Según una narrativa muy extendida, un mundo cada vez más rico y con más población ofrece mercados prácticamente ilimitados para nuestros productos agroalimentarios. Pero si bien esta narrativa tiene elementos plausibles, también es posible imaginarse condiciones menos favorables que requieren serios esfuerzos de competitividad por parte de América latina y de nuestro país. Después de todo, en el último medio siglo el ingreso per cápita casi se triplicó y la población creció en unos 4300 millones de personas, y sin embargo hubo momentos desfavorables en los mercados agroalimentarios mundiales.

En la conceptualización de los escenarios futuros conviene considerar ciertas dimensiones estratégicas y su posible evolución. Un primer aspecto son el crecimiento y la integración mundiales. La historia muestra que el mundo ha acelerado su crecimiento en momentos de cambios estructurales, unidos a la integración de la economía global y relativas paz y estabilidad geopolíticas, mientras que el crecimiento se ha desacelerado o estancado en momentos en que esas tres condiciones no existen.

Los últimos tres largos momentos de crecimiento mundial fueron el período que va desde 1870 hasta la Primera Guerra Mundial (vinculado con la Revolución Industrial); la expansión entre los años 50 del siglo XX, luego de la Segunda Guerra Mundial, y hasta mediados de los años 70 (impulsado por la reconstrucción europea y la descolonización), y el período que se inició en los años 90, luego de la ruptura de la Unión Soviética, y que llegó hasta la crisis de 2009 (con la incorporación de China y otros países en desarrollo a la producción industrial mundial en un enorme shock de oferta). Los dos primeros períodos fueron seguidos por períodos que, en diferentes grados, fueron de menor crecimiento y con fragmentación geopolítica. Diversos análisis sugieren que luego del último período de expansión el mundo ha entrado en una etapa de desaceleración por los próximos años.

Un segundo aspecto tiene que ver con la demografía y las preferencias de los consumidores. Es cierto que las proyecciones sugieren un incremento adicional de 1200 millones de personas para 2030 y casi otro tanto adicional hacia 2050, pero las tasas de crecimiento van a ser menores que en el pasado y la estructura demográfica será de mayor edad, lo que implica menos crecimiento global (tanto por la desaceleración de la fuerza laboral como por menos ahorro e inversión y por problemas fiscales relacionados con las jubilaciones), y menor consumo de calorías per cápita.

Los patrones de consumo también están siendo afectados por preocupaciones sobre dietas más saludables (debido a la obesidad y enfermedades relacionadas), por la sostenibilidad ambiental y por fuertes esfuerzos para eliminar el desperdicio (esfuerzos que, de ser exitosos, implicarán menos necesidades de producción). En este sentido, las proyecciones del consumo de carne plantean problemas especiales: en algunos escenarios el consumo per cápita podría declinar, tanto por las preocupaciones por la salud como por los niveles de emisión de gases de efecto invernadero de parte de la ganadería (que es relativamente alta). Esto afectaría directamente a nuestro país como productor de carne y de alimento para animales.

Una tercera dimensión tiene que ver con las políticas agropecuarias y de comercio internacional. Los países desarrollados no están reduciendo el apoyo de inversiones al sector agroalimentario y los países en desarrollo lo están expandiendo significativamente. Es el caso de China, que según algunas estimaciones tiene mayor apoyo total a la producción que la Unión Europea, y la India, que superaría el apoyo agropecuario en los Estados Unidos (obviamente, el apoyo por productor sigue siendo mayor en los países ricos). Ambos países en desarrollo son grandes exportadores de productos agropecuarios y compiten con productos de América latina, entre ellos los de nuestro país. Por ejemplo, China vende seis veces más frutas y hortalizas que la Argentina, y la India nos supera en las exportaciones de carne. Asimismo, numerosos países en África y Asia están invirtiendo en el sector agropecuario tratando de alcanzar la autosuficiencia alimentaria. Por consiguiente, los países latinoamericanos exportadores de agroalimentos van a encontrar mercados más cerrados en el mundo.

Otras dimensiones estratégicas a considerar incluyen la evolución de las políticas y precios de la energía (incluido el tema de los biocombustibles); el cambio climático y los eventos extremos (estos últimos cada vez más repetidos), y el importante cambio tecnológico en ciencias biológicas, energía y en relación con el medio ambiente. Aunque no es posible desarrollar estos aspectos en este artículo, todos ellos requieren un seguimiento detallado por parte de los países productores de agroalimentos debido a sus múltiples impactos sobre la producción y el comercio mundial.

En definitiva, a la Argentina le conviene seguir trabajando esforzadamente en las condiciones básicas de competitividad porque debe considerar la posibilidad de que en los próximos años tenga que enfrentar mercados con menor crecimiento y más difíciles de ser penetrados con nuestros productos.

Esto implica varios niveles de trabajo. Primero, se necesitan un mayor esfuerzo de planeamiento estratégico y una visión de desarrollo de país. Dentro de eso, sería importante formalizar consejos de competitividad por cadenas de valor para definir visiones compartidas de los problemas y posibles soluciones, monitorear mercados y las dimensiones estratégicas mencionadas y dar mayor estabilidad a las políticas y acuerdos, evitando lobbies individuales y soluciones ad hoc.

Segundo, es necesario tener una combinación de política fiscal, monetaria y de tipo de cambio que evite la sobrevaluación de nuestra moneda y que facilite el financiamiento de mediano y largo plazo.

Tercero, es obvia la necesidad de avanzar en el plan de triplicar las hectáreas bajo riego, mejorar el sistema ferroviario y reforzar las inversiones en ciudades intermedias con una consideración especial en telefonía, Internet, caminos, salud, y educación.

Finalmente, es necesario incrementar las inversiones en tecnología agropecuaria y en relación con las cadenas de valor, dentro de una reorganización institucional que considere la convergencia de las ciencias, las preferencias de los consumidores -especialmente en salud y nutrición-, la eficiencia energética y los desafíos del cambio climático.

Si luego los mercados mundiales son todo lo favorables que las narrativas optimistas argumentan, mejor. Pero siempre ayuda prepararse también para el caso en que las condiciones mundiales sean más difíciles.

Profesor de Catholic University of America y de George Washington University