A suerte y verdad

 

En un país donde abundan los farsantes, los mamarrachos y los solemnes, existe la tendencia de convertir a figurones de poco o ningún calado en personajes dignos de atención. En cualquier otra latitud moverían a risa. Aquí, en cambio, se les otorga una importancia descomunal. Convertimos a los espías de ópera bufa poco menos que en émulos del Mossad, a los charlatanes de feria en políticos de fuste y, por fin, como no podía ser distinto, comparamos a los revolucionarios de comic con el Che o Santucho.

 

Desengáñense quienes están asustados por las palabras, inútilmente provocativas, que pronunció cuarenta y ocho horas atrás el inefable líder de esa organización, supuestamente subversiva, cuyos entronques con los servicios de inteligencia del pasado régimen kirchnerista resultan inocultables. No. Esteche es un vendedor de humo que pasó, sin escalas intermedias, de vocear la revolución a formar parte de los entenados del gobierno que entró a la historia en diciembre del año pasado. Si alguna vez posó de malo, de aquel muchacho revoltoso no queda nada. Con su boina de campo y sus gafas de otro tiempo no tiene otra forma de llamar la atención que no sea levantando la voz para amenazar o denunciar al voleo.

 

Como vivimos —aunque nos cueste reconocerlo— en el tercer mundo, la denuncia del fiscal de La Plata, Marcelo Romero, enderezada contra el jefe de Quebracho, al igual que la del Ministerio de Seguridad, a cargo de Patricia Bullrich y la del abogado Santiago Dupuy seguramente quedarán en la nada. Es cierto, los tres debieron obrar como lo hicieron. También que Esteche, si no peca de tonto —y no parece serlo— tranquilamente podría argumentar que cuanto expresó el día lunes era para defender y no para atentar contra las instituciones de la República. Que, en realidad, no tuvo la intención de amedrentar a nadie sino de prevenir a los señores jueces de los peligros que corrían si acaso a alguno de ellos se le ocurría detener a Cristina Fernández.

 

No hay razón para preocuparse; ni para dar por el pito más de lo que el pito vale. Hay otros motivos, de distinta índole, que por su envergadura o su gravedad, o por ambas cosas a la vez, requieren un análisis pormenorizado. Dicen los que saben que en la última reunión del gabinete nacional presidida por Mauricio Macri hubo un silencio de entierro en el salón donde se llevaba a cabo cuando el ministro de Hacienda, Alfonso Prat–Gay, leyó el índice que registra, mes a mes, el desenvolvimiento de la actividad económica. La abrupta e inesperada caída que se produjo no estaba en las previsiones de ninguno de los expertos en la materia que pueblan el cuerpo ministerial del macrismo. Que se sepa no hubo reproches del presidente de la Nación enderezados a expensas de sus colaboradores, pero quedó flotando la impresión de que la anunciada reactivación se hará esperar más de la cuenta.

 

El gobierno —en parte porque creyó que debía dar buenas noticias desde un primer momento y, en parte, porque sinceramente consideró que su optimismo no era impostado— convenció a una mayoría de la sociedad acerca de las bondades que traería aparejados el segundo semestre. La estrategia montada al respecto por los siempre ingeniosos Jaime Durán Barba y Marcos Peña  comprada después, a libro cerrado, por Macri— rindió sus frutos. Inclusive resistió bien —lo cual no es poco— el peso de la realidad al momento de quedar en evidencia que, luego de los primeros seis meses de administración, los cambios ni por asomo eran los que habían adelantado las autoridades nacionales.

Las encuestas siguen registrando que más de 50 % de la población, si bien admite que su situación personal era más holgada un año atrás, de todas maneras tiene la esperanza de que en 2017 habrá mejoras que redundarán en su beneficio. Como señalamos tantas veces en el curso de este año, el principal aliado de Mauricio Macri —superior a la dispersión de las tribus justicialistas y a la enfermedad de protagonismo de la viuda de Kirchner— es la confianza que demuestran tantos argentinos a la hora de imaginar su futuro. La esperanza sigue a flote. La pregunta es por cuánto tiempo.

 

Si finalmente se percibe una diferencia, la misma no estará dada —como explicamos en más de un oportunidad— por el resultado que arroje la balanza comercial, el grado de apertura de la economía, el porcentaje de la mortalidad infantil, el índice Gini (que marca el nivel de desigualdad en punto al ingreso de los distintos segmentos de la sociedad), el deterioro de los términos de intercambio, el atraso del tipo de cambio o la cantidad de pobres e indigentes que registre el país. Pese a ser factores —todos ellos— muy importantes, las urgencias y necesidades de la gente pasan por otro lado. Los números clave se centrarán en el derrotero que siga la inflación, el PBI y el empleo.

 

Tal como se halla planteada la situación, el gobierno todavía no parece hallar la manera de que se correspondan la baja de los precios al consumidor y el crecimiento de la actividad económica. Lo que está a la vista es un descenso de la tasa inflacionaria, acompañada por una recesión más o menos aguda, según de qué sector se trate. Si se permitiese describir el escenario con arreglo a una figura de todos conocida, hasta aquí lo que tenemos podría ser percibido como el síndrome de la frazada corta. Tapar una parte del cuerpo, inevitablemente supondría destapar la otra.

 

El gran desafío que se deja ver en el horizonte del macrismo es el enunciado más arriba. Con esta particular coincidencia, que a cualquiera con un mínimo de sentido común no le pasa desapercibida: tiempo no le sobra a la actual administración para encontrarle al problema un principio de solución antes de mediados del año próximo. Tiene, por delante, ocho meses en los que debe mostrar resultados contundentes. De lo contrario, en las elecciones de medio término que se substanciaran en octubre podría toparse con una sorpresa desagradable.

