Pero es difícil identificar cuánto se debió a un malestar social generalizado y cuánto a la falta de medios de transporte. O, en algunos casos, como el de Omar Viviani con los taxistas, a la intimidación.

Los sondeos de opinión que se realizaron al comienzo de la tarde consignaron que al 70% de los consultados le irritaba la medida.

Hay factores menos evidentes para entender por qué la huelga de ayer no expresa con total fidelidad la dimensión del conflicto sindical. La convocatoria, unánime, impide advertir que la CGT carece de una estrategia común frente al programa de Mauricio Macri.

La cuestión gremial ha vuelto a ser decisiva para la vida pública. El mensaje de la oposición, que se centra sobre todo en el kirchnerismo, caracteriza al gobierno de Cambiemos como una regresión al ajuste ortodoxo, menemista o militar. Es imposible pintar ese cuadro sin protagonistas sindicales. Por eso resulta lógico que Máximo Kirchner se reúna más seguido con dirigentes de ese campo. Sin ir más lejos, el viernes pasado comió con Hugo Yasky, Pablo Micheli y Roberto Baradel en la casa de Gustavo Rollandi, el secretario de Organización de la CTA. La unificación de esta central es un capítulo principal de la acción opositora. Y explica el objetivo último del conflicto docente de la provincia de Buenos Aires. La paritaria federal, convocada ayer de manera muy discutible por la jueza Dora Temis, pretende mantener viva la Ctera. Y la Ctera es el vehículo a través del cual Baradel piensa llegar a la conducción nacional de los empleados estatales. Esa plataforma es cada vez más valiosa para quienes se sienten amenazados por una de las metas más importantes de la política económica: la reducción del déficit fiscal.

Para Macri, la relación con el sindicalismo también es sustancial. Su administración se basa en restituir al inversor privado en el centro de la escena. Para hacerlo, hasta ahora se ha dedicado, sobre todo, a normalizar precios: dólar, energía, algunas commodities. Pero su tarea más desafiante es reducir los costos. Entre ellos, el laboral. Sobre este horizonte se recorta el vínculo con los distintos sectores del gremialismo.

Quiere decir que el eje sindical organiza otra de las asimetrías que componen Macri y Cristina Kirchner. El contrapunto, además de socioeconómico, es político. En el entorno de la ex presidenta se celebraba ayer "que el paro haya convertido el jueves en domingo". Lo vieron como la expresión de "uno de los dos países, el que ella quiere representar". Es difícil imaginar que esta presentación pueda prescindir en octubre de una candidatura de la señora de Kirchner.

Esta dinámica produce el principal problema que enfrenta hoy la CGT. Hay dirigentes que, por motivaciones sectoriales o por inclinaciones políticas, se resisten a favorecer la saga kirchnerista. El lunes, en la Casa Rosada, apareció esta contradicción. Protagonistas de un acuerdo sobre el programa de obra pública, Gerardo Martínez, de la construcción, y José Luis Lingeri, el legendario Mr. Cloro de Aguas Argentinas, se sentaron en primera fila para aplaudir al Presidente. Un rato antes, en una reunión de gabinete, Macri había sido advertido: "Mirá que van a estar Gerardo y «Cloro». No los maltrates. Abrazalos. Que hayan venido antes del paro es un gol nuestro". Ya se sabe lo que sucedió. Macri los vapuleó al decirles que no entendía las razones de la huelga. Y pronunció la palabra maldita: mafias. Al Presidente, empresario al fin, los gremialistas le estropean el humor. Las tres últimas expulsiones de su gabinete se debieron, sobre todo, al idilio de los funcionarios con los sindicatos: Isela Costantini, de Aerolíneas; Carlos Melconian, del Banco Nación, y Carlos Regazzoni, del PAMI.

Lingeri y Martínez bajaron la vista, obligados por sus propios intereses. Macri le recordó a "Gerardo", a quien conoce desde la prehistoria en Socma, que se va a beneficiar del plan de obra pública más ambicioso de la historia. No había que explicarle nada: Rogelio Frigerio negoció ese programa, con los empresarios de la construcción, en la sede de la Uocra. Lingeri será beneficiario, en lo que resta del año, de 159 inauguraciones de trabajos de saneamiento que realizará la estatal AySA. Además, el Presidente lo halagó al designar a Luis Scervino superintendente de Salud. Es decir, en la caja de las obras sociales. Scervino fue director médico de la obra social de Obras Sanitarias. Lingeri sigue controlando ese sistema, como viene haciendo desde hace más de 20 años. Con o sin paro.

