Sobre todo en la provincia de Buenos Aires, donde se libra lo que Mauricio Macri ayer denominó "la gran batalla". La polarización ética con Cristina Kirchner había llegado al límite. La ex presidenta consolidó un consenso inamovible. Además, si se le escapara un voto, jamás iría hacia Cambiemos. La cantera a explotar por el Gobierno es la de Sergio Massa. Pero es difícil seducir a esos votantes con interpelaciones emocionales. La empatía del globo amarillo o la magia de cumplir un sueño "agarraditos de los brazos", como dijo ayer Esteban Bullrich, excita poco a quienes simpatizan con el ex jefe de Gabinete de Cristina Kirchner. Ese elector es resultadista. Le hablan con el corazón y contesta con el bolsillo, como diría Pugliese. A ese votante, decisivo este domingo, se dirigió el Gobierno ayer en todos los cierres de campaña.

Macri, por fin, pudo decirlo: "La economía ya arrancó". Quienes administran la imagen oficial habían prohibido esas palabras: "No hay que proclamar que terminó la recesión, porque quienes todavía la padecen sentirán que el tren partió sin ellos". Esa estrategia fue abandonada hace una semana. Los candidatos de la Casa Rosada festejaron las alentadoras novedades del 31 de julio sobre el dinamismo de la producción. El pesimismo económico, en el que convergen Cristina y Massa, estaba dominando la campaña. Con un año y medio de permanencia en el poder, al oficialismo no le alcanza con celebrar "el cambio". Necesita convalidar la gestión.

Esta inflexión economicista parece inevitable a la luz de la experiencia. En el día a día de la contienda, llaman la atención los candidatos. Si la ex presidenta sigue muda. Si Bullrich promete más pibes presos y, con un gradualismo exasperante, "un metro de asfalto por día". O si Massa insiste en excentricidades, como llevar a Rudolph Giuliani a pedir el voto en La Matanza. Sin embargo, cuando se repasa la historia en la larga duración, los desenlaces electorales se explican por el contexto material más que por la creatividad de los candidatos.

Raúl Alfonsín reemplazó en febrero de 1985 a Bernardo Grinspun por Juan Sourrouille, quien lanzó el plan Austral en junio. Un shock antiinflacionario que permitió una recuperación del poder adquisitivo. En noviembre, Alfonsín ganó las primeras legislativas por 43% de los votos, contra 34% del peronismo.

En 1990, Carlos Menem seguía envuelto en la hiperinflación. El 1º de marzo de 1991, reemplazó a Erman González por Domingo Cavallo, quien un mes después lanzaría el plan de convertibilidad, que doblegó la inflación e inició un ciclo de crecimiento. Menem escalonó las elecciones parlamentarias entre agosto y diciembre, y ganó por 40,22%, contra el 29% de la UCR. Contra lo que dice la leyenda, en mayo de 2003 Néstor Kirchner recibió una economía ya encaminada por Eduardo Duhalde. Eso le permitió ganar las primeras legislativas, en octubre de 2005, por 41,59% contra 15,34% de la UCR.

Los tres presidentes que ganaron sus primeras elecciones parlamentarias lo hicieron liderando ciclos de recuperación económica. Fernando de la Rúa confirmó la regla: perdió en 2001 con un país recesivo, que se dirigía como una flecha hacia el default.

El 6,6% de recuperación productiva interanual de junio indica que la secuencia recesiva terminó. La reactivación incluye productos destinados al consumo: bebidas, azúcar, carnes rojas, jabón, detergentes, cartón corrugado, envases. En el mismo lapso se registraron 200.000 nuevos empleos. Tiene razón Macri: la economía arrancó. La incógnita es dónde. ¿En el power point de los economistas o en el humor del electorado? ¿Qué impacto tendrá la reactivación el domingo?

Las encuestas no resuelven el problema. La consultora Isonomía detectó en el último mes una leve suba en la percepción de la economía personal: salario, empleo, consumo. Esa variable había caído entre abril y junio. En cambio, existe una aprobación de las condiciones ambientales: transporte, seguridad, vivienda. En el último mes, la imagen de las gestiones de Macri y María Eugenia Vidal fue en ascenso. Y los que consideran que el año que viene estarán mejor son un 48%, contra 25% que creen que van a estar peor. La percepción de obra pública, según la encuestadora, es del 55% en el país; en la provincia de Buenos Aires es del 62%, y en el conurbano, del 68%.

¿Alcanza con este clima para que el Gobierno se imponga en las primarias? En la Casa Rosada confían en un triunfo en Mendoza y Jujuy. También en Córdoba y Santa Fe. Y en la Capital Federal. Allí, en las mediciones del oficialismo, Elisa Carrió aventaja a Martín Lousteau en más de 20 puntos: 44% contra 20%. Tercero figura Daniel Filmus, en disputa interna con Guillermo Moreno. ¿Habrá un peronista que supere a Lousteau en octubre? A eso apuesta Horacio Rodríguez Larreta. Su objetivo es terminar con Lousteau, la única amenaza visible a su reelección en 2019.

La incógnita sigue estando en "la gran batalla". El comando oficialista prevé, basado en sondeos de Isonomía, Poliarquía y Aresco, un empate entre Bullrich y Cristina Kirchner. Cualquier diferencia está dentro del margen de error de esas encuestas. La ex presidenta tiene otras expectativas. El informe diario que le provee Artemio López indicaba ayer que ganará por 37,5% contra 26,4% de Bullrich. Cambiemos y el kirchnerismo coinciden en que Massa sacará entre 18% y 19%. Un sondeo de Gustavo Marangoni le daba ayer el triunfo a ella: 38,6% contra 31,8% de Bullrich. Elypsis, la consultora de Eduardo Levy Yeyati, asignaba 34% para Kirchner y 29% para Bullrich. Eso sí: la medición es del 1º de este mes. A la ex presidenta sólo la perturba un fantasma: que haya fraude. Uno de sus colaboradores explicó: "La trampa puede estar en el Correo. Podrían cambiar los datos que se cargan en el sistema, como le hizo Aníbal Fernández a Julián Domínguez en la interna de 2015". Deliciosa autoincriminación del kirchnerismo.

En el Gobierno se entusiasman porque los indecisos siguen siendo muchos. Presumen que se inclinarán más por Bullrich que por la señora de Kirchner, frente a quien nadie puede estar indefinido. Esa incertidumbre confirma un fenómeno marcado: hay un profundo desinterés electoral. Es difícil encontrar mensajes que quiebren esa indiferencia. Los candidatos que ingresaron a la contienda siendo ignotos no logran hacerse conocer. Por eso ayer el oficialismo pidió a la gente que concurra a la elección, "para dar fuerza a María Eugenia". La idea de encarnar "el cambio" con figuras desconocidas puede ser un acierto de Durán Barba. Pero enfrenta un rival muy desafiante: la apatía.