Es allí donde la economía privada, especialmente la que nace en el campo, determina modos de vida, ideologías que reivindican el esfuerzo propio y una mirada crítica hacia las grandes ciudades. Es por lo menos una curiosidad que un porteño se haya convertido en el representante de un conjunto social que tiene en la desconfianza un reaseguro.

Ocurrió algo más en el primero de los dos domingos electorales del año. El Presidente ensanchó el mapa de triunfos electorales en la franja central del país, al incorporar, respecto de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2015, varias provincias que tienen la ruralidad como eje: La Pampa, San Luis y Corrientes se sumaron al interior de la provincia de Buenos Aires (otro distrito en términos sociológicos respecto del conurbano), Córdoba, Mendoza y Santa Fe (donde hay un virtual empate de Cambiemos con el peronismo).

Los números mandan. De los casi 8.400.000 votos que Cambiemos recogió en los 24 distritos, el 45 por ciento fue aportado por esas seis provincias más el interior de Buenos Aires. El 21 por ciento llegó desde el conurbano; el 11 por ciento fue el aporte al nuevo triunfo de la casa de Macri, la Capital, y apenas un 3,5 por ciento llegó desde Jujuy, Santa Cruz y Neuquén. Hasta allí, todas las provincias en las que ganó o empató Cambiemos.

"Es un nuevo voto de confianza al camino elegido. Aun cuando el Gobierno debe varios compromisos a esos votantes del interior, la gente eligió dinamizar con su apoyo un proceso que no será fácil ni inmediato", juzga Nadín Argañaraz, director del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf).

La naturaleza económica del voto, en principio soslayada en distintas interpretaciones por otras variables más estridentes, encuentra una explicación ajena a la vulgar decisión de "votar con el bolsillo". Ésa es la apelación que en forma directa hicieron Cristina Kirchner y Sergio Massa, prometiendo un freno a las penurias de la economía personal de cada votante. El sentido del voto a Cambiemos parece más orientado al mediano plazo y está guiado por la creencia de que al final del esfuerzo que el Gobierno plantea habrá un buen resultado.

Hay que remontarse al lejano 1985 para encontrar a Raúl Alfonsín ganando las elecciones a caballo del Plan Austral, presentado por él mismo como una "economía de guerra". Desde entonces ningún presidente había vencido en elecciones de medio término haciendo un ajuste y anunciando la postergación del bienestar. Si Carlos Menem prometió primero un "salariazo" y luego inauguró el "voto cuota", Néstor y Cristina Kirchner siempre se encargaron de calentar el clima electoral con créditos y subsidios para comprar la felicidad rápida de un viaje, un televisor o un teléfono.

Macri parece haber encontrado una clave en un principio de la cultura rural: es el que enseña que en el campo hay que saber esperar sin ninguna garantía de recoger la cosecha. Dicho en concreto: muchos de los que votaron por Macri lo hicieron porque creen que hay que probar con una receta económica distinta a las que llevaron al fracaso en la Argentina en el último medio siglo.

El origen del núcleo electoral del oficialismo tiene un mismo contexto. Son provincias donde la actividad privada es un peso mucho más significativo que el empleo estatal. La Capital, Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe tienen la mayor proporción de empleo privado respecto del público, según los últimos datos oficiales disponibles. Eso se explica porque son las más pobladas, pero también porque son distritos que viven de lo que producen y que tienen una relación al menos tirante con el Estado. Allí predomina el trabajo que deriva del campo, pero también el que se expresa en industrias y servicios relacionados como el ahorro rural (la construcción de departamentos en Rosario, Córdoba y la Capital).

En provincias como Santa Fe y Córdoba, pero también en La Pampa, Entre Ríos y San Luis, la idea de mantener la apuesta a un cambio económico, por doloroso que resulte, barrió con los liderazgos locales.

Un estudio de Cippec ya había mostrado, en las elecciones de 2015, cómo los votos habían cambiado de bando con el denominador común de buscar un cambio de rumbo y terminar con el maltrato que el kirchnerismo invariablemente aplicó al campo.

Es así como en Córdoba peronistas de José Manuel de la Sota se fueron entonces y volvieron a irse ahora detrás de Macri, abandonando a Juan Schiaretti. De la misma forma, sin reparar en barreras ideológicas, miles de votantes del oficialismo socialista de Santa Fe saltaron de izquierda a derecha para avalar al gobierno nacional.

No fueron piruetas políticas. Por encima de peronistas, socialistas o radicales, el mundo rural parece haber formado de hecho un nuevo partido que no tiene nombre, pero tiene apellido: Macri.