Como presidente de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (Copal) y vicepresidente de la Unión Industrial (UIA), tiene un rol protagónico en impulsar las reformas para volver a ser competitivos. La política tributaria y los costos logísticos están en la mira de sus reclamos y propuestas. Después de una larga trayectoria internacional, es vicepresidente de la Organización Internacional de Empleadores (OIE) y participa en el Consejo Económico y Social de la ONU, tiene los reflejos desarrollados para saber separar la paja del trigo en lo que hace a las tendencias y los cambios mundiales. Si bien cree que la globalización es un proceso imparable encuentra que la gestión del presidente norteamericano Donald Trump le pone un freno y modifica el escenario internacional.

-¿Cree que es posible pasar de granero a supermercado del mundo como repite el presidente Macri?

-Lo veo muy factible. Estoy convencido de que tenemos que integrar la cadena de valor. El empleo industrial hace al desarrollo de un país, por eso los grandes países del mundo son países industrializados. Creo, como Pelegrini, que sin industria no hay Nación. Y creo que en el mundo que viene agregar valor es crear empleo de calidad. La afirmación de transformarnos de granero en supermercado cuenta con una realidad: somos competitivos. La industria de alimentos y bebidas es tremendamente competitiva. Hoy no somos competitivos por la circunstancias de la macroeconomía, por la política tributaria, por el costo de la logística, por los costos laborales no salariales y por las limitaciones al acceso de financiamiento. Pero en la medida que se vayan corrigiendo estas asimetrías no cabe la menor duda que tenemos esa potencialidad.

-Pero exportar alimentos con valor agregado, ¿tropieza con la muralla de los altos aranceles que protegen mercados?

-Es cierto, pero también hay una necesidad de comida en el mundo muy grande. En pocos años, la población laboral más grande del mundo va a ser asiática y por otro lado hay un aumento de la expectativa de vida en África por el control de pestes y pandemias. Tenemos que tener políticas inteligentes entre el poder político y el empresariado para la inserción en esos mercados

-¿El gobierno de Trump cambia el escenario mundial?

-Estamos frente a un nuevo mundo. Hasta hace poco teníamos la caída del Muro de Berlín y ahora tenemos el levantamiento del muro de México. Aunque no lo construyan, ya está construido. Es decir ya es hito. La Argentina necesita reubicarse en este escenario, con nuevas relaciones multilaterales y bilaterales. En este replanteo, que es una función estatal, nosotros queremos ser "next door", es decir estar cerca para ser consultados.

-¿Cuál es la agenda de competitividad que propone Copal?

-En 2015 nos pusimos a trabajar pensando que íbamos a tener un cambio de gobierno y de reglas de juego. Creemos en la iniciativa privada y en su capacidad transformadora para generar bienes y servicios. Queremos un Estado moderno y eficiente y una política macro que sea estable, necesaria para producir tanto en el mercado interno como externo. Y llevar el gasto fiscal a la realidad de la Argentina,

-¿Cuál es la participación de los impuestos en los alimentos y en las bebidas?

RTenemos una política fiscal que ha generado una superposición de impuestos y una presión del 40,6% en alimentos y 48% sobre las bebidas. Es decir que una botella de agua mineral tiene el 50% de impuestos, lo cual genera un problema no sólo interno sino externo, porque terminamos exportando impuestos. Sabemos que desde 2011 no se crea empleo en el sector privado y sí en el sector público.

-¿Las exportaciones también acusaron el golpe por la falta de competitividad?

REn el 2011 llegamos a exportar más de US$ 30.000 millones de alimentos industrializados, hoy estamos en 26.500 millones. Tendríamos que llegar a los US$ 50.000 millones dentro de no muy lejos. Para eso creemos que somos los más competitivos como sector de la Argentina. Pero hoy no lo somos por las circunstancias de la macroeconomía. Para lo cual hay que armar un cronograma de adecuación. No vamos a ser los únicos, pero seguro vamos a estar a la vanguardia del proceso industrial y así pasar de ser granero a supermercado.

-¿Qué nivel de inversiones tendrá la industria en 2017?

-La industria alimenticia venía teniendo un nivel de inversión superior a los 1500 millones de dólares al año. Esto cayó en 2015 muy fuertemente y en 2016, pese a las dificultades, se recuperó un 70% llegando a 800 milllones de dólares. Hay proyectos para llegar a los US$ 2000 millones que van desde las bebidas sin alcohol ya anunciadas de más de US$ 1000 millones hasta la expansión de nuevos productos para el mercado interno y la exportación.

-¿Y qué papel jugará la inversión extranjera?

-Más allá de los grupos que ya están en la Argentina, lo que veo es la oportunidad de joint venture con compañías internacionales. Con el nuevo marco político hay posibilidad que las empresas argentinas medianas a grandes generen asociaciones activas con España donde estaremos los próximos días acompañando al presidente Macri. Lo mismo con compañías de Brasil y México. Y puedo agregar a Nueva Zelanda y Gran Bretaña donde también hay interés en busca de sinergias complementarias.

-Hay un gran diferencial entre lo que se paga por el producto primario y el valor en la góndola. ¿Qué pasa en el medio, cuánta responsabilidad tiene la industria?

-El costo industrial participa entre el 30% al 40% sobre el precio final del producto. Si del precio final uno comienza por sacar el 50% de impuestos se verá que la distancia entre las puntas se acorta y no es tanta. Hay que ver además que califica y que es desperdicio. En la clasificación de frutas, como en otros productos, hay un descarte muy grande que empieza a justificar el diferencial de precios.