Fue músico, neurocirujano, psicoanalista. De muy joven escribió una biografía de Maimónides, el médico judío interesado en la filosofía que trabajó para el sultán Saladino. Casi un hombre del renacimiento como él, Marcos Aguinis escribió 12 novelas, 14 ensayos, dos biografías y cientos de notas. Ahora acaba de publicar Incendio de ideas, con discusiones sobre temas que van desde la crisis de Medio Oriente a la democracia argentina. En este reportaje que dio en su casa a Infobae, no duda en expresar su respaldo al cambio iniciado con el gobierno de Cambiemos, una victoria que profetizó en una nota que escribió un año antes de las elecciones.

—Usted tuvo muchas vidas, arrancó como músico, después fue neurocirujano, luego psicoanalista, finalmente sí se dedicó a la escritura.

—Quizás la bendición que tuve es haber estado siempre acuciado por la curiosidad. Desde muy chico me interesó mucho la lectura. Al lado de mi casa, en Cruz del Eje, al noroeste de Córdoba, estaba a biblioteca Jorge Newbery. Recuerdo que le pregunté a un amigo el por qué de ese nombre y me contestó que era una biblioteca de alto vuelo. Me produjo tanto interés que ingresé y empecíé a leer sin parar, porque tenía libros de todo tipo. La bibliotecaria empezó dándome libros infantiles, pero enseguida seguí por los libros de aventuras, de Salgari, por ejemplo. También me apasionaban las historietas y empecé a reproducirlas. Lo hacía tan bien, que llamaba la atención, dibujaba a Mandrake, a Superman, a Batman. Y en la escuela había unos hermanos mellizos, los Carrizo, que coloreaban muy bien los dibujos que se hacían en la escuela. Me interesó mucho, quería saber cómo era que lograban eso, esos colores tan hermosos, y al poco tiempo ya estaba coloreando también. Al poco tiempo empezó a interesarme la música. A los diez años le pedí a mi mamá que me mande al único conservatorio que había por entonces en Cruz del Eje, el conservatorio Wagner, dirigido por la profesora Dora Chemes de Hernández, y empecé a estudiar piano a lo loco. No tenía piano, estudiaba con el piano que había en la casa de la profesora. Recuerdo que en la escuela decían que "Aguinis estudia piano sin piano". Todos se reían, pero era así. En mi casa estudiaba piano leyendo la partitura y practicando sobre la mesa.

—¿Dónde trabajó como músico?

—En Córdoba y en Buenos Aires di conciertos de piano. Había aprendido el Concierto Nº 1 de Listz para piano y orquesta, con la ilusión de tocarlo con la orquesta sinfónica de Córdoba. Empecé a estudiarlo y fuimos con Elio Canale, mi profesor de piano en Córdoba, al teatro Rivera Indarte de Córdoba para que el director de la orquesta viera si estaba preparado. Toqué el concierto y me dijo que estaba bastante bien, que había que ajustar esta parte y la otra. Se trata de una obra muy difícil, una acrobacia del piano. Cuando salimos a la calle había manifestaciones muy serias, corría la gente, se estaba produciendo el golpe contra Perón, y se canceló el concierto y no pude llegar a ese sueño. Después me mudé a Buenos Aires y di algunos conciertos en Buenos Aires, pero la neurocirugía me exigía tanto tiempo que no tenía minutos excedentes para ambas profesiones. Cuando fui becado para ir a Francia pensé que podía también estudiar música en París. Allí me encontré con Bruno Gelber, nos alojamos con otros estudiantes en el Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria de París. El padre de Gelber me preguntó si quería que alquiláramos un piano para ambos, que nos iba a salir más barato. Se ocupó de alquilarlo y colocarlo en el sótano. Bruno tocaba el piano 18 horas, todo el día. Yo me iba a la mañana al hospital a las 7 de la mañana y volvía a las 7 de la tarde. Cuando volvía, muerto de hambre y de cansancio, me dormía frente a las teclas. Me dí cuenta que no era posible. Así fue que hice un renunciamiento.

—Fue su primer renunciamiento, porque después renunció a la neurocirugía. ¿Cómo fue ese otro renunciamiento?

—Fue doloroso, difícil, pero yo llegué a la conclusión de que había logrado conocer bien al cuerpo en sentido médico, pero noté que me faltaba algo, que no me conectaba bien con los pacientes. Muchas veces como neurocirujano me hacían consultas de cuadros neuróticos, que yo resolvía de oído, así que me puse a estudiar. Eran tiempos en que se trataba de una importante moda en Buenos Aires, mucho más que ahora, era la gran capital del psicoanálisis a nivel mundial, con psicoanalistas muy buenos. Entonces empecé con la formación psicoanalítica que, en ese momento, era muy severa. No sé si sigue con ese tono. Yo tenía que hacer el psiconanálisis mío durante cuatro sesiones semanales, asistir a los seminarios, a los cursos, y hacer supervisiones, todo eso.

