Predominan las zonas donde los excesos hídricos son la principal característica, con extensiones importantes de la pampa deprimida (Noroeste de BA, norte de LP, sudeste de CB y sur de SF) donde los anegamientos son una catástrofe para la producción agropecuaria y el manejo del agua se hace muy complejo en momentos en que la evaporación, como principal mecanismo de evacuación, transita por su mínimo nivel de eficiencia. Otras zonas del país presentan una situación similar: el este del NEA, el centro norte de la Mesopotamia y la cuenca lechera santafesina cordobesa, algo recuperada en el último mes y medio. Como sea, estas vastas zonas con suelos saturados, napas elevadas o directamente áreas inundadas, no son consecuencia de un evento aislado sino de tres años de precipitaciones por encima de los valores normales. Las excepciones a este comportamiento, son pocas, quizá el sur de la región pampeana en este último verano haya sido la que más sufrió las deficiencias pluviales.

La sobreabundancia de agua que predominó a gran escala ha encadenado dos factores como causas principales, que por momentos se solaparon. El primero y más persistente, el litoral Atlántico demasiado cálido y el segundo el intenso fenómeno de El Niño que se hizo presente en la campaña 15/16. Estos dos factores trabajan en el mismo sentido, garantizando la persistencia de masas de aire más húmedas que las normales, las cuales obviamente son más eficientes a la hora de promover precipitaciones excesivas. Este mismo contexto es el que ha fortalecido el aumento de la frecuencia de eventos con lluvias diarias superiores a los cien milímetros, sin demasiada discriminación geográfica. Basta hacer un recorrido por todas las zonas productivas principales de Argentina en los últimos cinco años y en todas podremos encontrar eventos pluviales que han generado inundaciones, de mayor o menor gravedad, pero en general, transitamos un lustro donde el agua ha sido un problema más bien por exceso que por defecto.

Dicho esto, podemos ver que el escenario para el inicio de una nueva campaña fina presenta condiciones de humedad donde predominan los sobrantes. En el corto plazo, zonas vulnerables del oeste de BA y el este de LP, recibirá precipitaciones con nula capacidad receptiva en los suelos. Nuevamente tenemos por delante un ejemplo que valida un contexto climático que no parece ceder, el cual se apoya en un entorno que sigue teniendo como disparador la fuerte presencia de masas de aire húmedo que se posicionan con inusual eficiencia sobre gran parte del país. El litoral Atlántico sigue muy cálido y bajo estas circunstancias, los vientos del este y noreste no dejaran de aportar aire húmedo. Aquí es donde es donde la dinámica atmosférica está presentando “fallas” recurrentes. En esta época, promediando largamente el otoño, debería haberse consolidado la circulación del sur, favoreciendo el retiro de las masas de aire húmedo hacia las zonas tropicales. Esto se observó temporariamente en un período de diez días en la transición de abril y mayo. Este período seco con alta insolación fue tan efectivo que permitió la recolección casi total de la soja. Pues bien, esta condición ambiental debería ser más persistente, con ocasionales irrupciones de aire húmedo. Por lo pronto se viene dando lo contrario.

Como se presentan los océanos que rodean el continente Sudamericano, el escenario más probable para el invierno es aquel donde predominarían las temperaturas benignas y las lluvias con tendencia a quebrar el patrón normal. Es decir, no tendríamos un invierno riguroso, lo cual no quiere decir que no habrá ocasionales irrupciones de aire frío que definan períodos con temperaturas bajas. Lo que queremos expresar es que si los océanos son los principales moderadores de las temperaturas, está claro que con anomalías positivas dominando la escena, es razonable proyectar que tendremos un invierno benigno.

En cuanto a lluvias, sería favorable tener un invierno seco. Al presente, sólo algunas zonas mediterráneas del centro norte de CB y Santiago del Estero han quedado más secas, pero como ya evaluamos, el resto de las áreas con potencial para la fina presente reservas óptimas, sobradas, descontando las áreas que lamentablemente están perdidas por anegamientos que no se resolverán en forma perentoria. La pretensión de un invierno seco tampoco parece la más probable.

Normalmente la oferta de agua decrece de manera notoria a partir de junio, principalmente sobre la franja mediterránea. Este cambio se vincula normalmente a la dinámica que modifica la circulación de aire en el otoño. Este cambio no ha logrado instalarse aun y si no lo hace en forma eficiente durante junio, seguramente deberemos sufrir la recurrencia de los excesos hídricos durante el invierno, principalmente en las áreas donde ya están instalados con mucha contundencia.