FORTALEZA.- Se escucha el eco de los gritos infantiles en el aire húmedo de la mañana mientras una mujer empuja un reluciente carrito blanco a lo largo de calles llenas de basura. Está haciendo su reparto en alguno de los hogares más pobres de esta ciudad brasileña, en el norte del país: lleva budines, galletitas y otros alimentos envasados.

Celene da Silva es, a sus 29 años, una vendedora de los miles puerta a puerta que tiene la empresa Nestlé. Mientras va entregando paquetes de budín Chandelle, chocolates Kit Kat y cereales para niños, algo resulta evidente: muchos de sus clientes tienen sobrepeso, incluidos los chicos más pequeños.

Señala una casa que se encuentra en su camino y sacude la cabeza, recordando a su padre, que sufría de obesidad mórbida, y falleció la semana anterior. "Comió un pedazo de torta y se murió mientras dormía", cuenta. Celene, que pesa alrededor de 100 kilos, descubrió hace poco que sufre hipertensión. La afección tal vez esté relacionada, según reconoce, con el pollo frito y la Coca-Cola que toma con cada comida, desayuno incluido.

El equipo de ventas directas de Nestlé en Brasil, un verdadero ejército, es parte de una amplia transformación del sistema alimentario que está distribuyendo comestibles procesados y gaseosas azucaradas en los rincones más aislados de América latina, África y Asia. A medida que se desacelera su crecimiento en los países más poderosos, las multinacionales de alimentos como Nestlé, PepsiCo y General Mills se han dedicado a expandir vigorosamente su presencia en los países en vías de desarrollo, por medio de enormes campañas de mercadotecnia que están modificando drásticamente las dietas tradicionales de países como Brasil, la India o Ghana.

Un análisis de registros corporativos, estudios epidemiológicos e informes gubernamentales realizado por The New York Times revela una enorme transformación en el modo en que se producen, distribuyen y anuncian los alimentos en gran parte del planeta. Es un cambio que, según muchos expertos en salud pública, está contribuyendo a una nueva epidemia de diabetes y cardiopatías, y enfermedades crónicas que aumentan debido a los altísimos índices de obesidad en lugares que, hace apenas una generación, se veían afectados por el hambre y la desnutrición.

Un solo hecho ejemplifica la nueva realidad: hoy hay en el mundo menos gente con peso insuficiente que personas obesas. Al mismo tiempo, sostienen los científicos, la disponibilidad creciente de alimentos altos en calorías y con pocos nutrientes está generando un nuevo tipo de desnutrición, uno en el que mayor número de personas sufren, al mismo tiempo, sobrepeso y desnutrición.

"Se dice que estamos en el mejor de los mundos posibles: comida barata, disponible en todas partes. Si no se piensa mucho, tiene sentido", dice Anthony Winson, especialista en economía política de la nutrición en la Universidad de Guelph, en Canadá. Sin embargo, comenta, un análisis más minucioso revela algo distinto. "Para decirlo con claridad: esta dieta nos está matando".

Los críticos de los alimentos procesados reconocen que los factores en el aumento de la obesidad son múltiples: la urbanización, salarios más altos, vidas más sedentarias. Los ejecutivos de Nestlé, por su parte, afirman que sus productos ayudaron a aliviar el hambre, proveen nutrientes cruciales y, también, que la empresa disminuyó la cantidad de sal, grasa y azúcar en miles de productos para hacerlos más saludables. Sin embargo, Sean Westcott, gerente de Investigación y Desarrollo de la Unidad de Negocios de Nestlé Food, acepta que la obesidad resulta un inesperado efecto secundario de la actual disponibilidad de alimentos procesados baratos. "No sabíamos cuál sería el impacto", dice. Parte del problema, agrega, es una tendencia natural de las personas a comer en exceso porque pueden pagar mayor cantidad de comida. Nestlé, agrega, lucha por educar a los consumidores sobre el tamaño adecuado de las porciones, así como busca fabricar y vender alimentos que equilibren "placer y nutrición".

En la actualidad hay más de 700 millones de personas con obesidad en todo el mundo. De ellas, 108 millones son chicos, según una investigación publicada recientemente en The New England Journal of Medicine. La proporción de personas que sufren obesidad con respecto al total de la población se ha duplicado desde 1980 en 73 países, lo cual contribuye a la muerte prematura de cuatro millones de personas.