—Es algo que le dio una gran formación teórica.

—Sí, pero después empecé a trabajar como psicoanalista.

—¿Tuvo pacientes?

—Sí, claro, durante 20 años. Mucha gente me recuerda como psicoanalista, me saludan por la calle.

—Reafirma lo que digo, tuvo muchas vidas. En algún momento, finalmente, decidió ser escritor, nada más que escritor. Hubo otro renunciamiento. ¿Cómo fue eso?

—Aquí diría que hay algo diferente. Yo quizás quise ser escritor todo el tiempo, porque la escritura me conectó con las diversas áreas que me interesaron. Yo tenía 12 años cuando quise escribir mi primer novela. Ya había escrito unos cuentos. Me compré dos cuadernos de tapa dura y lo llené con una novela. Pero antes había escrito cosas cortas, ensayitos.

—También muy joven escribió la biografía de Maimónides.

—Claro, era estudiante de medicina cuando la escribí. Me fascinó porque era un médico de la edad media, un filósofo al mismo tiempo, con un conocimiento muy amplio. Era un hombre del Renacimiento como lo era yo, que abarcaba muchas áreas, teología, filosofía. Además, era un hombre que había vivido en la España medieval de la convivencia de las tres grandes religiones, los musulmanes, los judíos, los católicos. Maimónides nació en Córdoba, la ciudad con el mismo nombre donde yo nací, en 1135, exactamente ocho siglos antes que yo.

—Usted nació en 1935.

—Había una serie de similitudes, metafóricamente graciosas. Nacimos en el mismo año, con un tabique de ocho siglos de distancia. Nacimos en la misma ciudad, en otro continente. A él le gustaba la filosofía, a mí me gustaba la filosofía. El estudió medicina, yo estudié medicina. Por otro lado, a pesar de ser judío, él tenía mucho interés de conocer a los musulmanes. Vivió en la misma época de Aberroes, después viajó a Tierra Santa y toda una historia muy interesante, hasta que se convirtió en el médico del sultán Saladino. Tan exitoso, que Ricardo Corazón de León, que era enemigo de Saladino, pidió la asistencia de Maimónides cuando sufrió una herida. Era un hombre que podía estar en distintos ámbitos, encontrando siempre amistades, situaciones de confraternidad, de amistad, que me sedujeron. Terminé la biografía antes de recibirme de médico.

—Ahora entiendo un poco su trayecto. En la búsqueda de Maimónides está su sueño de una sociedad creativa, tolerante, desplegada, científica y espiritual a la vez, está en toda su obra.

—Es verdad, en mi obra está la parte espiritual, la búsqueda, la descripción de conflictos serios, ponerme en el lugar del otro, del que tendría que ser mi adversario, me enemigo, me pongo adentro de su alma, para entenderlo, para saber cómo fue que tomó esa decisión. Lo hice en primer novela, que es Refugiados, crónica de un palestino. Después en Asalto a un paraíso, que describe el atentado contra la embajada y la AMIA. Creo que todos los escritores buscan meterse en el alma del personaje para entenderlo bien.

—También esa búsqueda de la libertad que no se somete. Tengo aquí La gesta del marrano, donde el personaje Francisco Maldonado da Silva jamás reniega de sus propias creencias. ¿Tiene ese personaje algo que ver con su manera de transitar el kirchnerismo?

—Con el kirchnerismo pasé por distintas etapas, traté de comprenderlo, de tolerarlo, de ayudarlo incluso. Pero me dí cuenta que hay situaciones que no tienen cura. Es lo que pasa con algunas enfermedades mentales, también, por ejemplo con este caso que asesinó a la adolescente después de violarla. Es muy ingenuo. Hay seres humanos que no se curan con ningún tratamiento, el perverso no se cura, puede ser controlado de alguna forma, pero no se cura.

—Lo dice como psicoanalista.

—Lo digo como psicoanalista, sí. Es una ilusión creer que cierto tipo de asesino puede estar curado. Es tan fuerte el impulso perverso, que predomina.

– ¿El kirchnerismo es una perversión, también?

