atrás le propuso personalmente, sin éxito, un acuerdo para tratar los proyectos que necesita el Gobierno, que consisten básicamente en cuatro reformas: laboral, previsional, tributaria y política. La respuesta del Presidente fue que no podía mostrarle a la sociedad un pacto con el PJ en medio de la campaña y que tal vez deberían conversar sobre el asunto después de las elecciones.

Hasta ahora, el Gobierno ha cuidado la relación con el peronismo. Desde la Casa Rosada tomaron incluso la precaución de avisarle a Eduardo Duhalde que denunciarían al "Pata" Medina, a quien suponen un viejo ahijado político del ex presidente. ¿Estas deferencias seguirán si el aval de octubre en las urnas es rotundo? Misterio.

La reacción del día después es hoy una apuesta que compete también a los empresarios. Hay, por ejemplo, hombres de negocios como Cristóbal López (Indalo) y Patricio Farcuh (Oca), ambos con deudas millonarias con el Estado, que tendrán escasas posibilidades de revertir el malestar que generan desde hace tiempo en la Casa Rosada. Y menos ante temas de la AFIP: los macristas suelen decir que Alberto Abad es incluso menos condescendiente que Macri.

El resto del establishment procurará que un gobierno entonado por un triunfo electoral empiece a resolver lo que conocen como "costo argentino". Los empresarios creen que esa transformación, que debería abarcar desde la carga impositiva hasta poder sindical, es la única alternativa a las devaluaciones, el histórico recurso con que las administraciones argentinas solían mejorar la competitividad. No hay margen, dicen haber entendido, y habrá entonces que ser eficientes. Una meta inalcanzable sin eliminar, por lo pronto, ciertas extravagancias gremiales. Algunos indicios, como las conversaciones que tienen en privado en la Casa Rosada, los llevan a creer que esta vez será posible. Hace un año, también en IDEA, Macri convocó aquí a un grupo de constructores y les pidió que le juntaran pruebas de las extorsiones de Medina. Tardó casi un año en convencer a la Justicia.

Los nuevos vientos preanuncian avances en otros sectores. Esta semana, por ejemplo, Ignacio Werner, subsecretario de Comercio Interior, se reunió en Sunchales con un intocable: Héctor Ponce, secretario general de la Asociación de Trabajadores de la Industria Lechera. La pretensión del Gobierno es seguir bajando el aporte patronal permanente que las empresas le hacen todos los meses a la obra social Ospil, beneficio millonario que se incluyó en 2009 en el convenio por una gestión de Julio De Vido y que convirtió al gremio en uno de los más poderosos del país, con capacidad para, por ejemplo, patrocinar la camiseta de Colón de Santa Fe. Ese pago, que los sindicalistas llaman "aporte solidario", eleva los costos de la lechería hasta ubicarlos 50% más arriba que en el resto de los sectores. Desterrarlo no parecería un objetivo tan ambicioso. Pero, para hombres de negocios habituados a asimilar la toma de una planta como catástrofe natural, equivale a ir por todo.