Mientras el macrismo invita a la ciudadanía a elegir entre el pasado y el futuro, Cristina Kirchner plantea que la disyuntiva pasa por optar entre un porvenir que proyecta los desaciertos del presente y otro porvenir, supuestamente venturoso, que implica la restauración del pasado.

Detrás de la convocatoria cristinista a volver al pasado porque el presente de Macri "no tiene futuro", subyace una visión que descansa en la necesidad de realimentar un Estado paternalista, capaz de seguir proveyendo recursos a los que menos tienen. La falacia de esa concepción es que tales recursos no apuntan a garantizar el desarrollo, sino la mera perdurabilidad, mediante subsidios, de los sectores más postergados. En otras palabras, el retorno a un modelo que por más de una década priorizó la subsistencia de los pobres y su sumisión a estructuras clientelares, pero no su dignidad cívica. Un modelo que se quedó en el prebendarismo y el capitalismo de amigos asociado con la corrupción.

Durante su acto en Sarandí, la ex presidenta exhibió un cambio, que pareció más una resignación que una evolución. Reemplazó en su léxico la palabra "pueblo", tan cara al peronismo, por el término "ciudadanía". Hizo que desaparecieran los emblemas partidarios, sustituidos por banderas argentinas y recurrió a una estética casi propia del macrismo, que pareció dar cuenta de una rendición intelectual del kirchnerismo, al menos en lo relacionado con lo simbólico.

El mensaje de Cristina, alejado de sus tradicionales discursos mucho más agresivos, habló de unidad. Pero su Frente de Unidad Ciudadana no dio pruebas de contar con un coro de voces, sino con una sola: la que emana de su líder. Sí innovó al llevar al escenario a supuestos damnificados del modelo macrista, como testigos de sus propios argumentos, en una suerte de "timbreo al revés", según la original definición de Jorge Asís.

No es la primera vez que la ex mandataria recurre a mensajes presuntamente conciliadores. Lo hizo, por ejemplo, aquel 9 de julio de 2009, cuando lanzó una convocatoria a un diálogo político que nunca se llevó a la práctica, aunque derivó justamente en la reforma política que instituyó las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO), destinadas -según su propia definición- a "poner a los partidos por encima de las corporaciones". Paradójicamente, quien instituyó ese sistema electoral para que, en adelante, "no decidieran más las burocracias políticas", ha optado por evitar la competencia con su "ex empleado" Florencio Randazzo y, en estas horas, ejerce el monopolio de la lapicera para confeccionar la lista de candidatos que la acompañará en las próximas elecciones.

Las PASO también serán simbólicas para Cambiemos. La excusa ideada por el titular del Pro, Humberto Schiavoni, fue llamativa: "La energía debe estar en la gestión. Las internas dejan heridas y no son una obligación, sino una herramienta". Las PASO serán así sólo una gran encuesta con sabor a nada.