 

A esta altura de la travesía, el margen de acción para cambiar las velas y torcer el rumbo del derrotero económico elegido en diciembre pasado se reduce a cero. El gradualismo está instalado  en la cabeza del equipo liderado por Macri y nadie en su sano juicio pensaría en modificarlo. Aun si se quisiera dar un volantazo, no habría tiempo suficiente para aprovechar sus posibles beneficios. Hasta la próxima semana.

Cuadro fiscal a septiembre. Artificios expositivos y realidad

 

Más allá de los artilugios contables utilizados para mejorar estéticamente la exposición de las cuentas públicas, los números fiscales de septiembre volvieron a exhibir una trayectoria alarmante.

 

·         El gasto corriente —incluidos los intereses abonados por la deuda— continuó expandiéndose quince puntos porcentuales más rápido que lo que crece la recaudación tributaria (impuestos y recursos apropiados a la Seguridad Social).

·         Las trampas expositivas le permitieron al Ministerio de Hacienda informar un déficit final - financiero, en la jerga de las finanzas públicas— de apenas $ 21879 MM, lo que supondría adoptando tales artilugios— un módico incremento de 9 % interanual.

·         Sin embargo, el déficit financiero real —descontando las transferencias meramente contables efectuadas bajo el rótulo de rentas de la propiedad— trepó 54 % y el rojo primario real escaló 66 %, siempre frente a un año atrás.

·         Ambos quebrantos hubieran sido sustantivamente más grandes si no fuera por una contracción nominal sin precedentes —9 % interanual— de los gastos de capital.

 

Las transferencias meramente contables de rentas de la propiedad representaban poco menos de 18 % del total de ingresos en septiembre de 2015; un año después pasaron a significar más de 28 % de los recursos contabilizados.

·         El esfuerzo requerido para cerrar el mes con las cuentas equilibradas es cada vez mayor: el gasto total debiera haberse limitado a dos terceras partes de lo efectivamente erogado o los recursos debieran haber alcanzado casi una vez y media lo efectivamente ingresado.

·         Puesto en números absolutos, se puede apreciar con qué velocidad se amplía la brecha entre recursos y erogaciones: los ingresos crecieron $ 30544 MM en un año mientras que el gasto corriente estalló $ 51223 MM.

 

Los ingresos informados aumentaron 31 % interanual gracias a enormes saltos en el rubro otras rentas de la propiedad —de 735 %— y otros ingresos —de 2241 %. La suma de ingresos tributarios y recursos capturados a la Seguridad Social —corazón de los recursos fiscales— se incrementó tan sólo 27 %, muy por debajo de al inflación del período.

·         El gasto corriente, sin computar los intereses de la deuda, trepó 43 % frente a un año atrás.

·         Sigue observándose un enorme esfuerzo de contención de ciertos gastos discrecionales, como es la adquisición de bienes y servicios para la administración pública —que caen 1 % nominal interanual— y el rubro otros gastos corrientes —que se contrae 67 % en moneda corriente frente a septiembre del año pasado.

·         Las prestaciones de la Seguridad Social aumentaron 35 % y las remuneraciones del personal estatal se expandieron 39 %, siempre en términos nominales frente a un año atrás.

·         Los subsidios al sector privado treparon, en cambio, bien por encima de la inflación: nada menos que 77 %.

·         Y el déficit operativo de las empresas estatales crece incontenible: 109 % interanual. • De todas formas, la medalla de oro a la expansión desenfrenada de las erogaciones se la llevó el gasto político: las transferencias discrecionales a provincias y municipios volaron 171 % respecto a septiembre de 2015.

 

Donde el torniquete se hizo sentir más intensamente fue en el gasto de capital que —como ya apuntamos— cayó 9 % en moneda corriente frente al mismo mes del año pasado

·          La inversión en obras públicas nacionales se derrumbó 13 %.

·         Y las transferencias de capital para obras provinciales o municipales se contrajeron 8 % interanual.

·         El gasto en infraestructura apenas representa 3,4 % de las erogaciones totales.

El déficit financiero acumulado de los primeros nueve meses del año crece 48 % frente a idéntico período de 2015.

·         Los ingresos corrientes, sin computar las transferencias contables por rentas de la propiedad, aumentan apenas 22 % nominal interanual.

·         El gasto corriente (incluyendo los intereses de al deuda) trepa, en cambio, 36 %.

·         La carga de la deuda se hace sentir: los intereses abonados saltan 58 % interanual.

 

 

Estos números proyectan un déficit final alarmante para todo el año, aun adoptando una perspectiva relativamente optimista.

 

·         Si tomamos el rojo del cuarto trimestre de 2015 y asumimos un incremento conservador, de 60 % interanual, el déficit final podría equivaler a 7,5 % del PBI y se ubicaría por encima de los $ 560000 MM.

 

·         Sin embargo, consideramos que es más probable que el quebranto del cuarto trimestre se duplique respecto al incurrido un año antes, lo que llevaría el déficit financiero del año por arriba de $ 613000 MM, superando 8 % del PBI.

 

·         Por otro lado, el quebranto cuasifiscal real —es decir, sin computar los intereses (por cierto, incobrables) de las letras del Tesoro— se ubicará en torno a 2 % del PBI (el stock de LEBAC al 26 de octubre ascendía a $ 685144 MM, superando a la base monetaria).

 

·         En cuanto a las provincias, el gobierno nacional estima para este año un rojo equivalente a 1,3 % del PBI.

 

·         De esta forma, el déficit global consolidado de 2016 podría representar poco menos de 12  % del PBI; no es necesario extenderse sobre los riesgos que implica tan mayúsculo desequilibrio fiscal.

 

Por Agustín Monteverde