El escándalo de Sueños Compartidos, la ruta del dinero K, Los Sauces, Hotesur, los bolsos de José López y hasta las casitas de Perugorría que entregaron sin puertas, ni ventanas, ni agua, ni electricidad tienen la misma lógica: muchos ministros, gobernadores, secretarios y otros funcionarios del Frente para la Victoria robaron, dejaron las promesas de campaña a medio terminar y, como si eso fuera poco, ahora dictan cátedra de política económica, derechos humanos, ética y moral. No son kirchneristas ni peronistas ni progresistas, sino negacionistas.

Cuando los primeros casos de corrupción llegaron al gran público, con el expediente Skanska, la valija de Antonini Wilson y los sobres con dinero en el baño de la entonces ministra de Economía Felisa Miceli, el argumento del oficialismo era que los hechos eran dudosos, pocos y específicos. Que no se trataba de "corrupción estructural". Decía Néstor Kirchner y repetían sus voceros que no eran alentados desde lo más alto del poder. Y le explicaban a la militancia que el gobierno que se inició en 2003 era nacional y popular, que hacía cosas por los más necesitados y que su impronta podía tolerar, uno, dos, tres o cuatro ladrones. Es decir: una versión mejorada del "roban pero hacen" que utilizó en 1957 como eslogan de campaña Adhemar de Barros, médico, empresario, alcalde, interventor federal, dos veces gobernador de San Pablo y otras dos veces candidato a presidente de Brasil.

Considerado uno de los padres del marketing electoral de su país, Adhemar fue uno de los primeros dirigentes en plantear que gobernar era "abrir rutas". Prometió y cumplió. Las pavimentó con asfalto y hormigón, una innovación para la época. Por eso se ganó la crítica de Pablo Duarte, el candidato opositor a prefecto de San Pablo. Duarte lo "estigmatizó" al afirmar: "Adhemar rouba mas faz". Pero De Barros se apropió de la idea y la transformó en su carta ganadora.

El mismo eslogan pudo haber sido usado por Néstor y Cristina mientras las cámaras de televisión no recorrieran el país y constataran el despilfarro de plata y la ineficiencia de la obra pública, las rutas y viviendas sociales que no entregaron sus gobiernos. Lo confirmó el fin de semana el ministro del Interior, Rogelio Frigerio: lo de Perugorría es sólo un botón de muestra. Los resultados de una auditoría realizada en el territorio nacional muestran que por lo menos el 30% de toda la obra pública quedó a la deriva y sin cumplimentar. A medida que se conocen más detalles aumenta la indignación social. Hay tramos de rutas, puentes, barrios, parques industriales, hospitales, escuelas, clubes y natatorios que se "inauguraron" más de una vez; en algunos casos, hasta en cinco oportunidades.

En la provincia de Buenos Aires, donde el gasto real para la campaña presidencial de 2015 llegó a cifras incalculables, se anunció, como si fuera la solución estructural para la salud pública, la inauguración de 18 unidades UPA (Unidad de Pronta Atención). Ahora, fuentes del Ministerio de Salud provincial aseguran que sólo funciona de manera aceptable el 30% de las unidades de guardia. Algunas fueron instaladas en zonas donde la demanda las hace necesarias. Otras, como las ubicadas en la ruta 2, parecen más un cartel de campaña que un centro sanitario o de "pronta atención".

En Jujuy, casi todos los barrios que se le dieron a construir a la Tupac Amaru quedaron incompletos. Y es cierto que la mayoría de las unidades habitacionales que formaron parte del proyecto Sueños Compartidos fueron entregadas y se están usando. Lo que pocos aclaran es que en la mayoría de los casos fueron los municipios y las gobernaciones los que debieron hacerse cargo de terminar las obras. Lo hicieron por temor a quedar en el centro del escándalo que ahora tiene, como procesados, a Hebe de Bonafini, Sergio Schocklender y José López, entre otras figuras rutilantes.

El año pasado, recorrimos, junto a un equipo de la TV y en helicóptero, decenas de lugares de la provincia de Buenos Aires que fueron presentados como barrios donde se instalarían viviendas sociales para miles de habitantes. Lo hicimos porque no podíamos creer lo que nos contaban las autoridades que acababan de asumir. Y confirmamos que se transformaron en baldíos. En barrios-fantasma, con las paredes destruidas, sin los techos y con partes de artefactos de la cocina y el baño que habían sido arrancados porque ya nadie cuidaba el lugar. ¿Cómo pudo suceder? La única respuesta lógica: pensaron que serían eternos y que nada podría detenerlos. Deberían ahora, como mínimo, dejar de dar cátedra ante el escandalizado público presente.