"Ella no es una presidenta; es una diva", comentó Coppola tras la audiencia a los asistentes que había traído a Buenos Aires para preparar la filmación de una película.

Seis veces ganador del Oscar, Coppola se mostraba impactado por las dotes histriónicas de la presidenta. Esas habilidades también impresionaron a Javier Grosman, un experimentado productor teatral formado en una izquierda ecléctica que organizó tanto los festejos del Bicentenario como el funeral público de Néstor Kirchner, a cajón cerrado, en 2010.

Grosman suele comentar que ella "sabe lo que le pasa a cada uno de los asistentes a un evento; por lo tanto, puede generar una profunda empatía con el público porque va adaptando su mensaje a lo que percibe en el auditorio. Eso lo vi en muy pocos artistas de teatro".

Un buen ejemplo de esa habilidad resultó el funeral de Kirchner en la Casa Rosada, que fue televisado en vivo a todo el país y duró veinticuatro horas, entre el jueves 28 y el viernes 29 de octubre de 2010, cuando el féretro del ex presidente fue llevado bajo la lluvia al Aeroparque. Allí, un avión lo trasladó a Río Gallegos.

Cristina convirtió la muerte de su compañero y mentor durante más de 35 años en una puesta en escena que conmovió a los argentinos y alfombró el camino a su reelección en primera vuelta, el año siguiente, con una votación récord del 54,11%, a más de 37 puntos porcentuales del segundo.

Un sondeo de la consultora Poliarquía indicó que el velatorio público le sumó veinte puntos de imagen positiva a la entonces presidenta.

Fue una representación exitosa, a tono con estos tiempos de la "telepolítica" y la "teledemocracia", donde "la construcción de un espectáculo y la acción política son la misma cosa", como indica el politólogo estadounidense Murray Edelman.

Tanto Grosman como sus ex colaboradores admiten que fue Cristina quien tomó las principales decisiones sobre el funeral de su esposo: por ejemplo, que nadie pudiera ver el rostro sin vida de Néstor; hubo una serie de razones técnicas y políticas.

Esas indicaciones fueron dadas por teléfono, desde El Calafate, entre dos y tres horas después de que regresó al chalet familiar con el cuerpo de su marido en una ambulancia del hospital local, donde un grupo de médicos y enfermeros había intentado reanimarlo durante cuarenta y cinco minutos.

Los entretelones del funeral de Kirchner nos revelan una candidata muy dúctil, que en cada elección que disputó se adaptó con facilidad al guión que exigían las circunstancias. Guión que, por otra parte, creaba ella misma. El mejor ejemplo es la campaña "Cristina Viuda", con la que logró la reelección, en 2011: toda vestida de negro -un color que llevaría durante más de tres años-, se la pasó hablando de "Él", en alusión a su marido.

Cuatro años antes, en 2007, Cristina había interpretado a una candidata que venía a institucionalizar el país y juraba que su modelo sería la Alemania de Angela Merkel. Es que ella siempre se reservó el lugar de la más moderna, ilustrada y cosmopolita de la pareja que formaba con su marido, con quien, si bien se peleaba muy seguido y de manera destemplada, formaba una unidad política indisoluble.

Para las PASO, Cristina nos preparó otra sorpresa. Un guión en el que ella se mostró en medio de la gente, comprensiva, moderada, dispuesta a escuchar y ser la voz de todos quienes han sido perjudicados por el gobierno del presidente Mauricio Macri; de las víctimas del "ajuste de Macri"; es decir, a quienes pagaron la factura de la fiesta... ¡que nos dejó ella misma hace menos de dos años!

Ahora, ha vuelto a cambiar: su primer discurso de cara a las elecciones legislativas de octubre fue más duro e incisivo contra el Gobierno e incluyó algunas advertencias republicanas que contradicen su propio pasado reciente. Por ejemplo, cuando alertó sobre el "mareo" que suele provocar la concentración de poder. La "borrachera de poder" de la que hablaba Max Weber y que caracterizó su último gobierno. Sin dudas, una actriz consumada.

El  autor es Periodista, su último libro es "Salvo que me muera antes". El día que murió Kirchner, la noche que nació el cristinismo