El PBI global crecería este año casi 3%, según estima la Cepal. Todos los bloques mostrarán indicios de expansión: Estados Unidos, la Unión Europea, China, India y hasta América latina, habrá crecimiento en todos los países, excepto en Venezuela. El año próximo se proyecta aún mejor.

Las favorables perspectivas económicas están siendo acompañadas, mayoritariamente, por alineamientos políticos que han desalentado los riesgos de aventuras populistas. Ocurrió en Holanda, en Francia y en Alemania.

América latina tiene en ese contexto un futuro alentador. Se han profundizado los consensos políticos para una asociación más sólida, que estimulará el interés global por un territorio que es, ante todo, una región de paz.

Se trata de un escenario inmejorable para que la Argentina afiance el cambio encarado en el último año y medio, que acredita una alta valoración de la sociedad, tal como se expresó electoralmente.

El desafío es entonces darle perdurabilidad al cambio. En otras palabras, que el cambio decante naturalmente en normalidad.

La vocación de cambiar irrumpió inicialmente por contraste: se buscaba superar décadas de aislamiento, decisiones arbitrarias y extravagantes, confrontación política sin precedente, estadísticas fraudulentas, fuertes distorsiones económicas y alteración permanente de las reglas de juego.

Pero el verdadero reto es profundizar el significado del cambio. Hay un mandato ciudadano de renovación cultural que urge a seguir desarrollando políticas de Estado para crecer con inclusión. Y que esas políticas puedan sostenerse en las próximas décadas, sin las abrumadoras idas y venidas que en su triste derrotero destruyeron tejido social y productivo. Tenemos vecinos que lo vienen logrando con alternancia democrática y cohesión social.

¿Cómo acelerar el tránsito del cambio a la normalidad? La Argentina ya está en el radar de las corrientes del comercio y de las inversiones internacionales. El intercambio de bienes y servicios en el mundo crecerá este año por encima de la débil expansión de 2016. Nuestro país está en condiciones de tomar parte en ese impulso comercial que potenciará la integración con el resto del planeta. Mejorando los estándares de competitividad con herramientas alejadas de las devaluaciones convencionales del pasado. Encarando obras de infraestructura, desarrollo de logística, ordenamiento fiscal, incentivos a producciones regionales, creciente innovación tecnológica y mejorando la productividad para poder conquistar nuevos mercados.

La Argentina será sede en los próximos meses de dos eventos internacionales de extraordinaria trascendencia. En diciembre congregará la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio y el año próximo recibirá a los jefes de Estado de los países del G-20, un foro de naciones desarrolladas y emergentes que busca respuestas para los principales desafíos mundiales en materia política, económica, social y ambiental.

No es casual que la Argentina sea foco de atención mundial. El impulso económico, la estabilidad institucional y el pleno funcionamiento del Estado de Derecho reflejan que el cambio llegó como antesala de una virtuosa normalidad. Una normalidad que supone que las políticas destinadas a perdurar no son resultado de la imposición ideológica de un grupo de iluminados, sino fruto de un fuerte consenso político y social, en el que anida la vocación de ocupar un lugar destacado en el tren de la modernidad.

El Autor es Presidente de Pro nacional