Otros aseguran que, al fin y al cabo, el sistema político reaccionó y frenó a tiempo la inmersión del país en una vasta crisis política. También tienen razón. Tal vez la primera conclusión que se puede sacar del duro trance por el impuesto a las ganancias es que Mauricio Macri es, de todos los presidentes de la historia reciente, el menos convencido de que su verdad es la única que existe o la única posible. El menos negado también a una negociación, aunque ésta sea agónica. Puede resultar extraño, porque es un presidente que hace política (y política clásica, como la que construyen la conversación y la negociación) cuando todos lo sindican como un hombre alérgico a la política.

De poco habrían valido esas aptitudes acuerdistas si del otro lado no hubiera habido una actitud recíproca. Esos argumentos son los que respaldan la tesis de que el sistema político funciona con más eficacia que durante otros gobiernos no peronistas.

La fragmentación del peronismo y cierta fatiga social con sus dirigentes y sus métodos son elementos decisivos para explicar gran parte de lo que pasó. El peronismo estuvo, en verdad, a un paso de asestarle al Presidente la primera gran derrota política de su gestión, si sólo hubiera rechazado el proyecto sobre el impuesto a las ganancias del oficialismo o le hubiera impuesto el de la oposición que votó la Cámara de Diputados. El Senado le sacó al jefe del Estado el revólver de la cabeza.

La segunda conclusión es que el kirchnerismo tuvo una especie de canto del cisne. Ahora es mucho menos de lo que era antes de haberse creído más grande que lo que es con la alianza con Sergio Massa en Diputados. La imagen de Massa dialogando con el poder macrista en su casa (con sushi o sin sushi) devolvió al kirchnerismo a su real dimensión. Es cada vez más una pequeña secta que cree sólo en sus cosas. El mismo conflicto por el impuesto a las ganancias dejó al kirchnerismo al borde de la ruptura en el Senado, donde hasta ahora había logrado integrarse al bloque peronista.

El kirchnerismo senatorial cometió la injusticia de acusar de acuerdista al jefe del bloque, Miguel Pichetto, porque éste aceptó postergar una semana la sesión que hubiera derrotado a Macri. Y así abrió un espacio de negociación que al final sirvió. En rigor, Pichetto no tenía otra salida. No contaba con los dos tercios necesarios para tratar el proyecto opositor de Ganancias, porque el bloque del peronismo federal no estaba dispuesto a vapulear de esa manera a Macri. Tampoco lo estaban los senadores peronistas de las provincias mineras (San Juan, La Rioja y Catamarca) ni el senador del GEN, Jaime Linares. Ahora, el propio Pichetto no descarta una escisión que podría apartar al kirchnerismo del bloque peronista. "Vamos a ver...", contesta cuando se le pregunta sobre la alternativa rupturista.

Gobierno y oposición se dedicaron en las últimas horas a ponderar el funcionamiento del sistema político, sobre todo como mensaje a los sectores económicos internacionales. El propio Pichetto lo aceptó públicamente: "Es un buen mensaje al frente externo", dijo. Tomaron nota de que el proyecto de los diputados opositores y la inicial intransigencia del Gobierno habían golpeado sobre la credibilidad del país ante inversores productivos y mercados financieros del exterior. La fórmula opositora (populismo fiscal más las creación o restauración de impuestos) tuvo un efecto destructivo ante los ojos del exterior.

Una de las circunstancias menos explicables del conflicto fue lo que sucedió con el proyecto oficial de impuesto a las ganancias. Fuentes inmejorables de la Casa de Gobierno aseguran que desde septiembre le reclamaban al Ministerio de Hacienda que enviara ese proyecto. Finalmente lo envió, pero voceros de ese ministerio aseguran que el proyecto final fue modificado (y muy modificado) por la casa de gobierno.

Alfonso Prat-Gay dio un paso al costado (o lo pusieron al costado, no se sabe), aunque lo cierto es que no participó de las negociaciones decisivas que culminaron en un acuerdo con los sindicatos, con el massismo y con los gobernadores. Desde ya, cualquier tema impositivo es un tema de su cartera y hasta de su interés personal. Una sombra se posó, con razón o sin ella, sobre el destino político del ministro de Hacienda.

La negociación la llevaron otros. Rogelio Frigerio, ministro del Interior, que estaba en el exterior cuando se debatió el impuesto a las ganancias en la Cámara de Diputados. La oportunidad no fue buena. Frigero es el ministro más político de Macri y el que cultiva relaciones permanentes con los gobernadores peronistas, con Massa y con los senadores justicialistas.

Mario Quintana, el más valioso vicejefe de Gabinete de Macri, entró a jugar cuando ya el primer tiempo estaba perdido. Quintana, un hombre de trato afable e instinto político, se convirtió en un funcionario crucial del círculo íntimo del Presidente. Luciano Laspina, el eficiente presidente de la Comisión de Presupuesto, pasó de intransigente a negociador y en ambos casos fue por orden de Macri. La tercera conclusión está a la vista: quien cambió la estrategia fue el Presidente.

Cuarta conclusión: el conflicto, evitable a todas luces, por el impuesto a las ganancias terminó colocando al viejo sindicalismo peronista en el primer plano de las decisiones políticas. Parte de la cúpula sindical es la única de la dirigencia argentina que pertenece a tiempos previos a la dictadura. Sin embargo, su influencia en el peronismo es notable. Bastó que el Gobierno acordara con la CGT para que todos los otros componentes del mosaico peronista se reacomodaran en el acto. Incluso los gobernadores peronistas que hicieron su propia liga de peronistas responsables aceptaron que el acuerdo con la central sindical era un requisito indispensable. La CGT no tenía, hasta ese momento, semejante predicamento entre los dirigentes del partido que conserva, con sus infinitos matices, el control del Congreso.

Con todo, nada puede explicar el sufrimiento social que provocó el innecesario paro del transporte en la mañana del lunes, cuando ya concluían las negociaciones. La justificación del líder de la UTA, Roberto Fernández ("alguna presión tenés que hacer"), es de una insensibilidad pocas veces vista. Esa frase sobrevoló la angustia de cientos de miles de argentinos bloqueados por un día de furia.

Un día después, ayer, la ciudad fue asediada de nuevo por grupos de izquierda que conmemoraban la caída de De la Rúa. Otra tarde de violencia y descontrol. La policía desapareció. El gobierno de la Capital, también. Hace quince años que a los porteños le negaron el derecho a una vida normal en las fiestas de fin de año. ¿Seguirá siempre así? ¿Nada cambiará nunca?