Un gobierno no peronista que pierde una elección en mitad de mandato difícilmente pueda imaginar un destino más largo que terminar el período que está cumpliendo. De hecho, tampoco el peronismo pudo conservar el poder presidencial después de una derrota en elecciones legislativas.

La única excepción fue Cristina Kirchner en 2011, después del fracaso de 2009, pero en aquellas elecciones influyeron hechos muy particulares, como la muerte de Néstor Kirchner y la fragmentada oferta de su oposición. La Alianza, en cambio, se quedó con el gobierno (aunque por poco tiempo) después de que Menem perdió las legislativas de 1997

Si se repitieran en octubre las elecciones del domingo pasado, Macri no sólo tendrá abierta la posibilidad de la reelección; también su oposición se quedará sin un candidato nítido para enfrentarlo dentro de dos años.

Si nada grave e imprevisible ocurriera antes del 22 de octubre, es factible predecir que los resultados del Gobierno podrían mejorar más aún. Es probable que Cristina Kirchner termine ganando por un puñado de votos en el escrutinio definitivo de la provincia de Buenos Aires (un máximo del 0,40% a favor de ella pronostican los expertos), pero aun así, el resultado seguirá siendo un empate técnico.

Para octubre, el Gobierno podría sumar al anticristinismo que votó por Sergio Massa. El ajustado final de las primarias espoleará seguramente a una concurrencia mayor de votantes bonaerenses el día de las elecciones. El votante de Cristina es el que fue a votarla el domingo último. Sería raro que ella sume más sufragios que los que ya tuvo. La oferta de Cambiemos camina, además, con la fama del éxito nacional que tuvo. Siempre hay una dosis de exitismo en un sector de la sociedad, que prefiere votar por el seguro ganador. El Gobierno espera, además, que los datos del crecimiento de la economía lleguen a una percepción social más amplia. Aguarda que pase lo mismo con las muchas obras públicas que se están construyendo en territorio bonaerense. La administración pronostica que la reactivación de la economía, luego de cinco años de recesión o estancamiento, sólo ha comenzado.

No es descartable, ni mucho menos, que la coalición gobernante termine imponiéndose en Santa Fe, donde la suma de las corrientes peronistas le dio al justicialismo un triunfo por apenas el 0,70% de los votos sobre Cambiemos. Para peor, el candidato que ganó la interna peronista fue Agustín Rossi, que sobrelleva un largo rechazo en vastos sectores de la provincia desde que fue uno de los principales voceros del kirchnerismo durante la guerra con el campo. El votante del socialismo tiene en el peronismo a su histórico adversario provincial. No sería extraño que muchos de esos votantes del partido que gobierna Santa Fe terminen apoyando a Cambiemos en octubre. El socialismo obtuvo un lejano tercer lugar en las elecciones de hace tres días. Los santafecinos votaron por la polarización nacional más que por las cuestiones locales, aunque también es cierto que el socialismo arrastra el desgaste de diez años consecutivos de gobierno en Santa Fe.

Si todo resultara como es posible prever hasta donde llega la mirada, Macri habrá demostrado con resultados concretos que no es la Alianza. Esa es una conclusión no menor entre lo mucho que está sucediendo en el asombroso país de los argentinos. El establishment político y empresario siempre desconfió de que la experiencia macrista terminara como terminó la Alianza. ¿A qué razón, si no, se debió la postergación de muchas inversiones "hasta después de octubre", como repitieron varios empresarios nacionales? Los inversores extranjeros hicieron lo mismo porque escuchaban a los nacionales. Los políticos tradicionales temían (o esperaban) que Macri sufriera el síndrome de la Alianza. Una primavera breve que se agotó con la primera elección legislativa perdida. La excepción fue Miguel Pichetto, jefe del bloque de senadores peronistas, quien en los últimos tiempos repetía el mismo consejo: "No subestimen al Gobierno. Puede ganar". Aludía, desde ya, a las elecciones de este año.

La caída de Sergio Massa le elimina también a Macri un serio contrincante para 2019. El peronista que en 2013 tuvo la presidencia a la vuelta de la esquina (o creyó tenerla), esta vez se convirtió en un actor de reparto en su distrito, la provincia de Buenos Aires, donde casi pierde en Tigre, su feudo. Es probable que Massa coseche en octubre menos votos que los que consiguió el domingo último. Su votante es el más "blando" (para usar un término de los encuestadores); es decir, es el votante que está más dispuesto a mudarse, sobre todo a favor de Cambiemos. Massa nunca encontró un eje firme para el papel que debía cumplir frente al gobierno de Macri. Colocaba su sillón en la dirección de las encuestas. Pasó de la colaboración en los primeros tiempos de Macri a una crítica feroz, sobre todo a la marcha de la economía, en las semanas recientes. Se volvió a equivocar: si la economía de Macri es tan mala como dice Massa, entonces era preferible votar por la opositora más implacable de Macri: Cristina Kirchner. Esa es la deducción que pudo hacer cualquier votante opositor en la provincia de Buenos Aires. No es la ancha avenida del medio la que no funcionó; es Massa el que se perdió entre la avenida y las colectoras. Lo cierto es que Massa ya no significa un peligro para Macri, por lo menos para las elecciones de 2019.

Otro ángel caído fue Martín Lousteau y los radicales que lo acompañaron, que actuaron como una vieja patrulla perdida de la oposición a cualquier cosa. La dura derrota de Lousteau significó para Macri una novedad deliciosa, porque nunca terminó de digerir ese día en que su embajador en Washington lo madrugó con la renuncia para pasarse a la oposición, ya sea dentro o fuera de Cambiemos. Lo que Lousteau nunca pudo entender es que la Capital terminaría votando por el kirchnerismo o el antikirchnerismo, y que descartaría las ofertas vecinales que preferían el gris antes que el blanco o el negro. Nunca entendió, por lo tanto, al votante del distrito más sofisticado del país. El colapso de Lousteau lo consagró a Daniel Filmus como la alternativa de Cambiemos en la Capital. Nunca tendrá el macrismo mejor contrincante que Filmus, convertido a estas alturas en un coleccionista de derrotas. Así las cosas, Macri se aseguró sus dos distritos: la Capital, su distrito natural, y Córdoba, su distrito adoptivo, donde barrió al peronismo gobernante.

Cristina Kirchner quedó también como su más importante competidora por 2019. El cristinismo sacó en el total del país el 21,08% de los votos, menos que Néstor Kirchner en 2003. El macrismo obtuvo el 35,90 de los votos nacionales, más que en la primera vuelta de 2015 frente a Daniel Scioli. La suma nacional del peronismo en las elecciones del domingo pasado (cristinismo, peronismo no cristinista y massismo) acumuló un 43,71% de los votos. Sería difícil una fórmula peronista que en 2019 juntara todos esos trozos del peronismo, pero si consiguiera la improbable unidad estaría condenado a un ballottage, la ronda electoral más temida por el peronismo.

Macri puede decir ahora lo que antes no sabía: la posibilidad de la reelección en 2019 le quedó al alcance de sus manos, por sus méritos y por el default de sus opositores. La política es siempre así. Importan tanto los aciertos propios como los errores de los otros.