Pero también podría ser considerado un módico triunfo desde el punto de vista fiscal. Porque, de acuerdo a los técnicos de la administración, le terminará costando al Estado, poco más de $ 20 mil millones, cuando en un momento se esperaba que el agujero llegara a los $ 80 mil millones, lo que hubiera puesto en riesgo no solo buena parte del plan económico, sino el mismo principio de gobernabilidad del Poder Ejecutivo.

Sin embargo, también se le podría agregar otra interpretación lógica y bastante ventajosa para el oficialismo: aún en medio de estas idas y venidas, Macri habría logrado inyectar, en parte de la sociedad, la vacuna antipopulista. Esto es: habría logrado empezar a instalar, de una vez por todas, y durante un buen tiempo, la idea de que ni la luz, ni el gas ni el agua son gratis; que se trata de un bien muy caro y muy preciado; que si no se paga con las tarifas se termina pagando con una altísima inflación, que es, como todo el mundo sabe, el mayor impuesto de los pobres.

¿Esto quiere decir que Macri y su gabinete resultaron indemnes? De ninguna manera. Ahora, cada vez que un cálculo técnico no acierte con decimales incluidos, el Gobierno será acusado, y con razón, de improvisar sobre la marcha. A partir de este momento, cuando el jefe de Estado quiera tomar una decisión que debería ser discutida en audiencia pública o enriquecida o consensuada por la mirada de los legisladores y el resto de la sociedad, le recordarán que ya no podrá hacerlo.

Le achacarán que quiso hacer lo mismo con el aumento de las tarifas y que le salió el tiro por la culata. Después de semejante desbarajuste, además, Macri le endilgarán, por enésima vez, poca sensibilidad frente a los que menos tienen y mucha preocupación por el mundo de las inversiones y los negocios, por más que quienes estamos mínimamente informados sepamos que los subsidios a la energía no se podían sostener más. Sin embargo, de tanto que estuvimos pendientes del valor de la boleta de los servicios, de a poco, muchos argentinos nos fuimos enterando de datos que parecen sorprendentes, pero son incontrastables. Un ejemplo: los subsidios a la luz, el gas y el transporte de Néstor y Cristina terminaron beneficiando mucho, pero mucho más a los más ricos que a quienes menos tienen.

¿A quiénes, por ejemplo? A los residentes en countries de la zona norte de la provincia de Buenos que calefaccionan sus piscinas a precio de bicoca. A los vecinos de Recoleta, Barrio Parque, Barrio Norte y la parte más exclusiva de barrios como Palermo o Devoto, quienes suelen usar el aire acondicionado frío/calor con la misma displicencia con la que abren la canilla del agua o toman champagne de primera calidad. A los que viajan en avión de un lado para el otro.

Y no solo en clase turista sino también en bussines y en primera. Otro ejemplo sorprendente: a pesar de tanto barullo, cerca del 80% de los consumidores pagaron sus facturas de luz y gas de junio y julio con el aumento estipulado. Un dato más: en el medio de tanto batifondo, resulta que el promedio de valor de las facturas de la luz y el gas apenas superó los $ 500, casi $ 100 menos que el abono básico de cualquier servicio de cable que se usa en la Argentina.

Pero Macri, quien en este asunto tan sensible eligió apostar a todo o nada sin mensurar el verdadero costo político que estaba pagando, no debería minimizar la enorme lección que acaba de recibir. La lección se podría llamar: una buena parte de la sociedad argentina todavía no está lo suficiente preparada como para pasar del relato mentiroso y pernicioso del kirchnerismo a la verdad cruda y pura de nuestra economía siempre a punto de explotar y con cierta opinión pública más proclive a la hipocresía y la demagogia que a las malas noticias reales.

Y el Presidente tampoco debería pasar por alto que a su profundo convencimiento de adónde pretende llegar, le falta una explicación y una comunicación clara y profunda del premio que nos esperaría a todos, al final del camino, si es que hacemos todos los deberes. No se trataría, de ninguna manera, de buscar un relato alternativo al de los representantes del "proyecto nacional y popular". Implicaría, nada más y nada menos, que explicar por qué tendríamos los argentinos que estar de acuerdo en demoler la casa en la que ahora vivimos, si después de todo todavía la podemos usar, por más goteras que tenga el techo y más despintada que esté la pared.

Quizá, además de tomar la maza para derribar las vigas que están más deterioradas, el gobierno en general y Macri en particular deberían explicar cómo va a ser el nuevo hogar. Por ejemplo, qué beneficio obtendrían después de este gran cambio los jefes de familia y los hijos. Y cuánto tiempo tardaría en producirse. Y qué otros nuevos sacrificios a cambio de casi nada deberíamos aceptar. La historia demuestra que cuando un proyecto político se puede explicar y además mostrar como progresista y previsible, la sociedad termina aceptando el esfuerzo que le corresponde, si es que percibe que se trata del interés colectivo y no de negocios personales.

¿Adónde y a qué distancia se encuentra el sueño que deberíamos cumplir como sujetos colectivos? ¿Con solo actualizar las tarifas y eliminar los subsidios llegaremos a la utopía soñada? ¿Es suficiente cambiar "relato" por "conversación"? ¿Alcanza con combatir a los bolsos de José López o hace falta explicitar porqué es tan importante que la justicia actúe de manera independiente, recupere el dinero robado y lo use para mejor la pobreza, la salud, la educación y la cultura general? La discusión por los incrementos de tarifas, que tantos dolores de cabeza le trajo y le seguirá trayendo al Presidente, no habrá servido de nada si el Gobierno lo no aprovecha para mirar un poco más allá.