Economía

Es un problema tanto de nutrición como de economía. A medida que tienen mayor participación en los países en vías de desarrollo, las empresas multinacionales transforman la agricultura local. Esto obliga a que los campesinos abandonen los cultivos de subsistencia en favor de materias primas que se intercambian al contado, como la caña de azúcar, el maíz y la soja: los productos esenciales de muchos productos alimentarios industriales. Es un ecosistema económico que absorbe a los almacenes de barrio, los grandes supermercados, los distribuidores, los fabricantes de alimentos y los vendedores locales como Da Silva.

En lugares como China, Sudáfrica y Colombia, la influencia creciente de las grandes empresas alimentarias se traduce también en poder político, lo cual obstaculiza a los funcionarios de salud pública que buscan ponerle impuestos a las gaseosas o frenar el impacto en la salud de los alimentos procesados.

Para un creciente número de nutricionistas, la epidemia de obesidad está intrínsecamente ligada a la venta de alimentos envasados, que creció el 25% a nivel mundial entre 2011 y 2016. Esto contrasta con Estados Unidos, donde aumentó el 10 por ciento. Más evidente todavía es lo que ocurre con las gaseosas: desde 2000, las ventas se duplicaron en América latina. Las mismas tendencias se reflejan en materia de comida rápida, que creció un 30% en todo el mundo de 2011 a 2016, en comparación con un 21% en Estados Unidos.

Los defensores de la industria sostienen que los alimentos procesados son esenciales para alimentar un mundo con mayor población. "No vamos a cerrar todas las fábricas y volver a cultivar sólo granos. No tiene sentido", dice Mike Gibney, profesor emérito en el Colegio Universitario de Dublin y consultor de Nestlé. "Si les pido a cien familias brasileñas que dejen de comer alimentos procesados, debo también preguntarme: «¿Qué comerán? ¿Quién los alimentará? ¿Cuánto costará?»"

De muchas maneras, Brasil es un ejemplo de cómo los salarios en ascenso y las políticas gubernamentales han erradicado el hambre a gran escala. Sin embargo, el país enfrenta ahora un nuevo y grave desafío de nutrición: durante la última década, la proporción de obesidad del país casi se ha duplicado hasta llegar a 20% y la cantidad de personas que tienen sobrepeso casi se ha triplicado hasta alcanzar el 58%.

En Brasil también destaca la habilidad política de la industria. En 2010, una coalición de empresas brasileñas de bebidas y alimentos terminaron con una serie de medidas que se habían planeado durante años y buscaban limitar los anuncios de comida chatarra dirigidos a chicos. El problema más reciente lo representa el presidente, Michel Temer. Sus aliados conservadores en el congreso quieren echar por tierra el puñado de regulaciones y leyes que tienen como objetivo fomentar una alimentación sana.

"Lo que tenemos es una guerra entre dos sistemas alimentarios: una dieta tradicional, de comida real, que alguna vez produjeron los campesinos que nos rodean, y los productores de alimentos ultraprocesados, diseñados para consumirse en exceso y que, en muchos casos, son adictivos", asegura Carlos A. Monteiro, profesor de Nutrición y Salud Pública en la Universidad de San Pablo. "Es una guerra -comenta-, pero un sistema alimentario tiene un poder desproporcionalmente más grande que el otro."

Celene Da Silva llega hasta los habitantes de los barrios pobres de Fortaleza, que no tienen fácil acceso a un supermercado. Cree firmemente en los productos que vende y con entusiasmo señala la información nutricional de las etiquetas que se supone contienen vitaminas y agregados minerales.

"Todos saben en este lugar que los productos de Nestlé son buenos para uno", dice y señala las latas de una papilla para bebes que, según asegura la etiqueta, está "llena de calcio y niacina", pero también de Nescau 2,0, un polvo de chocolate con bastante azúcar. Nestlé indica que hay 800 productos disponibles a través de sus vendedores, pero Da Silva asegura que sus clientes sólo están interesados en un par de decenas: casi todos son productos azucarados. Celene se hizo vendedora de Nestlé hace dos años, cuando su familia, de cinco miembros, tenía problemas económicos. Aunque su marido todavía está desempleado, las cosas mejoran. Con los 185 dólares mensuales que gana con las ventas, pudo comprar una heladera nueva, un televisor y una estufa de gas para la casa de tres habitaciones donde vive, al borde de un fétido pantano.