—El kirchnerismo está vinculado con una de las pulsiones que Freud estudió menos, que es la pulsión del poder, que tiene un imán, imponente, terrible. Hay muchos seres humanos que se rinden frente a esa pulsión. Es lo que pasó con el kirchnerismo, especialmente con Néstor, que tenía una pulsión para tener poder, al que incrementaba acumulando dinero, para tener más poder. Esto llevó a que su mujer también se contagiara de ese tipo de enfermedad, al extremo de que no ven los males que han cometido. Ellos creen que hicieron lo que tenían que hacer. Yo estoy convencido de que Cristina Kirchner piensa que los dineros malhabidos son de ella, son genuinamente de ella, no ve que se los robó al pueblo. El kirchnerismo es una etapa muy negativa de la historia argentina, que muestra lo peor de nuestra historia, cuando seres muy perversos se aprovecharon del pueblo y el pueblo cayó en la ingenuidad de creer en ellos y hasta de elogiarlo aún en el día de hoy. Pero esto pasó en otros países. Cuando estuve estudiando en Alemania, al final de la guerra, me encontré con alemanes que parecían muy cultos, muy inteligentes, que defendían a Hitler. Decían que también había hechos cosas buenas, que creó la Volkswagen, hizo autopistas, levantó la moral del pueblo alemán. A costa de qué decía yo. Pasa lo mismo con muchos kirchneristas, no miran a costa de qué se hicieron algunas cosas, a costa de la catástrofe total. Argentina se hundió en todos los campos, en la educación, en lo económico, en lo moral. Argentina se ha inmoralizado. Durante el período kirchnerista creció la teoría abolicionista que promovió Raúl Zaffaroni, que tanto mal le hizo al país.

—A principios del 2015, cuando nada hacía presumir que el FPV podía perder la elección, usted escribió un artículo en el diario La Nación titulado "Una oportunidad para frenar al populismo", donde decía que iba a a ser un año muy difícil, pero pronosticaba claramente el cambio.

—No me acordaba de esa nota. Tampoco sé cómo surgen esos presentimientos que se apoderan de mí. Llega un momento que tengo esa idea y siento la obligación de expresarlo. Me decían también que La Cruz Invertida era un libro profético y siempre me dio vergüenza, pero es así, no sé cómo explicarlo.

—Ya que tiene esa capacidad profética, le pregunto sobre el futuro ahora. ¿Cómo cree que van a salir las cosas ahora, que se votó el cambio?

—Muchas veces me preguntaron esto, y la verdad es que no puedo ser objetivo. Amo la Argentina y mucho tiempo pensé cuáles serían las mejores soluciones, escribí muchos libros tratando de entender lo que aquí pasa, porque la nuestra es una sociedad bipolar. Pero tengo la impresión de que el país empezó a tomar conciencia de que el autoritarismo no es bueno. Por ese autoritarismo que nos viene de tan lejos, la sociedad descalificó a presidentes que no eran autoritarios, como Arturo Illia. Ahora veo una democracia tan real, que los argentinos no están habituados. Hay gente que no puede creer las cosas que dice Lilita Carrió, pero está muy bien, esa es la democracia, hay disidencias, hay grises. El Presidente se reúne con los gobernadores, va a distintos lugares, recibe a todo el mundo.

—¿Cómo le cae el Presidente?

—Mi impresión fue modificándose. Al principio yo le tenía simpatía, le veía buenas intenciones, que tenía conflictos con su padre, a quien nadie quiere, por supuesto. Pero pensaba que no tenía la cintura política para manejar un país tan complicado como la Argentina. Y me fui dando cuenta que está desarrollando esa cintura política, se manejó bastante bien hasta ahora. Argentina es un país muy difícil, y está logrando un equilibrio. Hay quienes dicen que sea más duro, otros que sea más gradualista. Es una situación complicada, porque no se verán los resultados en forma inmediata. Lo que yo veo un hombre que está luchando intensamente para tener un lugar importante en la historia. No le interesa el dinero, porque no necesita el dinero, nació en cuna de oro. Tampoco es un hombre que aspira al poder, no es el hombre autoritario que necesita el poder para satisfacer esa pulsión de poder que psicoanalíticamente se puede encontrar. No tiene esa ambición. Quiere hacer algo que lo dignifique, que lo diferencia del padre, tal vez. Quizás sea eso lo que lo mueve.

—¿Cree que es posible que el peronismo se vuelva republicano?

—Si me perdonan los peronistas, yo les daría la siguiente sugerencia, con la mejor buena voluntad. En primer lugar, que no usen más la palabra peronismo, sino justicialismo. Peronismo es un culto a la personalidad que es viejo, arcaico, es como decir estalinismo, hitlerismo. Por otro lado, que cambien la letra de la marcha peronista, que se llame marcha justicialista, con la misma música, pero con otra letra. Y, a partir de ahí, que empiecen a decir tenemos que ser un partido republicano, democrático. Es decir, un partido que aprende a perder, porque perder es algo inherente a la democracia. Un partido puede ganar, y a veces puede perder. Ahora tiene que aceptar que perdió, reordenar sus fuerzas, y prepararse para ganar la próxima elección.