El primer objetivo de la incipiente campaña electoral lanzada por Mauricio Macri con su mensaje ante la Asamblea Legislativa es mantener el caudal electoral cosechado en la primera vuelta de los últimos comicios presidenciales. Si bien el actual presidente se impuso a Daniel Scioli en un ballottage con el 51,3% de los votos, el propósito de mínima es que no se le escape a la coalición gobernante el 34% de votantes que adhirió a Cambiemos en las elecciones previas. Se trata de un núcleo de ciudadanos sobre el cual el Gobierno pretende actuar levantándole el ánimo, no dejándolo caer en la desesperanza y, por sobre todo, evitando que empiece a descreer de la capacidad de liderazgo del primer mandatario.

Cada palabra del discurso presidencial apuntó a despertar o recobrar el optimismo, que, según distintos estudios de opinión pública, ha comenzado a descender en los dos primeros meses del año. De sus primeros mensajes que hablaban del "arte del acuerdo" para alcanzar consensos con la oposición y garantías de gobernabilidad Macri pasó a concentrarse en el arte de la persuasión. La cuestión es convencer a los argentinos de que la recesión llegó a su fin, como se animó a proclamarlo el ministro Nicolás Dujovne, y de que la Argentina "ya está creciendo", como aseguró el Presidente ante los legisladores.

Nadie duda de que la macroeconomía está mejor que un año atrás, de que el país ha regresado al mundo y a los mercados internacionales, y de que varios fantasmas han quedado atrás. El problema es cuánto tardarán en llegar esos beneficios a los bolsillos de la población. El gran desafío de Macri y sus comunicadores, más allá de los indicadores estadísticos, es que la actividad económica y el empleo crezcan en la dimensión de la percepción social. En otras palabras, cómo enfrentar la natural impaciencia de la gente y hacerle creer que las cosas están bien.

En adelante, los contrapuntos estarán a la orden del día. Macri insiste en que la inflación se ubicará este año entre el 12 y el 17 por ciento, pero la mayoría de los analistas económicos creen que se ubicará por encima del 20 por ciento. Y, en forma más velada, hay quienes expresan inquietud por el atraso cambiario y explican que, con un dólar mayorista en torno de 15,40 pesos, el tipo de cambio real ya está en niveles similares a los de la última fase del gobierno de Cristina Kirchner. Claro que hay una diferencia sustancial: hoy existe libertad cambiaria y desapareció el cepo. Pero no deja de inquietar que los precios en la Argentina sean cada vez más caros en dólares.

En este contexto, Macri se preocupó por asegurar que "la competitividad no se conseguirá con una devaluación ni a costa de los trabajadores", fiel a su obsesión por dejar de ser visto como "un gobernante para los ricos".

Su otra manía es seguir confrontando con el kirchnerismo, donde paradójicamente hoy le endilgan a Macri algo que durante muchos años se les criticó a los Kirchner: forjar un relato distante de la realidad argentina. El problema para Macri no es éste, sino la llamativa coincidencia en los cuestionamientos lanzados por dirigentes justicialistas de variadas extracciones. Una señal de que la división del peronismo que espera el macrismo no se está verificando, al menos en su discurso.