Hace tres años, y en calidad de joven ministro de Economía recién asumido, Emmanuel Macron volvió a su ex universidad, SciencesPo Paris, a dar el tradicional discurso de graduación frente a quienes concluíamos la maestría en administración pública que él mismo había realizado en esa institución. Fue la primera vez que tuve la oportunidad de ver personalmente al actual presidente de Francia.

Comenzó su discurso contando que él se había encontrado en nuestro lugar tan sólo 12 años antes. Lo que pretendía explicar -y lo que todos anhelábamos entender- era el camino, tan meteórico e iconoclasta como brillante, que había recorrido entre el día de su graduación y aquel momento. Un joven literario venido del interior que había conquistado el círculo rojo de París, un banquero de Rothschild que se imponía como ministro de Economía de un gobierno socialista. En el trasfondo, empezaba a hablarse del polémico proyecto de "ley Macron", que él personalmente impulsaría desde la izquierda para liberalizar la economía apelando a ideales clásicos de la derecha. Todo en su recorrido y en sus decisiones sugería, enigmáticamente, que en las aparentes contradicciones se escondía una forma de valor y de temple único, posiblemente inédito en la historia reciente.

Hasta que pronunció una frase que, aún hoy, resuena en las mentes de todos los que la oímos aquel día: "Si alguien les dice que algo es de cierta manera «porque siempre ha sido así», hagan de esa justificación mediocre su principal motivación para cambiar y superar esa realidad".

En aquel poderoso precepto yacía su fortaleza para sacudir lo que se supone intocable, sin importar que se tratara de desechar prejuicios personales o de transgredir dogmas partidarios. En definitiva, la voluntad intransigente de superación frente a condiciones arraigadas "de siempre" proviene de la lucidez para entender que la mediocridad es fruto de la complicidad activa de algunos y de la inercia pasiva de otros.

Desde entonces, fue aquel coraje intelectual y personal el que le permitió crear un nuevo partido y volverse el presidente más joven de la historia, derribando todo un sistema bipartidista y a una elite política anclados desde hacía décadas.

En imágenes internas que se filtraron de su campaña, hay una escena clave para entender cómo es que aquel principio de superación de la mediocridad "de siempre" puede ser concretado, con audacia, en la práctica política.

Días antes de las elecciones presidenciales, con mucho que perder, el entonces candidato decidió acercarse a una fábrica quebrada donde un centenar de trabajadores que se estaba quedando sin empleo protestaba desde hacía días. Encendidos por declaraciones de su rival populista Marine Le Pen, los manifestantes lo acusaban a él personalmente -como ex ministro- por la desgracia que estaban viviendo. Contra la recomendación de todo su equipo de asesores, Macron tomó el riesgo de acercarse a hablar cara a cara con los manifestantes y ser agredido para intentar explicar su posición.

La imagen emblemática es la del momento en que Macron, entrando a la fábrica, le explica a un asesor su decisión: "Ustedes no entendieron. No puedo esconderme para estar seguro. Porque el país está como está [...]. Hay que correr riesgos, hay que ir al corazón de la bestia. Acá está el corazón de la bestia y ahora hay que enfrentarlo". Ir al corazón de la bestia es ir adonde el cinismo y la mentira golpean más fuerte. La bestia es el populismo y la farsa que promueve. Su corazón son los seres más vulnerables de la sociedad, que la dirigencia populista extorsiona y traiciona con su discurso cortoplacista. Perversa y paradójicamente, los más afectados por la construcción populista constituyen la fuente vital de la que su ficción se alimenta.

El tablero político mundial se encuentra hoy cada vez más atravesado por la dicotomía entre populismo y democracia liberal. En Francia ésa fue la batalla crucial. Ahora bien, la siguiente gran batalla de trascendencia global es sin dudas la que se está dando en nuestro país. El mundo espera saber si, como parece ser desde hace dos años, la idoneidad y la institucionalidad pueden prevalecer en el mismísimo bastión histórico del populismo.

Y Macron puede servirnos de inspiración.

Como en el caso del ahora extinto bipartidismo francés, la gran arma del populismo peronista es la inercia y la presumida legitimidad por haber estado "siempre". Es lo que nos quieren decir cuando nos dicen que el clientelismo, el verticalismo y la corrupción siempre fueron parte de la política argentina y que el corto plazo siempre fue el único horizonte visible entre el Río de la Plata y la cordillera de los Andes. En definitiva, si nos dicen que el peronismo siempre será el factótum de la realidad argentina "porque siempre ha sido así", hagamos de esa justificación mediocre nuestra principal motivación para superar esta realidad.

Para lograrlo, hay que ir al corazón de la bestia. El resultado de las PASO se debe a que, con profundidad y tenacidad, el Gobierno lo ha hecho. Una anécdota contada recientemente por María Eugenia Vidal lo ilustra con un alto valor simbólico. En uno de sus recorridos por la villa Itatí, la gobernadora se metió en una cueva donde se estaba vendiendo droga. No es un simple episodio anecdótico; refleja la cercanía del enfrentamiento político con la realidad bestial que victimiza a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. Se trata, claro, de una bestia mucho más perversa y salvaje que la que combatió Macron. Es la misma sustancia populista, pero entrelazada con el narcotráfico y potenciada por los fenómenos de corrupción estructural e inoperancia sistémica que caracterizan a nuestra dirigencia política de siempre.

Los analistas se equivocan cuando repiten que el Gobierno alimentó la supuesta grieta entre kirchneristas y antikirchneristas para condicionar el panorama electoral. Existe en nuestro país una grieta, sí, pero es objetiva y genuina. La grieta existe porque entre dos sectores de la sociedad se encuentra la bestia. Esa elite populista que, como demostró el salvataje parlamentario de Julio De Vido, opera exclusivamente en beneficio propio y está dispuesta a sacrificar la paz social y la unión nacional para aferrarse a lo que le queda de poder.

La bestia argentina será más salvaje y más perversa que la francesa, pero su corazón es igual de puro. Su corazón son aquellos que sufren diariamente la crueldad de un sistema político que los ha olvidado. Su corazón son sus esperanzas y sus sueños de vivir en un país unido. Porque un país dividido no puede solucionar sus problemas.

La verdadera grieta es, en definitiva, entre aquellos que quieren que exista una grieta y aquellos que no. Entre la ciudadanía toda y aquellos políticos populistas que se benefician de la miseria de un pueblo fragmentado. Que lo hacen, claro, "porque siempre ha sido así".

El resultado del domingo nos abre la puerta de una evolución profunda. Así como Perón supo arrancarle el corazón a la bestia autoritaria de la década infame, el Gobierno tiene hoy entre sus manos el mismísimo corazón de la bestia peronista. Si el pueblo da la estocada final en octubre, la bestia caerá y ese corazón se transformará en la piedra angular de una nueva república, digna y finalmente merecedora del latido esperanzado de tantos millones de argentinos.

El autor es Presidente de la Asociación Transatlántica de Debate y miembro del director del Foro Democrático de The New York Times