Por de pronto, que los comicios que acaban de substanciarse en las provincias de Corrientes, La Rioja y Chaco tienen una importancia relativa. No es que carezcan total y absolutamente de peso y, por lo tanto, no merezcan consideración ninguna. Pero analizados con arreglo al único parámetro que contará para juzgar el desempeño de los principales contendientes a nivel nacional, el hecho de que Cambiemos le haya arrebatado la intendencia de la ciudad capital correntina al PJ y que, a su vez, este se haya impuesto con cierta holgura en los dos restantes estados provinciales, significan poco.

Es lógico que el Presidente de la Nación y la Unión Cívica Radical, como así también el gobernador Colombi, hayan celebrado la victoria; de la misma manera que lo hicieron, cuando se conocieron los resultados definitivos, los peronistas riojanos y chaqueños por igual. Siempre es bueno ganar y sobre todo dar la impresión de que, en la larga carrera que concluirá en octubre, se ha comenzado con el pie derecho y el paso justo. El segundo fenómeno que a nadie le ha pasado desapercibido es el pobre desempeño del kirchnerismo que en las tres disputas que se presento solo, por fuera de la estructura tradicional del Partido Justicialista, obtuvo una cantidad insignificante de votos. Esto viene a comprobar algo que seguramente se repetirá en todas las plazas electorales en donde los partidarios de Cristina Fernández no puedan cobijar su falta de envergadura en los pliegues generosos del peronismo. Excepción hecha del territorio bonaerense, donde la ex–presidente conserva un envidiable caudal de apoyo; en el resto del país quienes se identifican con el Frente para la Victoria, a secas, cuentan poco y nada.

Por fin, hay un tercer dato menor, sin duda, aunque digno de ser destacado: la completa ausencia de figuras de relieve nacional en los estados donde se votó el domingo pasado. Es cierto que ello puede explicarse tomando en cuenta que las pujas eran provinciales. Sin embargo, nada ha impedido en el pasado o impedía ahora que hasta esas latitudes mesopotámicas, riojanas y chaqueñas viajaran personalidades relevantes. De todas maneras, nada que vaya a cambiar el mundo o que sea susceptible de ser interpretado como una suerte de desconsideración hacia las fuerzas del interior del país.

Como quiera que sea, toda la atención está puesta en cómo habrá de desenvolverse la interna que en estos momentos cruza en diagonal al peronismo de la provincia de Buenos Aires. En dos semanas —poco más o menos— sabremos si entre el kirchnerismo, la liga de intendentes que responde a ese movimiento y los seguidores de Florencio Randazzo primó la concordia y pudieron sentarse en torno de una misma mesa a fumar la pipa de la paz o, por el contrario —como todo parece anticiparlo—, las febriles conversaciones que se vienen sucediendo desde semanas atrás no llegaron a buen puerto.

Si no fuera por el carácter particular de Cristina Fernández y la perseverancia de su ex–ministro del Interior y fallido candidato a gobernador bonaerense, la cuestión se habría resuelto largo hace, sin necesidad de que nadie se despeinase. Pero la viuda de Néstor Kirchner es una mujer muy particular, con una personalidad endiablada y un ego desmedido. Ello hace que —aun cuando en cualquier encuesta le saca más de veinte puntos a su eventual contendiente en las PASO— no termine de decidirse. Sabe que lo taparía de votos, que si no ganase saldría segunda y qué haría una buena o muy buena elección. No obstante todas estas evidencias, duda como Hamlet acerca de la conveniencia de competir.

Como parte de su estrategia discursiva Cristina Fernández ha levantado el argumento de la unidad. Afirma, a quien quiera escucharla, que ella será prenda de unión y no de discordia. Es el suyo un buen argumento. Al adueñarse del valor de la unidad justicialista deja a sus contrincantes —en este caso particular, a Florencio Randazzo— en un lugar incómodo.

Claro que su lógica sólo se sostiene si resultara creíble la unidad que pregona. Días atrás, uno de sus emisarios se reunió con Randazzo a los efectos de hacerle saber las condiciones de un posible entendimiento. Leerlas y darse cuenta de que quedaría reducido a ser un simple engranaje de la maquinaria kirchnerista fue todo uno. La Fernández no entiende la naturaleza de una negociación, que confunde con una imposición.

La idea de una lista en donde la ex–presidente encabezara la de senadores nacionales y Randazzo la de diputados seria óptima para las posibilidades del peronismo si Cristina no fuese quien es y su competidor no estuviese dispuesto a jugar su futuro a suerte y verdad. Por lo tanto, salvo un milagro de último momento —poco usuales en estas rencillas internas— en el PJ habrá PASO. Randazzo es seguro que competirá, cualquiera que sea su contrincante. Es más, apuesta a que su decisión de presentarse con todos los pronósticos en contra hará que la viuda de Kirchner —a la cual enfrentarse a alguien que considera todavía su subordinado la saca de quicio— dé un paso al costado. Si éste resultara el escenario en el peronismo, nadie está en condiciones de determinar qué pasaría. La seguridad de que Cristina Fernández se impondría fácilmente a expensas de Florencio Randazzo, se desvanece en las encuestas serias si los candidatos del kirchnerismo fueran Daniel Scioli o Verónica Magario. En el fondo hay una incógnita que recorre en diagonal las elecciones legislativas de octubre. Es la misma para Cambiemos, el peronismo y el Frente Renovador y se relaciona con lo que cabría llamar, a falta de mejor término, el trasvasamiento de votos.

A primera vista nada impide —al menos en el campo de la teoría— que la intención de voto de María Eugenia Vidal se traslade en forma automática a Esteban Bullrich o Facundo Manes. No repugna a la lógica que el caudal de apoyo que acredita Cristina Fernández, en las urnas beneficie a Scioli y Magario, y que el arrastre electoral de Sergio Massa pase automáticamente a Margarita Stolbizer o su mujer. En el marco de las especulaciones todo es posible en la medida que el razonamiento tenga coherencia. Pero las diferencias entre la teoría y la práctica suelen, en política, resultar abismales.

Mauricio Macri, Jaime Duran Barba, Marcos Peña, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta no piensan muy diferente de Cristina Fernández y sus acólitos. Todos, en mayor o menor medida, suponen que el trasvasamiento será exitoso. De dar fe a los relevamientos hechos en los últimos días —el de Marangoni y Asociados merece ser leído con atención—, el oficialismo debería estar mucho más tranquilo que el kirchnerismo.

El análisis político y económico de los doctores Vicente Massot y Agustín Monteverde