Hay algo peor que perder una elección: ser señalado como el responsable de la derrota. Esto es lo que contestaron los peronistas a la poco oportuna carta abierta de Cristina Kirchner que llamó a unir los votos opositores detrás suyo. No sólo le lanzaron el mal augurio de que caerá derrotada por primera vez como candidata, completando la serie de caídas iniciada en 2013. Le señalaron además que la culpa será suya, como ya hacían pensar los malos antecedentes sobre sus dotes de estratega, que ella confirmó con la inexplicable pirueta de romper el PJ y armar la mal llamada Unidad Ciudadana.

Por lo que se ve, esta vez muchos compañeros ni siquiera se dignarán acercarse a las puertas del cementerio. Cristina debe caer, y lo mejor es que caiga sola e inapelablemente.

¿Qué nos anticipa esta actitud? Que Macri podrá lucir un nuevo blasón electoral. Pero el peronismo cree poder lograr, aunque suene paradójico, que la principal victoria política sea suya. El rédito que espera obtener es doble.

Primero, si la ex presidenta ha sido, como dice Randazzo en su lapidaria respuesta a la carta abierta, la única responsable de la división del peronismo, muerto el perro se acabó la rabia: la unidad después de la elección será mucho más fácil. Será fácil reconciliarse con casi todos los intendentes bonaerenses que la acompañan en su última aventura, actuando más por necesidades locales que por convicción.

Segundo, no deberían influir demasiado a futuro los avances electorales que haya logrado el oficialismo, ni los pocos votos que obtengan Randazzo, Massa y algunos líderes desafortunados del interior. Todos ellos podrán celebrar su común condición de supervivientes y compartir la idea de que "se votó contra Cristina" y no contra el peronismo. Quitada del medio esa rémora del pasado, éste tiene el camino despejado para recuperar la confianza y la competitividad perdidas, al menos en el mediano plazo.

¿Significa que Cristina será del todo marginada por su siempre malquerido partido? No necesariamente. En una muy interesante charla que brindó al Club Político Argentino, Miguel Ángel Pichetto explicó que es Cristina misma la que se margina, y al hacerlo acelera la decadencia de su liderazgo, facilitándole las cosas al resto de los peronistas: ellos no están necesitados de echarla de ningún lado, negarle ningún mérito ni entrar en ningún otro conflicto abierto. Simplemente la dejan hacer y esperan los resultados. De allí la expectativa, que luego Pichetto hizo pública, de que Cristina motu proprio cree su propia bancada en el Senado.

Por otro lado, hay que anotar las palabras finales de la réplica de Randazzo: "Cuando se trate de defender a los que menos tienen, a los trabajadores, a los jubilados, nos encontrarán en la misma vereda". La unidad en la acción siempre estará a mano para ponerle límites al Gobierno en los asuntos en que el acuerdo con él sea imposible. Y también, para negociar los asuntos en que el acuerdo sea viable. Votar cada tanto con Cristina o amenazar hacerlo será un recurso útil para que el resto del peronismo recuerde al Gobierno su precariedad.

No sólo a nivel legislativo. El plan de los Moyano de reflotar un frente social al estilo del Movimiento de Trabajadores Argentinos de los años 90 junto al sindicalismo y los piqueteros kirchneristas, y también el apoyo de Daer y Caló a Unidad Ciudadana, anticipan el tipo de problemas que tendrá que enfrentar el plan oficial de avanzar con reformas como la laboral, la previsional y la del Estado.

Ahora bien: Massa y el Frente Renovador intentaron durante 2016 hacer ese juego, negociar con Macri pero cada tanto votar con el kirchnerismo, y muy bien no les fue. Terminaron siendo poco confiables para los moderados y también para los opositores duros. ¿Puede un peronismo más unido a nivel nacional (que pronto sumará hasta al propio Massa) lograr un equilibrio menos desprolijo y por tanto más convincente para sus distintos públicos? Habrá que ver, y habrá que ver también con qué combinación de colaboración y oposición lo intenta.

Hay varias hipótesis dando vuelta al respecto. La más optimista y la que más seduce tanto a sectores oficiales como a inversores, es que el peronismo provincialice sus intereses, más o menos como hizo la UCR en la década pasada. Por lo que sacrificaría, para decirlo mal y pronto, reforma laboral por plata para sus distritos. Y ni siquiera haría una gran inversión en tratar de volver a la Rosada en 2019.

No habría que tomarse esta posibilidad muy en serio. Los peronistas saben que ceder la arena nacional es prestarse a que les arrebaten sus gobernaciones. Y el PJ no es la UCR, jamás regaló espacios ni dejó de actuar como una fuerza nacional. ¿Podría ser su primera vez, si en dos años no logra instalar una figura presidencial unificadora y tampoco extinguir del todo la estrella de Cristina? No hay que descartarlo. Pero sí hay que descartar que no vaya a intentar todo para evitarlo.

Una segunda idea, también atractiva para los inversores, tal vez no tanto para el oficialismo y seguro más desafiante para los propios peronistas, es que intenten repetir la experiencia de Cafiero en los 80. Esta vez con más resguardos ante posibles competidores internos que quieran venir a escupir el asado cuando estén por servirlo. La clave sería lograr ser competitivos colaborando, para disputar el centro político sin perder el voto popular que, descuentan, al Gobierno le seguirá siendo esquivo. Son muchos los peronistas que piensan que les conviene suceder a un Macri medianamente exitoso antes que a uno frustrado, dejando que él haga el trabajo sucio de ajustar costos y eliminar obstáculos al desarrollo, para que ellos luego vuelvan a conducir un país con algún futuro.

Para que esto funcione, la cooperación tiene que brindar sus frutos, es decir, los votantes tienen que estar inclinados a premiarla, algo que jamás sucedió en nuestro país. También es condición imprescindible que pocos insistan con la polarización: que ni Cristina ni nadie parecido sea una opción viable en 2019, ni el Gobierno juegue a simular que lo es. Pichetto y Urtubey parecen ser los más inclinados a intentar esta opción. Pero deben saber que es la más difícil. De allí que incluso en el peronismo racional no haya muchos más que la consideren hoy por hoy la opción preferida.

Nos queda la tercera opción, que es la habitual cuando el peronismo está en la oposición: "Golpear y negociar", elevando lo más posible los beneficios, sin preocuparse mucho por la inconsistencia de sus planteos ni por los alarmistas que advierten que, de tan esquizofrénico, tendrá problemas para unificarse. Creo que esto es lo que va a imperar, un poco de todo como en botica, y hasta algún papel, siempre que no sea protagónico, para la propia Cristina habrá en ese aquelarre. Ella ya se acomodó a este escenario declarando, con su recién adquirido tono de leona herbívora, que podría renunciar a ser candidata en 2019. "Habrá gobernabilidad nacional si la hay para las provincias" anticiparon por su parte los gobernadores. "Reformas puede ser, pero neoliberalismo no", advertirán desde las bancadas de oposición y el frente social. "Lo que salga bien es porque ayudamos, lo que salga mal porque no se dejaron ayudar" dirán todos a coro. Y el Gobierno aprenderá, de nuevo, que tener a los peronistas en contra es peligrosísimo, pero tenerlos de aliados es más caro.

Probablemente sea lo más razonable que le quepa hacer al PJ frente a un Gobierno que, aunque pueda imponer parte de su agenda, es difícil saber cuánto va a avanzar y cuán bien le va a ir. El riesgo, lo hemos dicho, es que repita aumentado el pantano de desconfianza en que se atascó el proyecto de Massa.

El autor es Sociólogo y doctor en filosofía