El pueblo argentino votó y demostró que está más maduro que la clase dirigente. La sociedad argentina goza de buena salud y es la política la que no la ha acompañado. Por eso, somos optimistas sobre el futuro.

Esta nueva trayectoria histórica no nació en un solo día, sino que se ha venido consolidando desde el hito del 8-N, en 2012; la derrota del kirchnerismo en Buenos Aires en las legislativas de octubre de 2013; la convención radical de Gualeguaychú que decide la alianza con Pro y la Coalición Cívica, en marzo de 2015; la negativa de Macri a participar en internas con Massa, en junio de 2015, y el triunfo de Cambiemos en las últimas elecciones presidenciales.

El resultado de este domingo se logró a pesar de la situación económica, que no ayudaba. Quienes critican la visión política de Macri pudieron comprobar una vez más que su equipo es el que mejor ha interpretado el deseo de transformación de la sociedad argentina.

En este sentido, la grieta que tanta veces se invoca no nace ni se alimenta en el seno de la sociedad argentina, sino que es un producto de la vieja política que está muriendo. Nada separa a los argentinos de bien, que son la inmensa mayoría, de los compatriotas que están sumidos en la pobreza y éstos, condenados durante décadas por un sistema político y social anacrónico y corrupto, deben saber que sus hermanos viven angustiados por su situación y que lucharán por ayudarlos: que sacarlos de una pobreza injusta y que pudo ser evitada es la prioridad absoluta de todos los argentinos.

Las naciones, como las personas, viven y progresan gracias a los sueños, el aliciente para enfrentar las dificultades. Son los sueños intangibles que se encarnan en proyectos de vida en común. Durante las últimas décadas de nuestra historia, los argentinos hemos perdido el orgullo de formar parte de una nación fundada para cumplir un sueño inequívoco y que constituye nuestra razón de ser: forjar una nación de raíz irreductiblemente latina, que sea un fecundo territorio de encuentro entre la vieja civilización europea y la joven savia de la cultura sudamericana. Este proyecto de vida, único en Occidente, es el sueño argentino.

Aunque todavía muchos compatriotas lo duden, el sueño argentino existió y fue plebiscitado por la vía más espontánea: millones de hombres y mujeres de todo el mundo creyeron en ese sueño y de él nacimos nosotros, los argentinos contemporáneos, que no somos hijos de los barcos, sino de un sueño de libertad, prosperidad y valores humanos que está latente en nuestros corazones a pesar de tantos años de negarlo.

Un pueblo que cruzó los Andes, que pudo mantener unido un territorio de tres millones de kilómetros cuadrados, que llevó adelante un proyecto educativo ejemplar, que se ubicó entre los primeros países del mundo en pocas décadas y posee las riquezas naturales y humanas que posee la Argentina no necesita milagros: necesita volver a soñar su futuro y ponerse en marcha, exigiendo a sus dirigentes que se transformen en estadistas y que luchen con fervor por la aventura de construir una gran nación. Sin permitirles que nos desunan por el pasado. Con el fuego sagrado que forjó nuestros mejores logros. Si dudas ni temores. La consigna es clara: hacia adelante.

El autor es Historiador, miembro del Club Político Argentino