Siempre dicho con desprecio y vehemencia, y manifestando que con el capital y el dinero nos quieren dominar y sojuzgar desde el “país del norte”. Escuchamos que el dinero nos domina, nos ensucia, que el capitalismo nos esclaviza y empobrece a gran parte de la población.

Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios; pero si endiosamos a ese dinero del César, entonces éste toma una fuerza y preponderancia en nuestras vidas que nos arruina para siempre. Lo convertimos nosotros mismos en nuestro dios, por lo que nos lleva a pensar sólo en él mostrando en todo su potencial nuestro egoísmo, nuestra codicia y nuestra avaricia. Pero el dinero, si damos al César lo que es del César, no deja de ser sólo una herramienta económica que se la puede utilizar bien o mal.

De por sí el dinero no es malo ni bueno. Es una herramienta que el hombre creó para comerciar y que sea más simple la vida en sociedad. Lo mismo podemos decir de los sistemas económicos. Intrínsecamente no son malos; son sistemas que las sociedades aplican para su organización y crecimiento. Esos sistemas económicos pueden ser mejores o peores, pueden dar buenos resultados o llevarnos a situaciones de difícil resolución, pueden brindarnos crecimiento o bien hacer que nuestra vida en sociedad sea cargosa y pesada. Pero también depende de la forma en que los utilicemos.

Hablando del capitalismo, si viene acompañado de caridad y profundos objetivos sociales, entonces se transforma en la mejor manera de crear desarrollo y bienestar para la totalidad del pueblo donde se aplica. Si en cambio viene lleno de egoísmo, codicia y avaricia, se ensucia con la corrupción, se convierte en el demonio mismo y produce terribles diferencias. Pero entonces, no es el capitalismo por sí quien produce estas diferencias, sino que el culpable es el egoísmo, la codicia y la avaricia.

Tomemos un ejemplo de la vida cotidiana, un martillo es una herramienta muy buena para clavar un clavo y fijar una madera; tiene unas bondades indiscutibles para realizar una tarea buena. En cambio también sirve para aplastarnos un dedo cuando intentamos martillar; es también un arma brillante para el mal. Pero, ¿es culpa del martillo que nos aplastemos un dedo, o es imprudencia nuestra que lo ponemos mal?, ¿es acaso el martillo el gran culpable de nuestros dedos aplastados? Creo que jamás lo diríamos. El martillo es una buena herramienta para un fin determinado.

Por otro lado, si utilizáramos una herramienta inadecuada para esa tarea, por ejemplo intentáramos clavar un clavo con un destornillador, nos encontraríamos con grandes dificultades para lograr nuestro objetivo. De la misma manera que un martillo es la herramienta adecuada para clavar un clavo, el capitalismo es la mejor herramienta para la organización de la sociedad. Pero si a ese capitalismo lo teñimos con egoísmo, codicia y avaricia, terminaremos por “martillarnos un dedo” y transformando un sistema óptimo en algo nefasto.

Repito, el capitalismo acompañado de caridad, con profundos objetivos sociales, y sin teñirse de corrupción es sin duda el mejor sistema económico para el desarrollo y bienestar de la sociedad.

Por Eduardo Servente, Ingeniero Civil, Periodista
Fuente: Libertad y Progreso