Los incentivos específicos de cada actividad han permitido a Macri sellar otras alianzas: con el mecánico Ricardo Pignanelli, de Smata; con los petroleros de Guillermo Pereyra, para la explotación de Vaca Muerta, o con los fabricantes de calzado de Agustín Amicone. Mientras se organizó el paro de ayer, Armando Cavalieri agasajó al ministro Jorge Triaca, "Jorgito" para él, con una paritaria de 10% más 10% en septiembre, con cláusula gatillo contra la inflación. Y Héctor Daer invitó a Triaca a organizar juntos un programa de capacitación en Sanidad.

Sin embargo, el acuerdo más estrecho con un sector del gremialismo se consagró en otro escenario. Daniel Angelici, el delegado de Macri en el fútbol, se alió a Hugo Moyano en la conducción de la AFA. Colocaron en la presidencia a un funcionario del Gobierno: Claudio "Chiqui" Tapia es vicepresidente de la Ceamse, el ente metropolitano de procesamiento de la basura. Fue designado allí por Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal. El presidente de la Ceamse es Gustavo Coria, representante del vicejefe porteño, Diego Santilli, el principal aliado del camionero. Macri bendijo a la nueva cúpula de la AFA el martes, cuando inauguró un centro de entrenamiento de Boca Juniors. Fue considerado. Esa vez no habló de mafias.

Los acuerdos que el Gobierno selló con cada sindicato no pretendían dar de baja un paro que se había vuelto inevitable. Fue la única salida para el papelón que protagonizaron los dirigentes en la movilización del 7 de marzo. El propósito de Triaca y Francisco Cabrera, que negociaron con cada organización, fue quitar a la medida de fuerza cualquier argumento socioeconómico. Reducirla a su intencionalidad política. El oficialismo juega con una ventaja: la campaña electoral de Cambiemos requiere un aumento del salario real que convierte a Macri en un circunstancial aliado de los sindicatos.

Contradicciones

El diálogo al que invitará el Gobierno a partir de hoy tiene otra pretensión: sincerar la contradicción que cobija la CGT para dividir al gremialismo. En función de esa estrategia se activarán varios dispositivos. Muchos dirigentes volverán a escuchar en sus celulares la voz del Presidente. Macri confía muchísimo en el trato personal. Así como se enfada muchísimo cuando ese trato no da los resultados que él espera.

Al mismo tiempo, la Casa Rosada mostrará el rebenque. El superintendente Scervino, que además de médico de Lingeri fue ejecutivo de Claudio Belocopit en Swiss Medical, comenzó a dosificar los subsidios para las obras sociales. Y Triaca emitió ayer una resolución importantísima. Enmascarada entre inocentes recomendaciones para garantizar la democracia sindical, aparece una instrucción temible: quien haya sido procesado por la Justicia no puede postularse en una lista. ¿Qué sucedería con Viviani si lo sancionaran por apología del delito? ¿Penalizarán a la cúpula de la UOM por lavado de dinero? ¿Qué novedades guardan para Lingeri los cofres de Odebrecht, constructora de los trabajos de saneamiento que benefician a sus representados?

La división de la CGT está siendo estimulada por otros enfrentamientos. ¿Cuántos sindicalistas quieren crear el clima social que necesita Cristina Kirchner para progresar en las encuestas? No es casual: el vocero más puro del paro fue, ayer, el intendente de Escobar, Ariel Sujarchuk. El preferido de la ex presidenta y de su cuñada, Alicia.

La pregunta sobre los beneficiarios del paro vale, también, para los gremios del transporte, que sostienen la candidatura de Florencio Randazzo. Interpela además a Sergio Massa y a todo el peronismo que abandonó a la señora de Kirchner. En un campo tan polarizado, ¿cabe una tercera posición? ¿Hay alguna posibilidad de que el gremialismo más conservador, el de Martínez, Lingeri, Daer o Cavalieri, trabaje contra Macri sin favorecer a quien sería su verdugo? El interrogante es clave para el Presidente. Él no advirtió lo que, apenas llegó al poder, tuvo claro Carlos Menem. La unidad sindical es un obstáculo importantísimo para cualquier proyecto de liberalización económica. Porque el pegamento de esa unidad siempre es el conflicto. Cuando comenzó a gestionarse la síntesis de las tres centrales obreras, se lo advirtió Luis Barrionuevo, con quien ahora está peleado. No es casual. Uno de los servicios que Barrionuevo prestó a las reformas de Menem fue dividir la CGT.