El kirchnerismo ni siquiera se preocupa ya por disimular que su único negocio pasa por minar la gestión y la imagen de Mauricio Macri ganando la calle, agitando y subiéndose a cualquier protesta contra las políticas del gobierno nacional. Si fuese posible, para que mucho antes de lo previsto el Presidente se vea forzado a realizar su último viaje en helicóptero desde la Casa Rosada.

La sucesión de hechos da perfecta cuenta de los objetivos de este sector de la oposición, que tiene a su líder acorralada judicialmente. La movilización en apoyo de Cristina Kirchner en los tribunales de Comodoro Py del 13 de abril, la más reciente marcha que impidió la detención de Hebe de Bonafini y el acto de vandalismo que incluyó ataques a piedrazos contra Macri y María Eugenia Vidal en Mar del Plata, entre otros episodios violentos, tienen un denominador común. Se busca transmitir la sensación de que el kirchnerismo es el dueño de la calle y que desde allí batallará para desestabilizar al Gobierno.

Por carriles separados, grupos salidos de la oscuridad de los hormigueros de la policía bonaerense que comenzó a patear la gobernadora Vidal buscan también amedrentar a su manera. Tanto el Presidente como la mandataria provincial coinciden en señalar que éstas son las consecuencias de enfrentarse con las mafias y que hacer lo correcto pone incómodos a algunos sectores. No se lo nota a Macri más intranquilo por estos hechos que por otras cuestiones diarias, como el futuro cuadro tarifario o su obsesión por conseguir compromisos de inversiones productivas por parte de los empresarios.

En la interpretación que domina la Casa Rosada, hay sectores del kirchnerismo, que desean que el Presidente y la gobernadora bonaerense estén lejos de la gente. Son grupos, ligados al más rancio clientelismo, que no conciben que el macrismo pueda desembarcar en sus territorios. El reciente timbreo que encabezó Macri junto a parte de su gabinete por el Gran Buenos Aires intentó ser una respuesta.

El activismo kirchnerista no inquieta mayormente a funcionarios cercanos al Presidente. Descuentan que esas actitudes potencian el apoyo a Macri en la opinión pública.

Pese a la fuerte conflictividad gremial que caracterizó a agosto, tampoco inquieta al primer mandatario el mayor poder de fuego que podría tener la nueva CGT reunificada. En rigor, no se trata de una unificación, por cuanto más de cien entidades gremiales que integraban las tres anteriores centrales sindicales no adhirieron a la flamante conducción. Sí genera cierto resquemor la exigencia de algunos gremios de que se reabran las paritarias con vistas a negociar nuevos incrementos salariales para lo que resta del año, algo que el Gobierno no ve con buenos ojos en momentos en que la inflación empieza a ceder. Se cree, sin embargo, que esta demanda se sentirá más en el sector público que en el privado. El anuncio de Marcos Peña de una proyectada reforma del impuesto a las ganancias fue el primer gesto del macrismo dirigido a seducir al sindicalismo y descomprimir la tensión social.